Una pianista oriental

Es probable que para muchos el nombre de Toshiko Akiyoshi no signifique mucho, y mucho menos aluda al jazz. Sin embargo, esta pianista china de padres japoneses nacida en 1929 que Oscar Peterson descubrió durante una gira en Japón hacia 1953 es no sólo una instrumentista original; también sería más adelante una considerable arregladora para su propias big bands y orquestas. En este video de 1958, en el que todavía se la ve con kimono, es evidente el influjo de Bud Powell, uno de sus maestros.

Más intersante es el disco Kogun (1974) publicado por RCA y ahora reeditado en la Argentina por Sony. Aquí el proyecto es el de la big band que formaba con su marido, el saxofonista Lew Tabackin. A propósito de las big bands, una cita de Akiyoshi extraida del libro de entrevistas The Great Jazz Pianists (Da Capo, 1989):

“Cuando tocaba en grupos pequeños, estaba interesada solamente en el instrumento. Después me interesé en la escritura, y la razón por la que lo hice es que no podía seguir expresándome únicamente con las dos manos. Además, no tengo manos demasiado grande ni un nivel muy alto de virtuosismo. Por otro lado, no había para mi gusto suficiente color. Si uno compara la música para piano con una pintura en blanco y negro, la orquesta parece entonces una pintura en color. Eso es lo que yo que quería. Del mismo modo que un pintor necesita un amarillo o un azul, yo necesito un instrumento de viento […] El papel del piano en una big band es muy limitado. En realidad, el piano podría eliminarse de la banda.”

KogunDe ese disco, el tema que lo titula, “Kogun”, el único además en el que se paga tributo fugazmente al origen oriental de la pianista.

03 Kogun

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La primera vez

LavanderaHoy, viernes, el pianista Horacio Lavandera abrirá la temporada de este año de del Centro de Experimentación del Teatro Colón. Pero quizás el repertorio más interesante sea el de la siguiente presentación de Lavandera, la del domingo a las 17 hs, también en el CETC. Ese día interpretará por primera vez en Buenos Aires la Sonata No. 3 de Pierre Boulez y la Sonata No. 1, de Gerardo Gandini, también hasta donde sé por primera vez, no solo esa obra sino en general música de Gandini.

Para quienes no conozcan esta última sonata, se puede escuchar aquí el primer movimiento, en una versión del propio Gandini grabada en el Goethe-Institut y publicada en 2001 por la revista Clásica, en un CD de homenaje por los 65 años del compositor. 

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Madame Yvonne

La muerte, anteayer, de la pianista Yvonne Loriod implica en principio la pérdida de una de las intérpretes más comprometidas y extraordinarias de la música del siglo veinte. Salvo algunos blogs y algunos medios extranjeros, casi nadie reparó en la ausencia ya definitiva de esta mujer que estrenó, entre otras obras fundamentales, la Segunda sonata de Pierre Boulez, y también sus Structures II con el compositor en el segundo piano, la Sonata de Jean Barraqué, además de las muchas de las obras de su marido, el compositor Olivier Messiaen. Aquí, justamente un fragmento la obra Des Canyons aux Etoiles:

 

Hacia los años sesenta, los dos, Loriod y Messiaen estuvieron en Buenos Aires y ella tocó en los Conciertos del Mediodía del Mozarteum argentino. El programa de Loriod incluía la Suite en mi, de Rameau, la Fantasía en Do menor, de Mozart, tres de los Estudios, de Debussy y, de Messiaen, Le Baisier de L’Enfant Jesús y L’Esprit de Joie. La elección tal vez resulte ahora un poco desconcertante, aunque mantiene en realidad una rigurosa consecuencia: Rameau, Mozart y Debussy eran tres de los compositores favoritos de Messiaen, y solía además enseñarlos en sus clases de análisis.

Del lado de Sol (Gabetta)

Menos de 48 horas después de la gala de reapertura del Teatro Colón, el 26 de mayo, habrá en Buenos Aires otro acontecimiento: la visita, programada por el Mozarteum Argentino, de la cellista Sol Gabetta con la Kammerorchester Basel. Luego, en noviembre, tocará en el Colón el concierto de Edward Elgar, pero ahora, este mes, la interpretación tendrá como base de operaciones su disco dedicado a los conciertos para cello de Leopold Hofmann, Joseph Haydn y W.A. Mozart. En esta presentación, quedarán el primero y el segundo (en realidad, el de Mozart no había sido escrito originalmente para el instrumento). Para quienes todavía no la hayan escuchado ni visto, aquí una muestra, muy mínima, justamente del último movimiento del concierto de Haydn, que podría escucharse como una radicalización de la escritura para cello de Hofmann. Confío en que quienes sí la hayan escuchado no encontrarán innecesario hacerlo una vez más.

 

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El macabro siglo XX en el Colón

La noticia, dicha casi al pasar por el director del Colón Pedro Pablo García Caffi en una reunión con periodistas, de que las próximas temporadas líricas incluyan (o aun se inicien) con una ópera de la segunda mitad del siglo XX, y que esa ópera será en 2011 Le Grand Macabre de György Ligeti, mereció ya varios comentarios. Pola Suárez Urtubey dedicó su columna al tema y Martín Liut también tocó en su blog el asunto (y posteó asimismo el video que se puede ver aquí a continuación). Suárez Urtubey se concentra en los problemas de la puesta, en la polémica entre el compositor y Peter Sellars, el responsable de la régie en el estreno de Salzburgo, y en la que traería a Buenos Aires la compañía catalana Fura dels Baus. Liut especula más bien acerca de las posibles (diría aun: probables) reacciones de los plateístas del Colón.

De algún modo, volviéndose contra el género lírico, Ligeti se atiene a ese mismo género, acaso por esa idea de que cuanto más se acercaba la ópera a la parodia, más cerca estaba de su esencia (si es que existe tal esencia).

Habría que pensar también cuántas óperas de semejantes dimensiones se compusieron durante la segunda mitad del siglo XX. Por lo pronto, para el 2012 podría planearse una puesta de San Francisco de Asís de Olivier Messiaen.

Fantasías de ayer y hoy en el sofá: dos discos

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El nombre tiene dos lados, dejando al margen los dibujos animados, uno actual y otro de hace un cuarto de siglo. La fantasía animada de hoy es el disco del guitarrista Juan Pablo Arredondo que lleva ese mismo título, y en el que tocan Rodrigo Domínguez (saxo tenor), Luis Nacht (saxo alto), Herán Merlo (contrabajo) y Eloy Michelini (batería). El disco integra el lanzamiento del flamante sello independiente Sofá, que incluye también Parábola, del Hernán Merlo Neo4tet, y El silenciero (pensemos en Antonio Di Benedetto) del saxofonista Andrés Hayes. Todos comparten, además del sello, ciertos supuestos estéticos; entre ellos el imperativo de la composición: no hay en ninguno de estos discos temas que no sean de esos mismos músicos.  

Del primero de los discos, justamente el tema “Fantasías animadas”:

Arredondo

HorowitzEl otro lado del post, el de hace 25 años, es la publicación en Sony de The Legendary Berlin Concert. 18th. May 1986, del pianista Vladimir Horowitz. Después de muchos años de no tocar en Alemania, Horowitz ofreció este concierto en la Berliner Philarmonie. Podrían decirse muchas cosas de este registro, sobre todo del modo en que el pianista ilumina y fragmenta de manera completamente inusual Kreisleriana de Robert Schumann, y el Soneto 104 de Petrarca de Liszt. Aquí, el Estudio op. 2 n°1 de Scriabin, quizás el compositor que mejor comprendió:

03 Skrjabin – Etude cis-Moll op. 2 Nr. 1- Andante

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Lectores y feriantes

Ayer se inauguró una nueva Feria del Libro, la número 36. Se supone que allí lo importante es el lector (“Del autor al lector”, solía ser la consigna; ahora ya no sé). Pero esta consideración sobre la lectura del escritor argentino Sergio Chejfec (un pasaje de la entrevista que publicó el sitio Godot) es válida no solamente para los libros; toca también a otras artes.

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Busto y topless ideológico

beethoven-bustoDespués de más de un año, el viernes pasado volví a entrar al Teatro Colón por motivos periodísticos que ahora no vienen al caso. No voy a referirme aa las obras de restauración ni a la reapertura sino a un detalle infinitamente menor: el busto de Beethoven que solía estar al lado de la oficina de prensa. Cuando llegué al foyer lo busqué enseguida. Ahí estaba todavía. (Puede verse en la foto movida, un poco fantasmal, que saqué con el celular). Hace un tiempo, cuando el teatro cumplió cien años, escribí para el catálogo de una muestra en la Biblioteca Nacional, este texto sobre el busto. Lo que era válido entonces (y creo que fue válido desde mucho antes) sigue siendo válido ahora:

Situada un poco a la derecha de la entrada de la calle Libertad, la escultura de la cabeza de Beethoven es un enclave en el Colón. Mas allá de la utilidad eventual (cualquier asistente consuetudinario habrá dicho alguna vez “nos encontramos en el busto de Beethoven”), podría resultar interesante preguntarse por la función simbólica –el poderío emblemático– de esa escultura que el italiano Antonio Sassone hizo en 1948 y tituló Misa Solemne.

La verdad es que, en su materialidad, es algo más y algo menos que un busto: se trata realmente de una cabeza colosal, de apariencia hidrocefálica, cuyo gesto rígido, riguroso, evoca el vaciado de una mascarilla funeraria. Colabora con este efecto de máscara mortuoria el hecho de que los ojos estén cerrados y, sobre todo, el rictus grave, casi el labrado de una tardía vacilación metafísica.

Aunque suele olvidarse (varios directores incurrieron en ese olvido), el Colón es, antes que nada, un teatro lírico. Se sabe también que Fidelio, la única ópera que escribió Beethoven, no es lamentablemente una de las piezas centrales del canon operístico. Aun así, Beethoven es el primer olímpico con el que se topa el visitante casual que decide entrar a la sala por la entrada principal. Como recepcionista, esa figura queda sobrando en las fiestas galantes de las funciones de gran abono, animadas por apócrifos lacayos ataviados en el más puro rococó dieciochesco. Para quien preste atención, Beethoven resulta allí disolvente, escandalosamente antisocial en un sitio eminentemente social. Es el lugarteniente de una idea de la música que el fenómeno de la liturgia melómana personifica equívocamente. Los ojos de Beethoven que imaginó Sassone están cerrados al mundo, pero abiertos a su propia subjetividad. En el abismo que abren los párpados cerrados habita el tópico de “lo genial”, ese epíteto residual del romanticismo cuyo uso restringido se perdió hace mucho tiempo y que reviste ahora con su pátina prestigiosa un repertorio por lo general derivado del lenguaje histórico antes que de la singularidad.

De algún modo, ese busto de Beethoven representa el concepto de música absoluta. Obsolescente, parte del repertorio lírico que entusiasma a muchos abonados necesita del drama de la trama. La música absoluta, en cambio, depara un drama abstracto, sin intriga, libre de afectividad. Gran parte del público que asiste al Colón espera que le cuenten –que le canten– una historia; busca, además de la irrenunciable expectativa social, cercanía. El Beethoven de Sassone es la mala conciencia de la autonomía en un recinto heterónomo. Llegan últimamente noticias de que hay planes de mover el busto y llevarlo enfrente, a la Plaza Lavalle. Corre la superstición de que trae mala suerte.

Una vieja lección de periodismo

die_fackelHace tiempo que quería traducir para este blog el editorial que Karl Kraus escribió en el número 1 de Die Fackel (La antorcha) la revista que él mismo editada, dirigía y escribía. Y habría querido hacerlo para imponerme la obligación de seguir leyendo a Kraus. Él, como apenas unos pocos más, son escritores que nunca se terminan, que duran toda la vida. La reciente publicación de En esta gran época (Libros del Zorzal), muy bien preparada por Marcelo G. Burello, me exime por desgracia de esa tarea. Algunos fragmentos, agudamente actuales, de ese editorial fechado en abril de 1899:

“En una época en la que Austria amenaza con irse a pique aun antes de la solución para el aburrimiento agudo que desea el ala radical, en días que le han deparado a este país extravíos sociales y políticos de todo tipo, y ante una opinión pública que entre la perseverancia y la apatía halla su sustento lleno de lugares comunes o del todo carente de ideas, el editor de estas páginas –hasta ahora un glosador que se mantuvo en un lugar marginal y poco visible– propone lanzar un llamado a la lucha. Quien osa hacerlo no es, para variar, alguien que se separó de un partido, sino un periodista de opinión que también en cuestiones políticas considera que los ‘salvajes’ son los mejores y que desde sus puntos de observación no se deja seducir por ninguna de las posturas expresadas en el Parlamento. Con alegría lleva en la frente el odio de la falta de ‘convicciones políticas’ que muestra ante los fanáticos del club y los idealistas de facción. […]

La puntillosa tramitación por la que el denominado ‘espíritu de época’ debe pasar para llegar a instancias superiores ha de seguirse en sus sinuosos caminos a cada situación que se presente. En lo que hace al observador desprejuiciado, ha de ocurrir a fin de poder repartir equitativamente la culpa entre el gobierno y los partidos: ministros que no violan una sola y única ley, a saber , la de la desidia, en virtud de la cual este Estado aún se mantiene; diputados cuya conciencia perturba cualquier otra lengua menos la ‘íntima jerga oficial’, y que discuten constantemente por la inscripción en las escupideras fiscales, mientras que el pueblo confía sus necesidades económicas a discretísimos sacerdotes, cual secreto de confesión. Por lo tanto, La antorcha quisiera alumbrar un país en el que –a diferencia del de Carlos V– nunca sale el sol.”

Cuatro manos en silencio

La operación, la ocurrencia, consiste en lo siguiente: tomar la filmación que los pianistas de jazz Keith Jarrett y Chick Corea hicieron en Tokio del Concierto para dos pianos K. 365 de Mozart, quitarle el sonido, montarlo de manera que nunca se los vea tocando el piano, limitarlo temporalmente y decir que es una versión de 4’33” de John Cage. He aquí el resultado.

¿Por qué no es lícito creer (y yo creo que no es lícito) que esto es 4’33’’? En principio, diría, porque no hay intención de que lo sea. Pero la intención podría ser también desdeñable. La broma sigue mostrando un costado fallido. Finalmente, 4’33’’ no consiste en la supresión del sonido, sino en la irrupción del silencio; un silencio que, consecuentemente, sirve para atender al ruido. Pero el ruido que atendemos no es el que había en Tokio: es el de nuestra habitación (por ejemplo, yo ahora oigo un llanto por la ventana, un televisor lejano) y el zumbido sordo del video.

Aquí una lectura intencional de David Tudor. (Es asombroso que más de medio siglo después esa provocación de Cage depara algunas modestas perplejidades).

 

Y por último: el Concierto para dos pianos de Mozart en una versión muy temprana de Barenboim y Ashkenzy (sólo el primer movimiento):