Los días siguientes al accidente de LAPA, en 1999, en las oficinas comerciales de la aerolínea en el centro de Buenos Aires, en Carlos Pellegrini y Santa Fe, la gente entraba para rechequear sus pasajes o averiguar por la programación de vuelo futura, ya que Aeroparque, donde había ocurrido la tragedia, permanecía cerrado y las autoridades anunciaron que sería clausurado para siempre. Algo que no ocurrió, claro está.
Todavía no se conocían las causas de que no despegara el avión, ni siquiera la lista final de los fallecidos, hipótesis e investigaciones que se enfocaban en la Costanera, donde yacía la nave, y en las oficinas centrales de la compañía, a diez cuadras de allí.
Así que, creanlo o no, en los mostradores de venta, empleados visiblemente consternados atendían consultas casi de rutina. Yo había ido ahí como cronista y cuando les preguntaba a los clientes sobre posibles temores, la mayoría les restaba importancia y, coincidentemente, apelaba a la metáfora de cuáles son las posibilidades de que un rayo caiga dos veces en el mismo lugar.
Sin embargo, nueve meses después sus dueños la llevaron a concurso y la dejaron en manos de Eduardo Eurnekian, que la rebautizó ARG. Al año la tomó el grupo Boliviano Aerosur, volviendo a llamarla LAPA, y finalmente dejó de volar en 2003.
¿Fue el accidente, es decir, el quiebre de la confianza en su seguridad el determinante de ese cierre? Si bien bajaron los porcentajes de ocupación durante los siguientes meses, su efecto fue menor al impacto sobre sus finanzas de la devaluación (2002).
Tampoco Austral, ya en tándem con Aerolíneas, sucumbió en el accidente de Fray Bentos, en 1997. Una azafata cayó en vuelo de Interaustral en 1995, pero fue el modelo de negocio de una subsidiaria dependiente de una línea troncal, y no esa desgracia, lo que desactivó el proyecto.
De hecho, han desaparecido muchas más aerolíneas en el país que el total de accidentes o incidentes graves que ha registrado la historia aeronáutica nacional en los últimos 20 años. Se multiplican los casos si extendermos a los ejemplos internacionales.
Pero a todos los casos les siguió un proceso arduo, que deja huellas profundas. Ninguna similar a la que marca a los deudos, sin duda; pero las compañías –las personas- no son las mismas.