Hoy soy un padre de 40 años.
La vida nos presenta tentaciones. Los viajes y el dinero muchísimo más. Las ofertas son de todo tipo y color.
La verdad que a los años que tengo, las metas que me puse las fui cumpliendo. El sueño de poder vivir de lo que me gustaba y formar una familia llegó. Hoy está.
No sé cuándo viví exactamente el clic en darme cuenta que Dios era parte de mi vida. De mi familia. De mi casa. Pero sí puedo decirte que hoy está entre nosotros constantemente. En algún gesto. En algún acto de alguno de los chicos. En algo que haga mi mujer. Siempre está.
Yo, de más joven, no es que estaba muy alejado de la Iglesia. Pero sí es cierto que uno, cuando empieza a alejarse de lo propio se siente perdido. Las tentaciones pueden ser muy fuertes. Ahí es cuando uno empieza a sentir los remordimientos y siente que por una pavada puede tirar por borda todo lo que tanto le costó conseguir.
Yo era muy joven cuando logré empezar a trabajar en lo mío. Eso hacía que estuviera fuera de casa y del país muchas semanas al año. Demasiados viajes. Teniendo que dejar mi mujer, mis hijos, mi familia durante mucho tiempo. Y la verdad que si uno se sube en esa calesita empieza a perderse y puede marearse. Pero lo importante es saber que el rezo siempre ayuda. Siempre ayudó a no caerse más de la cuenta. Lo importante es no perder las raíces de uno. No perder el “hilo primordial” que a uno le recuerda cómo son las cosas.
Hubo un momento en el que en los viajes, las ofertas que había sobre la mesa eran muy variadas. Las posibilidades para embarrarla eran muchas. Había llegado al banquetazo, como yo lo llamo y tenía lo que quería y cuando quería, más o menos.
En esos momentos son los que siento que estaba más aferrado a Dios y a la oración. En esos momentos es donde uno piensa mucho en la familia. En esos momentos es donde hay que parar la pelota, ver dónde estamos parados y volver a buscar nuestro hilo primordial.