Por: Rocío BORDIGNON @robordignon
Son las 19.30 del lunes 1 de junio; mientras tres mujeres cortan panes y dos varones preparan rollitos de jamón y queso, la Pastoral Universitaria de Buenos Aires empieza a tomar color.
Alrededor de las 20, el timbre de servicio no para de sonar; amablemente Sandra da la bienvenida a través del portero eléctrico y permite la entrada de los jóvenes que concurren a la misa. Los chicos que ingresan al lugar despliegan una sonrisa inalcanzable, la felicidad corre por sus cuerpos al saber conscientemente el gesto de hermano que realizarán esa noche luego de la Ceremonia.
Las personas se agrupan en la agradable Capilla que tiene el lugar. Sobre el final se esperan los avisos parroquiales y las bendiciones del cura para poder reunirse con sus grupos.
–Noche de la Caridad, nos juntamos en el aula 8– exclama Martín, un joven estudiante de Economía, coordinador del grupo. Abajo lo espera Ignacio, con su acento indiscutible del interior, algo menudo de cuerpo y abrigado con un polar; mientras apaga el fuego de la hornalla donde se cocían los sobres de té. El menú del día es: mate cocido y sándwich tipo pebete de jamón y queso. La comida siempre es una excusa para entablar una cálida conversación, devolverle la dignidad de ser totalmente ignorados, durante el pasar de los días, y hacer lo posible, para reducir un poco la tristeza de los que viven en la calle.
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Son más de 30 voluntarios los que se reúnen en ronda, en el aula 8, esperando la bendición de los alimentos del Padre Guillermo Marcó y la repartición por recorrido. Noche de la Caridad tiene un reglamento interno, por trayecto debe ir por lo menos un varón, más que nada por seguridad y precaución. Muchos ya saben cuáles son sus grupos y se posicionan directamente detrás de las sillas de madera que llevan un cartel blanco con el nombre de las calles: Arenales, Callao, Libertador, Riobamba, Marcelo T, Pueyrredón y “la Plaza” (ubicada en las intersecciones de Rodríguez Peña y Paraguay). A medida que los grupos ya están conformados dan inicio a la tarea. La noche parece prometer frío, las chicas se abrigan con sus camperas y los varones dicen estar satisfechos con un simple buzo de jogging. Me sumo al recorrido “Pueyrredón”, que de Pueyrredón no tiene nada, ya que el transcurso lo haremos por la calle Juncal hasta Agüero, y se vuelve por Av. Santa Fe. Lo único de Pueyrredón que lleva este camino es una pequeña curva que se hace para cruzar de calle y se visita a las personas habitués de las famosas esquinas.
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La tarea de la noche es la de repartir comida. La del gesto simple de brindar una mano amiga para aquellas personas que se encuentran totalmente invisibles para los demás, los olvidados, tristes y con hambre: las personas en situación de calle. En Buenos Aires comienza a descender la temperatura y el frío se hace sentir cada vez más.
Don Edgar, de 69 años, exiliado de Santa Cruz de la Sierra(Bolivia) por más de 20 años; está sentado en la esquina de Larrea y Juncal cuando los chicos lo sorprenden comiendo un plato de guiso de arroz calentito que le terminaban de brindar la gente de la Parroquia Nuestra Señora del Carmelo. Gentilmente hace a un lado la comida para saludar a los chicos que lo pasan a visitar. Victoria, de sonrisa nítida y la cara ovalada, le ofrece un vaso de mate cocido caliente, aunque Martín le consulta si le es molestia y quiere terminar de cenar el plato caliente. El hombre, agradece que los chicos estén esa noche ahí:
-Pensé que no iban a venir, como mañana hay paro tenía miedo a que no pasaran, ya hacía mucho que no los veía-. Aunque tan solo hacía una semana que no lo veían al señor, él no recordaba.
La última vez que el recorrido “Pueyrredón” pasó por las calles Juncal y Larrea, el hombre no estaba en su mejor momento. Copeteado, y con algunos vasos de vino de más, los deleitó con canciones de Serrat y baladas de Cacho Castaña. Cuando Martín le recuerda el momento se sonríe sigilosamente, aunque con un poco de vergüenza.
-Ya no puedo sonreír, ni dientes tengo. Desde que llegué a Argentina por comer tanto jamón crudo los dientes se me fueron desgastando. Don Edgar, en su refugio de cajas de cartón, un colchón atado a un chango de supermercado y algún que otro cajón de fruta de madera se aísla del frio, mientras toma el mate cocido que le sirvió Victoria. Entretanto le comenta al grupo, como sacándose un peso de encima, que del Gobierno de la Ciudad habían dado el aviso que el 17 de junio puede iniciar el trámite para su documentación Argentina.
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A las 21.15, un viento húmedo golpea la cara de los voluntarios y estos hacen un parate en la calle Beruti y esquina Agüero. Entre el espacio del estacionamiento y la entrada al Carrefour está Carlos, completamente vestido de negro y fumando un cigarrillo tranquilo, sentado en un colchón cubierto con una manta a cuadros que parece bastante abrigada. Después de un grato saludo a cada uno de los jóvenes, Carlos cuenta que el martes será “el día de la desgracia”, debido al paro nacional que surgió días anteriores por iniciativa de la Confederación de Trabajadores del Transporte (CATT) y sectores afines que se adhirieron. Martín le dice que aunque haya paro “Noche de la Caridad nunca para”. Por mi parte le ofrezco el vaso de mate cocido y me dice:
-La nena, qué manos heladas que tenés. Ya sé sos de presión baja y el cambio de clima te está afectando. Casi como un médico, el señor de 59 años me saca un diagnóstico tan solo por su tacto. Micaela, de piel tersa y ojos saltones, se queda impresionada ante la respuesta y pregunta cómo es que se dio cuenta.
-Yo soy de presión alta nena, no sabés, cómo se me hinchan los pies, las manos, mira. Mientras cuenta nos deja ver sus manos percudidas como la de un peón que trabajó largas horas con la tierra sin guantes y sus uñas se colmaron de mugre. Martín le corta la charla y le pide disculpas porque hay que apurar el recorrido por el tema del transporte, y él nos despide:
– Y si ustedes se quieren ir… vayan, yo los invito a quedarse, ya saben lo que se pierden…
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Los recorridos no suelen ser una procesión rápida y sin conversación. Los voluntarios charlan de cómo fue la semana, qué materias rindieron, si se fueron de viaje a su ciudad o cualquier otro tema. Martín, por su parte, cuenta un episodio que tuvo con uno de los que viven en la calle.
– ¨Me encontré con “Él Roña” el lunes del feriado– ese día la Pastoral no brindó el Servicio, pero los chicos se movilizaron vía Facebook y se reunieron en una casa para poder salir esa noche a repartir comida-. Veníamos caminando lo más bien, y acá –señala Martín la esquina de Arenales y Agüero– escuché: – “Arriba las manos, los dos contra la pared”-. Si ustedes supieran el cagazo que me pegué, no tienen una idea. Se acercaron dos patrullas de policías, yo lo miraba al Roña y deseaba que no se haya mandado ninguna… porque caía yo con él. Por ahí se acerca un nenito mientras nos cachaban, yo les di todo y le mostré la mochila con los termos vacíos que había llevado y todo.- Pero en este procedimiento, Martín no tenía nada que ver, el personaje dudoso era el Roña-. El nene le dice que nosotros no éramos, que se estaban confundiendo-pufs- en ese momento mi corazón empezó a latir normal y pude respirar tranquilo¨.
Martín y el Roña habían sido confundidos con unos delincuentes que terminaban de efectuar un hurto a pocas cuadras de ahí, justo las características que poseían los policías coincidían con la de ambos por eso la intercepción.
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La Noche de la Caridad es una realidad a la que se enfrentan cada lunes los voluntarios, una noche de compasión, de ternura y encuentro con el otro. La noche de fiesta de los jóvenes que se contagia desde el armado de las viandas y la misa. En donde no falta alegría, sonrisas, trabajo, oración y ganas, pero muchas ganas de estar al lado de otro, equipararse al que se siente olvidado y vulnerado por esta sociedad.
Por lo general la gente en situación de calle está tirada, un símbolo de no ser nada, de la apatía y pura impotencia. Al vernos, algunos se ponen de pie y se acercan, otros sonríen esperándonos, o simplemente nos gritan “Estoy por tal calle” para que esa noche no lo dejemos de lado. No solo es por la comida. Hay una especie de satisfacción al ver a los voluntarios, por el trato cariñoso, el amor y el respeto con el que se acercan.
Los refugiados de la calle no tienen elección, toman sus decisiones de vida todos los días. Son personas que no se interesan por la política, ni por la economía, son personas invisibles que caminan durante su día para llegar a quién sabe dónde, a ningún lado quizás… No tienen hora de comida programada, ni compras que realizar, ni lugar fijo donde dormir, porque por ahí los sorprende un grupo de Ciudad Verde y los saca a machetazos de donde estaba durmiendo. Muchos ni siquiera tienen familia, o están peleados, o no los ven hace mucho.
Se termina la asistencia repentina a causa de la falta de mate cocido en los termos y de sándwiches en la bolsa. El grupo “Pueyrredón” emprende la vuelta por Av. Santa Fe hasta llegar a Riobamba y Arenales, donde se encuentra el Servicio de Pastoral Universitaria. Una vez dentro del lugar, se reúnen en la cocina donde se lavan los termos y se regresan las bolsas de plástico de la comida. Algunos se quedan esperando a que regresen los integrantes de otro de los grupos, otros toman sus abrigos y parten para sus casas. Dentro de una semana, estos mismos voluntarios volverán a realizar los recorridos, caminando por las calles del barrio porteño de Recoleta, movilizados por el espíritu de Dios que los invita a servir a sus hermanos.
Firma: BORDIGNON, Rocío -Estudiante Lic. en Periodismo USAL-