Nada más actual que las revistas viejas. Cuando son buenas, tienen siempre esa permamente actualidad de lo anacrónico. Es lo que pasa, en general, con Literal, Contorno y Los Libros, recién reeditada facsimilarmente. Pero más que con ninguna otra pasa, quizás debido a su larguísima historia, con Sur. Curiosamente, las sorpresas no suelen estar en las notas principales de cada número sino más bien en las últimas páginas, en las reseñas y en las “crónicas”.
Hace unos días me topé por ejemplo con este texto breve de Victoria Ocampo, publicado en el número 314 (septiembre-octubre de 1968):
DEFENSA DEL IDIOMA
“Bajo este título, leo en un matutino una justificada crítica acerca del pésimo uso del idioma que se hace en los relatos de matches de fútbol (y aquí me detengo para preguntar por qué se conserva la “t” de matches y se cambia la ortografía de football). De acuerdo sobre “sobre”.
Debajo de esta nota leo otra titulada: “No abusemos de lo escabroso”. Esta vez me sorprende la elección del adjetivo escabroso para calificar la muy moderna encuenta (Kinsey report) del Canal 13 sobre la capacidad genética y posibilidades amatorias del magnate Onassis. Me parece que se trata de un hecho fisiológico que no requiere ningún calificativo de orden moral. En cambio, la indagación (como ésta) de un hecho de la vida privada de un ciudadano (por Onassis que sea) sí merece calificativo: intolerable.
Si defendemos el idioma, defendámoslo no sólo criticando a los relatores de maches de football: las exquisiteces o propiedades del lenguaje le importan un bledo al público al que se dirigen. Más alarmante es llamar con regularidad “audaz” al asaltante cobarde que ataca, bien armado, a pacíficos e inermes empleados o clientes de un Banco (por Banco que sea).
Si mañana se le ocurriera a un Canal de televisión interrogar a un otorrinolaringólogo sobre el último examen de audiometría al que se sometió el multimillonario X., nadie calificaría la cosa de escabrosa. Pero todos estaríamos conformes en que eso es meterse en lo que a nadie (más que al interesado) le importa. Por más oro que tenga Onassis, no existe razón para vengarse así de una riqueza que, dicho sea de paso, no merece mi admiración ni mi envidia.
Admiración despierta en mí el jugador de football que sabe ganarse con los pies lo que en la vida entera ganaremos, la mayoría de los escritores, con nuestra cabeza. Y envidia, sí envidia, siento cuando Pachamé le da un “golpe en el rostro” al zaguero local. O cuando Aguirre Suárez le pega un codazo en plena cara al adversario molesto. Se los expulsa de la cancha. Ya sé. Pero es un castigo pasajero.
En los partidos de “headball” (perdóneseme el mal chiste) que se juegan en otras canchas, nos quedamos con las ganas de proceder en esa forma contundente. Ha de ser muy satisfactoria. Y a lo mejor ni nos expulsarían de la S.A.D.E.”
(La foto de arriba, de 1969, es la del equipo de Estudiantes de La Plata que integraba Carlos Pachamé. Prometo para más adelante otro texto de Ocampo, tal vez más extenso y punzante).