La única intervención son los anteojos oscuros. Pero si no estuvieran, Franz Liszt seguiría siendo una estrella contemporánea. El afiche, que adorna las calles de algunas ciudades europeas, anuncia el festival Lisztomania y evoca el 200 aniversario del nacimiento (22 de octubre de este año) del que acaso sea el mayor innovador musical del siglo XIX, con conquistas que se proyectan al XX y al XXI. En sus Memorias, el compositor argentino Juan Carlos Paz incluye una entrada con el título “Amigo Franz, innovador”. Refiere allí algunas de esas invenciones: buena parte de la música de Richard Wagner, el arte de la reducción para piano, la “psicología del timbre”, el pianismo actual, el poema sinfónico y, en grado no menor, el modelo moderno del virtuoso como héroe de su instrumento, además de expandir formas conocidas (el preludio, la sonata y el concierto). Escribió una inesperada Bagatela sin tonalidad y, como observa Paz, con Nuages gris, que aquí puede escucharse en una versión de Alfred Brendel, prefiguró, de manera muy incipiente, la escritura serial.
El director como artista
Hace poco, cuando le dieron el Musical American Award como “Músico del año”, el director Riccardo Muti pronunció un discurso algo histriónico, pero particularmente inspirado. No se puede agregar mucho más. Eso sí, son casi diez minutos, pero hay que escucharlo hasta el final.
El 2010 y sus mejores
Primero los diez, un número como cualquier otro, tal como se publicaron hoy en el diario:
1. Daniel Barenboim. Con la Orquesta de Diván.
2. András Schiff. En el Teatro Colón.
3. Homenaje a Luigi Nono. Música Contemp. del TGSM.
4. Sol Gabetta. En el Teatro Coliseo.
5. Sinfonía N° 8, de Mahler. En el Argentino.
6. Jean-Yves Thibaudet. En el Teatro Colón.
7. Horacio Lavandera. En el CETC.
8. Karin Lechner y Sergio Tiempo. En el Teatro Colón.
9. Not I y For Samuel Beckett. Ciclo de Música Contemporánea del TGSM.
10. Orquesta Estable del Argentino. Obras de Tauriello, Berg y Beethoven.
A esos nombres , me gustaría sumar otros que no entraron en los diez: El Gran Teatro de Oklahoma, la ópera de Marcos Franciosi (en el Tacec, el centro de experimentación del Teatro Argentino de La Plata); los conciertos de las pianistas Silvia Dabul (en el CETC) y Susana Kasakoff (en el Centro Nacional de la Música); dos funciones de la Filarmónica de Buenos Aires: la que dirigió Günter Neuhold, con la actuación del violinista Nemanja Radulovic y el estreno de Corpus Christi. Visiones del Grial, de Luis Mucillo; también la que dirigió con Eiji Oue, donde se escuchó Diario VI-Tres piezas para orquesta, de Gerardo Gandini.
A propósito de Gandini, querría agregar también “Territorio Gandini”, el homenaje que se le realizó al compositor por los veinte años del CETC.
Fuera de algunos discos (Ten de Jason Moran y Jasmine del dúo Keith Jarrett- Charlie Haden) y de la visita a la argentina de McCoy Tyner, no fue un buen año para el jazz. Murieron muchos próceres: Abbey Lincoln, Hank Jones, Ed Thigpen, Herb Ellis, Lena Horne, James Moody, y, hace tres días, el pianista Billy Taylor. De él, justamente, del hombre que creía que el piano reflejaba la historia entera del jazz, este video (con Thigpen, Lee Konitz en saxo alto y Warne Marsch en saxo tenor) como despedida del año.
El tiempo del que escribe
El tiempo del que escribe, música o palabras, no se parece a ningún otro. Es el tiempo sin tiempo de la disponibilidad. Es probable incluso que el tiempo sea aquello que distingue distintas maneras de escribir. Por ejemplo, lo que caracteriza a la escritura periodística es, como dijo alguien una vez, la falta de tiempo. Pero los tiempos de escrituras menos impelidas por la perentoriedad de los cierres pertenecen a otra dimensión.
En el librito colectivo El efecto Libertella, recopilado por Marcelo Damiani y recién publicado por la editorial Beatriz Viterbo, hay un texto de César Aira sobre Héctor Libertella, pero lo más interesante no es allí lo que anota sobre él sino sobre esa extraña temporalidad:
“Nuestro oficio, eso lo sabemos bien, consume tiempo más que cualquier otra cosa. Pero no mero tiempo lineal y utilitario, como el que llevaría hacer casas o arar el campo, sino un tiempo de formas raras, retorcido, vuelto sobre sí mismo, perdido, recuperado, un tiempo que asoma sus puntas en rincones inesperados, y se curva, o se ahueca, o se diluye. Tan imprevisible se vuelve su formato que nunca podríamos saber qué parte es importante: de ahí que lo necesitemos todo, para que sea él, no nosotros, quien decida.”
Barenboim, contra los recortes en la cultura
Además de dirigir Die Walküre de Wagner, Daniel Barenboim, aprovechó la apertura de la temporada de La Scala, para objetar los recortes en los presupuestos culturales en Italia y en el resto de Europa (problemas semejantes hay, por ejemplo, en Holanda). Lo hizo además con la lectura del artículo 9 de la Constitución Italiana. Aquí está el discurso completo, pronunciado, contra todo protocolo, en plena gala.
Nuevas vías
Desde hace dos días, este blog tiene también página en Facebook. Este lugar seguirá siendo la base de operaciones, pero allá habrá en los próximos días novedades de otro tipo.
Una infidelidad fiel
El último número de ADN incluye un comentario sobre las versiones que el tenor Mark Padmore y el pianista Paul Lewis grabaron para el sello Harmonia Mundi de Winterreise y Die schöne Mullerin, los dos grandes ciclos de canciones de Franz Schubert. Se mencina allí una particularidad sobre una decisión que Lewis toma en “Der Leiermann” (El organillero), última canción de Winterreise. Es posible que tal como está explicada, y sin partitura además, no resulte del todo clara: “Lewis integró una apoyatura como nota del acorde siguiente. Sin entrar en consideraciones técnicas, baste decir que esta decisión –en contra de lo que prescribe la partitura– introduce una disonancia impropia (el choque del re sostenido con el mi), aunque pertinente para nuestra época y de una desolación sin atenuantes, muy en línea con el carácter schubertiano”.
Tal vez convenga contrastar esa lectura con otra sin transgresiones. Basta prestar atención solamente al piano y confrontar, para darse una idea, los treinta primeros segundos de la versión de Dietrich Fischer-Diskau y Jörg Demus de 1966:
con la reciente (2009) de Padmore y Lewis:
Es la vieja pregunta por la interpretación: la licitud e ilicitud. Una vez, le hablé de esta versión a Fogwill (conocido devoto de los ciclos schubertianos) y me dio una explicación sensata: el piano trata de imitar el organito, pero el organillero está aterido, casi congelado; sería difícil que hiciera bien la apoyatura.
Suele pasar que para ser fiel en un orden superior hay que ser a veces, como Lewis, infiel en el detalle.
Mahler en el Luna Park
El jueves y el viernes que viene, se escuchará en el Luna Park la Sinfonía n° 8 de Gustav Mahler, conocida también como la “Sinfonía de los mil” Se trata de la misma versión que Alejo Pérez dirigió en septiembre en el Teatro Argentino de La Plata, con los cuerpos estables de esa sala.
Una orquesta numerosa, dos coros, coro de niños y ocho solitas vocales. El filósofo Theodor W. Adorno escribió en una ocasión que Mahler pretendió la consumación de una obra maestra en un momento en que esa categoría estaba en crisis y se revelaba imposible, como si se pretendiera construir una catedral para una congregación inexistente. Aunque todo en esta sinfonía es monumental y extremadamente ambicioso, Mahler se aparta del espectáculo y, sobre todo en varias zonas de la segunda parte, dosifica esas fuerzas de manera camarística. Los motivos para escucharla en vivo no son la presencia de los mil (un número algo arbitrario) en escena, sino la manera en la que en una sala (aun el Luna Park) se percibe su formidable despliegue antifonal, su profético sentido de la espacialidad. Algo se eso se llega a intuir en esta versión del final con Simon Rattle al frente de la National Youth Orchestra of Great Britain. El texto (el subtitulado asiático no ayuda) corresponde a los últimos versos del Fausto de Goethe: “Alles Vergängliche/ Ist nur ein Gleichnis…” (Todo lo pasajero/ no es más que un símil…)
El cuadro que no suena
Es evidente que, para algunos, la pipa del famoso cuadro La traición de las imágenes (“Esto no es un pipa”), de René Magritte, es realmente una pipa. Hace unos días, salió en The Guardian la noticia de que un grupo de investigadores de la Bate Collection de Oxford fabricó varios de los numerosos, extravagantes e imaginarios instrumentos que Hieronymus Bosch (1450-1516) pintó en el tríptico El jardín de las delicias, sobre todo en el tercer panel, el Infierno.
El equipo de musicólogos, luthiers y académicos trabajó durante meses para realizar réplicas exactas de los instrumentos pintados. Pero ahora, según la nota, se sienten decepcionados. El director del museo dijo que “suenan horriblemente”. De diez instrumentos, sólo dos (una flauta y un tambor) pueden ejecutarse razonablemente bien. En el caso del resto, “fue imposible hacerlos sonar o su sonido resultó horrible”.
Hay que agradecer, como se lee en la nota del Guardian, que los académicos de Oxford no intentaran volver reales otros objetos imaginarios (y quizás menos inofensivos) que carecían igualmente de modelo. Estos investigadores parecen extraños optimistas de la mimesis.
Cachafaz, otra ópera literaria
Parece que los post sobre ópera (y especÃficamente sobre ópera actual) se fueron encadenando desde la nota publicada en ADN. Hace dos dÃas, el Théâtre de Cornouaille (Francia) estrenó Cachafaz, ópera para dos voces, coro y ensamble del argentino Oscar Strasnoy (que también opina sobre el género) basada en Cachafaz de Copi. No hay disponibles todavÃa escenas completas de la ópera; únicamente este micro en video.
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Hasta donde sé, existe un proyecto de montar la ópera el año que viene (o quizás en 2012) en Argentina. Se agradecerá cualquier noticia.