El nuevo número (noviembre/diciembre) de la revista de la Filarmónica de Berlín incluye una larga entrevista al compositor alemán Wolfgang Rihm realizada en Karlsruhe, ciudad alemana que el cronista, en un exceso de entusiasmo, define como una nueva Weimar solamente porque allí viven, además de Rihm, el historiador Boris Groys y el filósofo Peter Sloterdijk. Más allá de este detalle, la entrevista es interesante por distintos motivos. En principio, se le pregunta a Rihm sobre la validez del famoso credo que había formulado en Donaueschingen en 1974: “La música debe ser toda emoción; la emoción, toda complejidad”. Rápidamente, el compositor toma cierta distancia de la frase y no quiere que se la siga a rajatabla: “Palabras como estas se perpetúan en el tiempo y adquieren un aura que no tenían al principio. Cuando dije eso, en Donaueschingen, no era más que una frase. Pero algunos la entendieron como un programa. Eso es lamentable”. Después de algunas consideraciones, no demasiado originales, acerca del sentido de la música (de qué quiere decir la música), Rihm responde: “Nada en la música es real”. Y luego, más adelante: “No soy flemático-melancólico. Soy melancólico-sanguíneo. PREGUNTA: “¿Cómo reacciona un melancólico ante este mundo?”. RESPUESTA: “Lo contempla”. P: “¿Es una contemplación triste”. R: “No. Es una mirada a través de las cosas. No una mirada que quede detenida en las cosas… P: “¿Su música es melancólica'”. R: “Quizás. Pero de ninguna manera es flemática”.
A continuación, un fragmento de Étude d’après Serafín, obra de 1992 (conviene pasar por alto el ballet).
Estos días, en la Kammermusiksaal, el Cuarteto Arditti tocará Grave, pieza de Rihm dedicada a Thomas Kakuskas, miembro difunto de otro cuarteto, el Alban Berg, que está representado por Valentin Erben e Isabel Charisius en la versión para sexteto de Verklärte Nacht de Schönberg.