Florencia Borelli ganó la media maratón de San Francisco y, con 20 años, ya prepara el terreno para ser olímpica en 2016
El viaje se hace largo. Por momentos, parece eterno. De San Francisco a Miami, con una escala de tres horas, para luego volver a embarcarse rumbo a Buenos Aires. Más de 17 horas de vuelo que no la sacan de la serenidad y el aplomo que la distinguen. Con 20 años, el próximo miércoles ya será mayor de edad. Florencia Borelli escucha música o mira alguna de las películas. “Son muy aburridas”, dice, con un dejo de vergüenza. No falta a la verdad. Las opciones no son ninguno de los films taquilleros que permiten olvidar el estrecho espacio en el que convive la clase turista.
Por un instante se levanta de su asiento e intenta elongar a un costado para no molestar el paso de los pasajeros que van y vienen como hormigas. Con gestos de dolor, revela: “Quedé muy cansada. Sobre todo en los cuádriceps. Realmente fui más rápido de lo que habíamos planificado con Leo [Malgor, su entrenador]. La idea era terminar en 1h20m. Corrí 1m30s más rápido en un circuito con muchas lomadas”. Claro, Florencia cumplió con la promesa que se trazó antes de viajar a Estados Unidos: ganar la Media Maratón de San Francisco ante más de 30.000 participantes. Una carrera que se realiza desde 2004 y hasta hace dos años era exclusiva para mujeres. Una misión secreta que comenzó en Cachi, a más de 2300 metros sobre el nivel del mar.
Para ella, la localidad salteña es el paraíso perfecto para los fondistas argentinos. Pero ir a Cachi no es garantía de resultado; todo debe estar acompañado con un trabajo a conciencia. “Suelo estar en Cachi entre dos y tres veces al año. Es un espacio único donde me siento muy cómoda y me permite enfocarme en el entrenamiento”, describe la atleta marplatense, que una semana antes de su debut en la distancia rompió el récord nacional femenino Sub 23 de 5000 metros con 16m33s. Pequeños grandes detalles que convencieron a su entrenador para que en abril de 2014 intente clasificarse para los Juegos Olímpicos de Río 2016 en los 42,195 kilómetros de Rotterdam.
“Ése es mi objetivo. Ése es mi sueño. Representar al país en la maratón”, indica con los ojos cargados de ilusión.
Aún resuenan en Florencia las palabras de un allegado: “Usá la bronca que sentís como combustible y ganá la carrera “. Las escuchó minutos antes de la carrera, cuando la fondista aún no contaba con la pulsera para largar con la elite. Cuando recibió en el hotel Clift su kit de corredora, Borelli se encontró con una noticia inesperada: debía partir junto con los corredores comunes. “Fue como un balde de agua helada. No es que no pueda o no deba correr con los demás participantes, sino que viajé con la idea de estar en el podio. Estudiamos con mi entrenador los tiempos de los años anteriores y, según nuestras estimaciones, podíamos estar ahí”, precisa.
Todas las lágrimas y la tensión del desayuno se esfumaron en el instante en que la encargada de comunicación de Nike regresó con importantes novedades. “Diana [Schenone] estaba muy relajada y yo era puro nervio. Sentía que se me escapaba una gran oportunidad”, cuenta. Y agrega: “Cuando me puse la pulsera de elite me relajé y pude concentrarme en mi objetivo”.
Contra todos los pronósticos, algo muy frecuente en el atletismo argentino, Borelli impuso un ritmo demoledor. De principio a fin. A pura convicción, sin temblarle el pulso, lideró la carrera y llevó a la norteamericana Victoria Mitchell, representante olímpica por Australia en los 3000 metros con obstáculos de Pekín 2008, a un esfuerzo extremo en su intento de darle alcance. “Soy fuerte en las subidas. Es uno de mis puntos altos. Ahí le sacaba mucha ventaja, ya que notaba que hacía un esfuerzo muy grande para no perderme el paso. Me daba cuenta de que respiraba fuerte, y eso era que estaba yendo al máximo. En las bajadas intentaba recuperar la distancia. Pero desde el kilómetro 10 hasta el 17 fue todo hacia arriba, con algunos pocos descensos o llanos, y pude cortarme”, apunta. La imagen del final grafica lo apuntado por Borelli. Tras cortar la cinta de ganadora, mientras Florencia alzaba sus manos, saludaba y se dirigía a los brazos de su entrenador, Mitchell, con la cabeza gacha, intentaba recuperar el aire y el alma.
Pasa un momento y Borelli vuelve a elongar con asombrosa elasticidad. “Al menos para relajarme un poco. Es largo el viaje”, explica, mientras ofrece el trofeo de vidrio tallado por Swarovsky. Un premio que significa lo mismo que cualquiera de las copas que decoran su habitación. Porque ella se aferra a otras cosas. Como dice el tatuaje de su brazo derecho: “Tú eres el camino, la verdad y la vida… Jesús”.
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