Este agosto mundialero trajo mucho tango, y bastante del bueno. El miércoles 31 después de un mes en cartel se despide del Teatro Maipo el espectáculo Romper el Piso, una de las piezas musicales que mejor expresa el tango de escenario tradicional. Y más, nos ha permitido a quienes seguimos de cerca la trayectoria de los grandes bailarines, ver arriba del escenario a Alejandro Aquino, uno de los primeros bailarines formados en el Instituto del Teatro Colón que se acercó al tango profesionalmente, hace casi tres décadas. Junto con Vanina Bilous formó la emblemática pareja de bailarines que acompañó a la Orquesta del gran Osvaldo Pugliese.
Muy pocos conocen la trayectoria de Aquino, hecha de perseverancia y vocación verdadera. Es el sexto de siete hermanos nacidos en Salta y en el seno de una familia estrictamente custodiada por un padre dedicado a la fabricación de calzado artesanal. “Tenía ocho años y miraba con mis hermanos el único canal de televisión que llegaba a Salta, el 11. Sintonizamos un programa donde la gente corría, giraba y saltaba. Yo no entendía nada, pero me gustaba”, recuerda con acento italiano, porque se radicó en Verona hace veinte años. “Me quedé solo mirando hasta que en un momento pasó mi padre y le pregunté qué era: son bailarines y eso es danza clásica. Me encantó. Esas palabras me quedaron grabadas en la cabeza. Desde aquel momento supe que quería hacer eso. Bailar.” Pero, cómo comunicárselo a un padre conservador?…
Recién logró tomar su primera clase de ballet a los 18 años, en Bolivia, y rodeado de un grupo de nenas de 10.
Fotos Pilar Bustelo
Pasó mucho tiempo hasta que pudiste alcanzar tu vocación
Mi familia se trasladó a Cochabamba, Bolivia, cuando tenía 18 años. Un día estaba con amigos y uno de ellos mencionó a una conocida que bailaba, y ahí paré las orejas. Casi un año y medio después fuimos con estos mismos amigos a una pista de patinaje y de casualidad nos encontramos con ella. Yo era extra tímido, pero venciendo la barrera me acerqué a preguntarle. Ella ya no bailaba pero me dio información sobre una escuela de danzas. Traté de convencer a mis amigos para que me acompañaran, y nos dimos cita para el día siguiente en la plaza principal de la ciudad. La Academia quedaba a media cuadra de allí. Nunca aparecieron, pero tomé coraje y fui solo. Tenía 18 años. Las primeras tres lecciones las tomé con un grupo de nenas que no pasaban los 10 años y que cuchicheaban y se reían de mí. A la semana siguiente pedí al director de la Academia para que me dejara mirar sus lecciones. Me dijo que sí pero que no me hiciera ilusiones, en ese grupo había chicos que tenían de 4 a 6 años de estudio. Pero yo quería bailar, así es que insistí en probar las lecciones y me esforcé en copiar los movimientos antes de aprender los nombres de los pasos en francés.
Y tus padres sabían?
Mis padres decidieron volver a Salta, lo que me llevó a tomar la decisión de mi vida, seguir o dejar. Decidí seguir. Luego de una larga charla con mi padre, y convencido de lo que quería, ellos volvieron a Argentina y yo comencé mi vida de estudiante solo, con toda la responsabilidad de lo que significa esa palabra.
De ahí a la Escuela del Colón, y de ahí al tango…
En 1983 entré en el Instituto del Teatro Colón en el Curso Especial de Varones. A fines de ese año ya estaba trabajando haciendo pequeños roles en las óperas del Teatro. Al año siguiente fui contratado como Refuerzo de Cuerpo de Baile del Teatro Colón. En 1988, a través de un amigo coreógrafo, supe que había una audición para un espectáculo de tango. Me presenté y quedé. Era Tango Tango, de Juan Carlos Copes. Fue la primera vez que vi a un hombre bailando tango con tanta elegancia. Dije, esto es para vos, Alejandro.
Quienes fueron tus maestros y como llegaste a Osvaldo Pugliese?
Luego de Tango Tango aparecieron mis grandes maestros, reconocidos y respetados no sólo por aquellos que tuvimos la oportunidad de conocerlos, nutrirnos y recibir toda esa inmensa información, sino también por todos aquellos que pertenecían al tango y que el tango les pertenecía. Hablo de Miguel Balmaceda, Antonio Todaro, Pepito Avellaneda. Practicábamos a veces hasta 12 horas por día. Había que asimilar no sólo las figuras, sino también las sensaciones, escuchar la música y darle un sentido a los pasos. Darles intensidad, ponerles peso, sentir el aire y mezclar lentitud con fuerza controlada. No era fácil. Nadie dijo que lo sería, y eso me gustaba. Aprovechábamos al máximo las lecciones que nos costaban mucho dinero. Entre lecciones y prácticas tuvimos la oportunidad de poner a la prueba las primeras coreografías sobre el escenario de La Casa De Osvaldo Piro. Entonces en el 89, el dueño de la sala donde tomábamos clases con Antonio Todaro, nos avisó de una audición para trabajar con una orquesta. No recuerdo si dijo el nombre de la orquesta. Nos dio la dirección y la hora. La dirección era justa, la hora no. Cuando llegamos con mi compañera tocamos el timbre y por un pasillo largo y oscuro salía un grupo de gente. Delante de ellos caminaba un señor anciano. Le preguntamos por la audición, nos dijo “pregúntenle a la señora”. Había terminado una hora antes, pero la señora nos invitó a volver el lunes siguiente. Ese lunes llegamos puntuales. Nos encontramos en un salón grande, los miembros de la orquesta a la derecha, la señora, y el anciano que resultó ser el director, sentado al piano. Llevamos la música en un cassette con algunos tangos, “Recuerdo” y “Tierra Querida”, dos temas que nos gustaban mucho, ejecutados por la misma orquesta y que les habíamos puesto coreografía. Lo que no sabíamos era que estábamos delante del autor del primer tema, y que había compuesto ese tango a sus quince años. Era Osvaldo Pugliese. Seguir leyendo →