La primera plana de los diarios de aquel domingo 31 de mayo de 1931 hablaban del asaltante anarquista Silvio Astolfi y le daban gran espacio a los resultados del primer Campeonato de Fútbol Profesional de la Liga Argentina. Entonces, los porteños tomaban mate con yerba Salus, fumaban cigarrillos Sello Azul y Condal y se curaban el resfrío con pomada Vick Vaprorub, Hierroquina Bisleri y Emulsión de Scott; ninguno se perdía las ofertas de la Casa Perramus y de Albion House, ni las tardes de radio con la voz del gran Agustín Magaldi. Ese día de otoño, en el patio de una vivienda humilde situada en Rodó 6695, nacía Juan Carlos Copes.
Estas hermosas aguafuertes ocupan las primeras páginas del libro sobre su vida que escribieron hace unos años Mariano del Mazo y Adrián D Amore, Una Vida de Tango, quién me quita lo bailado. Se trata de una biografía autorizada completa, que todos deberían leer, y que ofrece precisiones importantes para los que amamos Buenos Aires y la sentimos íntimamente ligada a los versos y compases del 2×4. Por eso Copes es mucho más que la figura más notable de la historia del tango bailado. Es el testimonio viviente de aquella ciudad portuaria que crecía de espaldas a la patria, empujada por el sueño de los inmigrantes y los obreros criollos, los mismos que llenaban las pistas de baile cada fin de semana.
“Mi meta era bailar en el Sin Rumbo, que para mí era Brodway” confesó una tarde mientras tomábamos un cafecito en el bar vecino al Teatro Cervantes. Yo le había pedido que me ayudara a reconstruir las pistas de los viejos clubes de barrio y él generosamente compartió sus impresiones sobre aquellos templos en los que hombres como él le dieron forma a la danza. El tiempo se me pasó volando y no me daban las manos para anotar, ni la cabeza para almacenar anécdotas, porque además son pocos los personajes del ambiente que tienen el don de narrar con ironía y humor.
Lejos de la novelesca relación que mantuvo con su ex compañera de baile y de vida al comienzo de su carrera, detalles privados que finalmente a nadie le importan y que no modifican su legado, Copes le dió a los bailarines profesionales una jerarquía que nunca antes gozaron (y que gozan hoy) además de elevar el tango a las marquesinas del mundo. Para las generaciones que lo precedieron, y para las nuevas, sigue siendo El Maestro, un referente indiscutido. Pero yo me saco el sombrero no solo por su arte, sino también por la tremenda fe sí mismo y la voluntad de hierro para vencer adversidades, salir adelante, y llevar hasta el final una cruzada: en su caso, lograr que el mundo entero supiera qué es el tango. Ya con eso se ganó el bronce.
Mañana martes 31 habrá fiesta en la Academia Nacional del Tango, de la que Copes es Académico de Honor. Habrá un acto especial con la participación de artistas invitados que le rendirán homenaje, y en el mismo acto el Maestro donará al Museo Mundial del Tango uno de sus trajes históricos y una Flauta Traversa de principio del siglo veinte que perteneció a su abuelo Juan Berti.
No me resta más que desearle un muy feliz cumpleaños. Al gran Maestro, salud!