Uno, cuando viene al mundo, ya viene ahí “conectado” pero después a medida que va pasando la vida es uno quien elije ir alejándose.
En un momento empecé a sentir mucha angustia. Me miraba a mi mismo y me daba cuenta que me faltaban cosas. No disfrutaba de mi familia como debería. No disfrutaba de mi vida como la tenía que disfrutar. Estaba como en un callejón sin salida. Angustiado. Deprimido. Me faltaba algo y no sabía dónde estaba
Hoy soy un padre de 44 años. Yo me metí mucho en el trabajo. Le puse todo. Empecé a trabajar de muy chico. Terminé el colegio, hice el servicio militar, empecé la facultad y en la mitad de la facultad ya empecé a trabajar. Y ahí no paré.
Llegó un momento que estaba muy metido en eso, estaba muy pocas horas en casa. Llegué a irme un mes y medio de mi casa por mi trabajo. En el 2003 por cuestiones laborales había estado durante el fin de semana en Río Gallegos, vuelvo el lunes y me dicen te vas a Santa Fe y volvés entre miércoles o jueves a más tardar … y volví a casa 1 mes y medio después. Una locura. Y eso no pasó una sola vez. Pasó muchas veces.
Y esta vida de nómade hace que con mi mujer, que también trabaja, tengamos la vida organizada con mis viejos y mis suegros.
Y a medida que me acercaba a los 40 años veía que estaba entrando de cabeza a la crisis propia de la edad. La cuestión es que esto me tenía muy triste. No lograba encajar algunas piezas de mi vida; me faltaban cosas.
Buscaba con qué compararme, tratar de ver cómo era mi vida en aquellos días y me imaginaba a mí mismo volando en un avión, me quedaba dormido y al despertar no había nadie. Ni pasajeros, ni tripulación, nadie. Y eso me llevaba a pensar que por más que el avión siguiera andando en piloto automático, eventualmente, en algún momento se iba a quedar sin combustible. Podría llegar a planear un poco más. Pero al final de cuentas, se iba a estrellar. Ese avión era MI vida.
Ya la salud había presentado algunos problemas. Una época en la que había estado trabajando muchas horas seguidas, de golpe, me estallaron las cuerdas vocales. Me salió un nódulo. Y ningún especialista se animaba a tocar porque me podía llegar a quedar mudo. Y la voz, es mi herramienta de trabajo. Y fue cuando me pusieron la máscara de oxígeno en el quirófano que tuve el primer click, aunque todavía me faltaba algo.
Si bien yo nunca estuve totalmente alejado de Dios y de la Iglesia, es como que iba por un camino distinto. Y en uno de esos caminos me reencontré con un compañero mío del colegio. Lo reencontré en la vida. En esos reencuentros que con el tiempo, después, uno se da cuenta que nada es casualidad. Y hablando de todo un poco me invita a ir a Entretiempo que es una comunidad donde se hace retiros para mayores de 35 años. Primero le digo que no, más de una vez lo que quiere decir que fueron un par de años los que me negué. Hasta que en definitiva le digo que sí y voy al Entretiempo Nº52 (www.retiroentretiempo.com.ar) y eso fue un quiebre muy fuerte porque, en definitiva, lo que logré hacer fue abrir el corazón. Escuchar desde otro lugar. Los que creemos en esto sabemos que es así. Jesús está al lado nuestro siempre. El tema está en abrirle el corazón y dejarlo entrar. Cuando vos le abrís el corazón le estás abriendo la puerta y ahí cambia todo. La cabeza cambia. La vida cambia. Uno ve las cosas de distinta manera.
Tuve una infancia en la que me sentí bastante solo muchas veces pero dentro de todo tuve una vida normal. Y el quiebre llegó ahí. Ese Entretiempo fue como un fuego. Después de haber participado me invitaron a unirme para estar en Equipos. Y a partir de ahí te das cuenta que nada es casualidad.
Y después de haber participado de esto uno baja cambios. Y te das cuenta que la vida misma de cada uno necesita un parate. Necesita de ese tiempo. Uno tiene que frenar para planificar lo que viene. Uno ya vivió una gran parte de su vida, formó su familia. Y hay que encarar el segundo tiempo de cada uno.
El tema es valorar lo que uno tiene constantemente. Por ejemplo hoy tuve mi día libre. Estuve con mis hijos. Con mi mujer. Con mi familia. Pudimos disfrutar juntos. Nos reímos. Compartimos. Y eso no tiene un valor material pero si tiene un valor sentimental, humano y afectivo maravilloso. Y el anterior “yo” hubiera buscado algo para hacer referido a lo laboral y se hubiera perdido de disfrutar de este día con los suyos. Me hubiera enganchado en algo para conseguir un mango más.
Me doy cuenta que mi hijo mayor que ya tiene 16 años es un animal grandote al cual no puedo estar abrazando constantemente como antes pero todavía si puedo jugar con él un picadito y es maravilloso. Al más chico que tiene 11 todavía lo puedo levantar o andar en bicicleta juntos. Justo hoy en el picadito colgamos una pelota y fue toda una aventura intentar recuperarla. Y son cosas irrepetibles. Uno se da cuenta que es necesario esto de abrazar a los hijos. Y la idea es no darse cuenta tarde. El anterior “yo” se hubiera perdido de esto, como te decía, por estar laburando.
Y enseñarles a ellos que hay un camino en la vida para cuando la crisis llega. Porque, inevitablemente, la crisis, llega. El golpe te va a venir. Ya sea un problema de salud, laboral, con tus padres, un problema matrimonial; lo que sea. En algún momento la vida te va a poner un golpe porque son las reglas de juego. Y en ese momento o te tirás debajo de un tren o buscás una alternativa que te ayude a superar ese momento. Y tratar de ver las cosas buenas que van a venir una vez que pase ese bajón. Porque siempre viene algo bueno después. La vida te quita pero también te da. Y ahí es donde te das cuenta que al lado tuyo está este flaco pelilargo que vino hace más de 2000 años. Está y te marca las pautas de cómo son las cosas en la vida. Y yo creo que esto es así. Tengo muy grabada la historia del hombre que iba caminando por la playa y se da vuelta y le dice Padre, porqué en los peores momentos de mi vida me dejaste solo, se ve solo un par de huellas en la arena. Y Dios le contesta, hijo, porque fue en esos momentos de angustia y desazón donde yo te llevaba alzado.
Ahí es donde empezás a darte cuenta. Esa es la cuestión, darte cuenta.
Acaba de pasar la Navidad y uno siempre termina pensando en los regalos. Pero qué más le podés pedir a la vida si ya te regalaron todo. Empezando por haberte regalado la vida misma. Si todavía podés disfrutarla, te regalaron salud. Los ojos para ver el mundo maravilloso que nos dieron. Las piernas para correr y disfrutar. Tenés el tacto. Tenés los seres queridos. Tenés tantas cosas que te preguntás qué más te pueden regalar. Ya está todo regalado.
Y después el tema del renacimiento de todos los años. Nace nuevamente. Si Él nace todos los años te demuestra que si Él puede renacer; nosotros tenemos que “renacernos” o “reinventarnos” constantemente. Porque uno, cuando viene al mundo, ya viene ahí “conectado” pero después a medida que va pasando la vida es uno quien elije ir alejándose. Y después viene le camino de reencontrarse.
Tal vez mi quiebre fue recordar el cuando era chico. En el colegio, uno se arrodillaba y rezaba, había un vínculo. Y eso después se cortó. Y en un momento empecé a sentir mucha angustia. Me miraba a mi mismo y me daba cuenta que me faltaban cosas. No disfrutaba de mi familia como debería. No disfrutaba de mi vida como la tenía que disfrutar. Estaba como en un callejón sin salida. Angustiado. Deprimido. Me faltaba algo y no sabía dónde estaba. Y me ayudó mucho Entretiempo. Fue clave. Porque aparte de lo que va pasando en sí, es lo que yo sentía adentro mío. Es algo muy fuerte. Y más allá de todas las cosas que empezamos a compartir a partir de ahí, está bueno esto de tener un ratito diario para hablarle a Él. A veces uno se levanta diciendo “hoy pongo el día en TUS manos”. Y la verdad que arrancarlo así ya es distinto. Vas por la calle, o vas en el subte, o vas manejando y vas hablando con Él. Estaría buenísimo poder pasar por una iglesia todos los días, siempre hay una cerca, pero también es verdad que hay gente que no le dan los tiempos y eso es cierto. Pero ir hablándole cada vez que podés, Él te va a estar escuchando, siempre. Y uno se va acostumbrando y si tenés problemas en el trabajo o en lo que fuera ya sabés que él te escucha y te lo tomás distinto. Ya uno vive la vida de otra manera. Hay gente que al grupo al que pertenezco nos mira como locos. Siempre con una sonrisa. Siempre contentos. Pero la gente de Entretiempo es así. Obviamente están los momentos en los que rezamos y estamos serios. Pero de pronto podemos divertirnos o estar contentos y eso es porque hay alegría. Estar bien espiritualmente está bien. Te sentís bien. Y cuando tenés algún problema de algo, además de la ayuda de Él, está la ayuda y el apoyo de toda la comunidad. Sabés que van a rezar por vos. Que te van a acompañar. A pesar de estar hecho bolsa sabés que tus “hermanos” van a estar. No existe ningún tipo de vergüenza en expresar lo que uno siente y eso es buenísimo. Ahora, por ejemplo que está de moda el chat en los teléfonos, a uno se le ocurrió armar un grupo de oración; y somos 100 flacos que ponemos las intenciones de quien sea constantemente. Y hay uno que todos los días a las 13 pone un resumen de lo que fueron las últimas 24 hs y trata de mantener actualizado los pedidos de cada uno. Y eso está buenísimo. Estamos unidos también ahí. U otro grupo que trata de juntarse los viernes después de los trabajos para poder relajar y desenchufar. Y son todas cosas que suman a que uno esté bien. Y cuando tenés que meterte de lleno en algo serio todos nos metemos de corazón. Y ahí es donde aparece la alegría de dar. De poder darle al otro lo que vos tenés. Aunque eso sea un abrazo, una palmada, un oído. Es simplemente dar. Y te dan ganas de pensar en el otro de distinta manera. Y ayudás distinto. Me pasa en mi trabajo, que hago mucho relacionado con lo social. Y para mí, mi trabajo sirve, cuando ayuda de verdad a alguien. Cuando a partir de algo mío la realidad del otro cambia. Entonces me gusta compartir mucho con la gente. Y a partir del contacto con Dios lo vivo desde otro lado. Porque la gente también necesita hablar. Escuchar. Compartir. Y antes quizás sólo ponía el hombro. Y ahora tal vez, acompaño con algún mensaje de fe. Y te das cuenta que la relación con el otro es distinta. Uno tampoco es cura o catequista, pero simplemente tirarle al otro alguna palabra de fe ayuda enormemente.
La última vez que me había confesado había sido en el secundario. Y por obligación. Después nunca más. Pasó una vida. Y cuando fui a este retiro era tanto lo que sentía que tenía para hablar que no me animé a confesarme tampoco. Pero sabía que era una asignatura pendiente. Así fue como a las 2 semanas de haberlo hecho hablé con el mismo cura que estaba ahí y me dijo venite a “charlar un rato”, y estuvimos una mañana entera. Y yo lloraba y él me abrazaba. Y se hablaron todos los temas. Que uno de chico los va guardando y te van comiendo por adentro y nunca los sacás. Y creés que no te pesan pero sí, y cómo. Y está bueno sacarlas. Y olvidar algunos temas. Y dejar de sufrir por cosas que uno ha vivido. Y charlar con él de mis logros y mis errores. Mis aciertos y mis frustraciones. Y hablamos de un montón de cosas a corazón abierto y yo salí de ahí levitando. Y quedé muy conectado con él y a pesar que lo tengo lejos de casa trato de ir con mi familia a su misa de 20 hs de los domingos. Y por ejemplo otra de las cosas que a mí me movilizó mucho fue escucharlo en una misa decirle a le gente que estaban todos invitados a comulgar, y el que no pudiera hacerlo por alguna razón en particular, o los chiquitos que todavía no habían tomado su Primera Comunión; están todos invitados a venir y hacer la fila. Y el que no vaya a comulgar se acerca con sus brazos en cruz y simplemente le voy a hacer una bendición en la frente pero vengan todos. Y ese gesto me pareció algo maravilloso. Y eso me llenó de emoción. Porque quien se acerca a Jesús lo hace porque entiende que lo va a ayudar. Y eso me hizo ir a comulgar emocionado. Llorando. Me pareció algo alucinante. Y es lo que nos lleva otra vez a lo que hablábamos antes al renacer de cada uno.