El escritor que vale más que sus libros

CopiA fin de mes, se distribuye en Argentina el primer tomo (la tapa es la imagen) de la obra de Copi, pseudónimo de Raúl Damonte. En 1992, en un artículo sobre Marcelo Cohen recopilado en Los libros de la guerra, Fogwill había diseñado ya un canon que persiste: Alberto Laiseca, Néstor Perlongher, César Aira, Lamborgini (entiendo que hablaba de Osvaldo, pero habría que  incluir también a Leónidas), Copi y Héctor Viel Temperley. También Fogwill había imaginado una vez un libro hecho de todos los fragmentos de los libros de Aira que hacen explícita una poética. Si alguien se ocupara alguna de hacer ese volumen, muchos, muchísimos de los fragmentos saldrían justamente de su libro Copi, hecho de unas conferencias que dio en 1988.

Escribe allí Aira: “Copi tenía algo de escritor no profesional, no fatal. Podría no haber escrito, podría haber desplegado su genio, el mismo genio que tuvo, en otras cosas, y de hecho lo hizo. Eso lo hace tanto más escritor. Sus libros se nos aparecen como emanaciones de un sistema más amplio.” Una página más adelante: “Copi es tan valioso para nosotros porque su estilo es el de un apartamiento del texto en sí, en dirección al hombre hecho mundo. Es un gran escritor porque en él la literatura se disuelve, es decir, llega a una culminación, que no es una realización. Su obra, valiosa como lo es en sí misma, vale menos que él; o que esa forma de su persona que es su trabajo. Su apelación a distintos géneros, su minimalismo, su recurso a los géneros menores, todo coincide en hacerlo un artista en acción, menos una obra que un artista. Esa es la ascética de Copi, y de la literatura”.

La vuelta de Fidelio

Fidelio (partitur)Una vez, Borges le preguntó a Pedro Henríquez Ureña si le gustaban las fábulas. “No tengo nada en contra de los géneros”, respondió Henríquez Ureña. Algo un poco parecido pasa con la ópera. No se tiene nada en contra del género, pero aquello que a uno le gusta son algunas, sólo algunas, óperas. Determinar cuáles son esas pocas, no es fácil. Cada uno podrá confeccionar esa lista de predilecciones como mejor le parezca. Siempre, sin embargo, suele ser problemática la inclusión de Fidelio, la única ópera de Beethoven. Son pocos lo que partirían una lanza por Fidelio, y varios los que están dispuestos a mostrarse indulgentes ante sus aparentes deficiencias dramáticas (la misma indulgencia a la que otros, o los mismos, recurren para hablar de las óbras escénicas de Robert Schumann, Genoveva y Escenas del Fausto, obras maestras que ni siquiera ahora, en el bicentario de su nacimiento, están programadas).

En nuestro país, un defensor de Fidelio fue Juan Carlos Paz, tan reticente en general con todo el género lírico. No menos asombroso es el elogio que el compositor Kurt Weill le prodigó en una encuesta sobre Beethoven publicada en el Magdeburgische Zeitung el 27 de marzo de 1927 (El texto está ahora recogido en el volumen de Weill Musik und Theater. Gesammelte Schriften, Berlín, Henschel, 1990). Dice allí Weill: “No es fácil hacerle justicia a Beethoven en el espacio estrecho de un artículo periodístico. ¿Por dónde empezar? Tal vez habría que hacerlo por la magnífica Fidelio, que yo pondría al lado de Don Giovanni y de La flauta mágica como la obra más hermosa de toda la literatura operística. En mi opinión, Fidelio es un eslabón insoslayable en el desarrollo de la ópera. El compositor rompe aquí la forma de la tradición clásica y la amplía para permitir una expresión de la más pura humanidad. En esta ópera aparece, creo que por primera vez, un pensamiento filosófico, el de la libertad, puesto musicalmente en forma”.

Dentro de pocos días, el 9 de abril, en el inicio de la temporada de Buenos Aires Lírica, Fidelio subirá a escena en Buenos Aires con un reparto que integran entre otros Carla Filipcic Holm, Enrique Folger, Homero Pérez-Miranda y Hernán Iturralde. La dirección musical será de Guillermo Brizzio.

Acá la obertura, dirigida por Nikolaus Harnoncourt.

Argerich toca Chopin

Entre todos los festejos (maratones de conciertos, souvenirs y objetos de toda condición) por el bicentenario de Frédéric Chopin, será difícil que algo sobrepase la edición de este disco. Argerich plays Chopin (Deutsche Grammophon) reúne grabaciones, hasta ahora inéditas, que la pianista Martha Argerich realizó de 1959 y de 1967. Se encontraron en los archivos del RIAS Studio, de Berlín; de la WDR (Westdeutscher Rundfunk), de Colonia, y, en el caso de la Tercera sonata , en la Hochschule für Musik. Más que hacer un comentario crítico (puede leerse la reseña en el sitio del diario), conviene escuchar la versión del Estudio O p. 10 N° 4:

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Y quizás también ver este video de un año intermedio, 1965, con la intervención en el Concurso Chopin.

Vuelve Lulú

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La revista de música Lulú, que dirigió el crítico Federico Monjeau, se publicó a principios de los años noventa. Hace años que ninguno de sus cuatro números se conseguía, aunque poco tiempo atrás una parte considerable de sus textos empezaron a estar disponibles en el sitio Bazar Americano. En estos días, se está distribuyendo la edición facsimilar de esos cuatro números reunidos en un solo volumen que publicó la Biblioteca Nacional. (La imagen de arriba es el diseño del número 1, por el pintor Juan Pablo Renzi).

A los números originales, la edición le suma varios otros textos, que funcionan a modo de homenaje o de dossier (cada número de Lulú incluía justamente un dossier), entre ellos uno de Beatriz Sarlo, del que proceden los siguientes párrafos:

“Contra toda probabilidad, en una época en la que los fuertes agrupamientos estéticos habían caducado, Lulú provocaba el entusiasmo vanguardista que llegaba como un viento de otros tiempos pero que no era arcaico ni agitaba un vademécum de citas, sino un modo todavía vigente (eso estaba, sin duda, en la discusión) de la dinámica del arte. Lulú era la actualidad y la hacía gente joven. En un momento en que el adjetivo ‘posmoderno’ se usaba a troche y moche, Lulú no era postmoderna. Por el contrario, desde su mismo nombre, se embanderaba con las vanguardias que, todavía en los albres del nazismo, le iban a dar a la música del siglo una obra emblemática (y, quizá por eso mismo, polémicamente inconclusa).

Seguramente los historiadores futuros corregirán esta impresión optimista que tiñe los dos años de la revista. Lo que no podrá corregirse es mi sensación de pertenecer a Lulú, aunque nunca publiqué nada allí. Las revistas importantes suscitan este tipo de identificación (y un género similar de hostilidades, tan intensas como las identificaciones).”

Música entre los libros

Hace un par de semanas (y dos post atrás) se adelantaron algunos de los conciertos de música contemporánea previstos para 2010. Ayer se agregó un eslabón más con el anuncio de la programación de la Biblioteca Nacional. Tal vez sea un poco injusto limitar a estos conciertos todas las actividades del año en ese lugar, pero por varias limitaciones (intereses, tiempo, caprichos) no nos ocuparemos por ahora sino de ese aspecto (aunque esperamos con ansiedad, en el campo de las publicaciones, la edición de Borges, libros y lecturas, la anotaciones de Borges en sus libros conservados en la biblioteca).

El ciclo Músicas en singular que programa Gerardo Gandini tendrá cuatro conciertos: en el primero (25 de agosto), la Compañía Oblicua dirigida por Marcelo Delgado estrenará tríos de Julio Viera, Marcos Franciosi y el propio Delgado. En el segundo (8 de septiembre) la pianista Silvia Dabul y el barítono Guillermo Anzorena presentará con programa de lieder de Salvatore Sciarrino, Luis Mucillo y Luciano Berio. Luego (29 de septiembre) el Quinteto Sonoraza que dirige Santiago Santero interpretará el monodrama Ocho canciones para un rey loco, de Peter Maxwell Davies. (Aquí un fragmento en otra versión)

Finalmente, el 13 de octubre, un trío integrado por Andrea García (piano), Eduardo Spinelli (clarinete) y Martín Devoto (violonchelo) tocará obras de María Cecilia Villanueva, Marcelo Toledo y Helmut Lachenmann.

No menos importantes serán los conciertos monográficos dedicados a los argentinos Luis Mucillo (21 de julio), Carmelo Saitta (11 de agosto) y Manolo Juárez (18 de agosto).

En la misma línea habría que inscribir la reciente edición facsimilar de Lulú, la revista de música que dirigió hace ya casi dos décadas Federico Monjeau.

Durante la presentación de la programación, Ezequiel Grimson, director de cultura de la Biblioteca, comparó la relación entre el compositor Alberto Williams y el escritor Paul Groussac (director en su momento de la Biblioteca) con la de Horacio González y Gerardo Gandini. Seguramente algo de eso haya influido en la decisión de la Biblioteca de programar música actual.

La venta de Abbey Road: discográficas en crisis

abbey-roadLos estudios Abbey Road, ya célebres en la música clásica cuando los Beatles sacaron un disco con ese nombre, fueron puestos en venta por el sello EMI. Todavía no se sabe si venderán también la marca (ese señuelo para quienes crean que su música será mejor por ósmosis atmosférica y nominal), que algunos imaginan que puede ser más aun cara que el edificio mismo. La decisición EMI de vender la propiedad, que adquirió en 1929 por 100.000 libras, procede de la desesperación de la compañía por saldar una deuda colosal con el Citigroup. Seguir leyendo

Novedades contemporáneas (y un acordeón)

Después de estos meses de escasa, casi nula, actividad en la escena de la música contemporánea local, se anunciaron ya algunos de los ciclos del año. En diciembre, junto con toda la programación del Complejo Teatral de Buenos Aires, el del ciclo del Teatro San Martín, que volverá a empezar con la presentación de una orquesta grande, esta vez la Filarmónica de Buenos Aires (Alejo Pérez será nuevamente el director) con la Sinfonía n° 4 de Charles Ives en la que intervendrán el pianista Dimitri Vasiliakis y el Grupo Vocal de Difusión que dirige Mariano Moruja. A esto habría que agregar las temporadas ya anunciadas del CETC y del TACEC. Faltan todavía los anuncios de los conciertos de la Biblioteca Nacional, quizás la prometida reanudación del ciclo que Juan Ortiz de Zárate dirige en el Centro Nacional de la Música, y seguramente varios más que irán conociéndose a medida que avance el año.

Pero desde 2008, la temporada contemporánea se inicia con el ciclo “Instrumentos solos” que coordina el violonchelista Martín Devoto en el Centro Cultural de España en Buenos Aires (CCEBA), y que además de piezas del siglo XX y XXI para los instrumentos elegidos (esta vez oboe, acordeón, corno di bassetto, clarinete y marimba) suele incluir primeras y segundas audiciones de compositores argentinos. Este año, los compositores serán Germán Cancián, Julio Viera, Jorge Horst, además del compositor boliviano Cergio Prudencio. Igual que en los años anteriores, habrá clases abiertas y seminarios. Todas estas actividades, y naturalmente los conciertos, se transmitirán en vivo por Internet. El miércoles 3 de marzo, la oboísta Pilar Fontalba dictará el primer seminario, y el sábado siguiente se realizará el primer concierto. La programación completa puede consultarse aquí. Uno de los momentos más interesantes y menos frecuentados serán el seminario y el concierto dedicado al acordeón. Lo que sigue es una de las obras que se interpertarán en el ciclo: la conmovedora De Profundis, de Sofia Gubaidulina. En este caso, la intérprete es Nancy Laufer. En el Cceba, la pieza será tocada por Esteban Algora.

Una belleza fea

El jueves pasado, el New York Times publicó un larguísimo y muy buen artículo de David Hajdu sobre Fred Hersch, el pianista que tocó hace unos meses en el Festival de Jazz de Buenos Aires. Más allá de los comentarios sobre su lucha contra el SIDA (la historia circuló abundamente en los medios argentinos antes y durante su visita), son notables en ese texto del NYT una observación de otro pianista, Jason Moran, y la respuesta del propio Hersch.

Dice Moran: “Como la manera de tocar de Fred es tan hermosa, alguna gente no lo toma tan en serio como debería. Me parece que algunos escuchan allí solamente flores, pero creo que hay un suelo muy profundo. Realmente, no entienden nada de lo que está pasando. Tal vez si él chillara y sacudiera los ojos, entenderían algo. Pero Fred no hace teatro. Al piano, Fred es como LeBron James en la cancha de básquet: perfección.”

“El elogio que más suelo recibir es: ‘Tocaste de manera realmente hermosa.’ Siempre me gustaría decirles algo más porque, bueno, eso quiere decir: es lógico que un gay toque líricamente y sea un gran intérprete de baladas. Pero la verdad es que no me importa lo que piensa la gente. Pienso que la música debería ser bella. No pasa nada malo con la belleza. Me atraen la belleza y el lirismo…”

Días después, Peter Hum hizo en su sitio Jazz blog un penetrante comentario acerca de estas dos declaraciones, sobre si sigue siendo un elogio el señalamiento de ese tipo de belleza. Afortunadamente, la pregunta no alude Hersch, dotado de esa sencillez angélica de la que habló alguna vez el crítico Gary Giddins. Se refiere al destino de la “ugly beauty”, la fea belleza de la que hablaba Thelonious Monk y que nombra uno de sus temas.

Dice Hum: “No pretendo validar la belleza ‘convencional’ sobre la belleza ‘fea’ sino preguntarse sobre esa relación, sobre un tipo de artesanía que pueda combinar ambas estéticas, y un oyente que pueda apreciar ambas sensibilidades… Propongo Survivor’s Suite de Keith Jarrett como un ejemplo del modo en que la belleza convencional y la belleza fea pueden coexistir bellamente.”

Aun así, considerando que la categoría de lo feo incluye la categoría de lo bello, o como dijo Adorno, que “lo bello ha brotado en lo feo antes que al revés”, tampoco podemos renunciar a lo feo. La conjunción contenida en la “fea belleza” acierta porque señala de algún modo que lo feo nos muestra lo bello (que es irrenunciable e indefinible) por oposición: sólo en lo feo encontramos lo bello. ¿Pero es posible todavía una belleza sin lo feo? ¿Tenemos todavía derecho a ella?

No hay cena gratis

RingUn amigo suele repetir esa frase para dar a entender que, por más gratuitas que parezcan algunas cosas, alguien, quizás en el punto más lejano de la cadena económica, las paga. La menciono a propósito de una discusión (que circuló hace unos días pero descubrí ahora) sobre el altísimo presupuesto de una producción de Der Ring des Nibelungen, de Richard Wagner, en la L. A. Opera. El cantautor David Byrne manifestó su indignación por semejante despilfarro. No está mal. 32 millones de dólares es verdaderamente demasiado dinero para cualquier ópera (incluso considerando que el Anillo comprende cuatro óperas) y para un público (no muy numeroso) que sólo en parte (una parte mínima) tiene interés en Wagner, mientras que el resto ocupa su butaca para circular luego socialmente en el foyer. Seguir leyendo

Malos poetas

La reedición de The Stuffed Owl. An Anthology of Bad Verse, volumen editado por D. B. Wyndham Lewis y Charles Lee, sumada a la reciente publicidad de Coca Cola Light en la que el escritor Fogwill lee en off su poema “Llamado por los malos poetas”, abreviado y retocado, me hicieron acordar de un articulito breve del poeta checo Miroslav Holub que traduje hace unos años para Diario de Poesía.

Pero primero Fogwill: la publicidad y una lectura del poema por el autor en el Festival Internacional de Poesía de Rosario 2008 (el poema completo se puede leer aquí).

El ensayo de Holub era en realidad la reseña de un libro muy parecido a The Stuffed Owl titulado Very Bad Poetry (1997), antología preparada por los hermanos Kathryn y Ross Petras, autores también de The 776 Stupidest Things Ever Said. Dice, entre otras cosas, Holub:

“En la práctica cotidiana, la poesía se divide en buena poesía, la escrita por nosotros, y mala poesía, la escrita por otros, sobre todo por aquellos a quienes su filosofía y sus supersticiones o ilusiones convierten en extraños a nosotros mismos, o bien por quienes pertenecen a otro grupo o generación. El umbral objetivo de la calidad o aceptabilidad es, pese a las certezas de los críticos y teóricos, bastante vago […]

¿Cuáles son las características de la mala poesía? Los hermanos Petras observan que existe un talento especial según el cual el anticlímax sobreviene en el momento equivocado, las palabras incurren en una absurda contradicción con el pathos, y se verifica un derroche apasionado de los artificios y recursos literarios. Creo que es posible derivar de aquí una lección general e independiente del tiempo: que la poesía fracasa en la reiteración inexperimentada y obsesiva de verdades ordinarias y en la formulación solemne de seudorreflexiones que no resistirían un contexto ‘no poético’. Para decirlo en otras palabras, el fracaso se debe al remedo burlesco de un poeta que piensa que es una mariposa cuando en realidad es un gorgojo…

Pensemos en esto: la seriedad es uno de los requisitos de la poesía muy mala.”