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Alejandro
No se resignaba a perderse el cumpleaños de su hijo Santiago. Cuando en el aeropuerto de San Pablo no le ofrecían solución, junto a otros compañeros de trabajo alquiló un auto y viajó hacia el Sur hasta Foz de Iguazú.
Era tal la ansiedad y la urgencia que apenas sacó con el celular alguna foto a los campos de trigo verde que veía raudamente desde la ventanilla. “En el mapa parece un cachito así -contaba separando apenas los dedos-, pero son 1000 kilómetros“.
Dejó el auto y cruzó a Puerto Iguazú, donde se subió al primer avión a Buenos Aires. Casi sin dormir en 48 horas, a las 12 del mediodía llegó a Aeroparque. Claro que su auto lo esperaba en Ezeiza; pero no lo lamentó: más tarde iría a buscarlo, porque, triunfante, puso un pie en su casa justo para recibir una horda de 30 bulliciosos chicos que venían a la fiesta de 8 años de su hijo.
Se jactó todo el fin de semana de que el trofeo a tanto esfuerzo fue ver la cara de Santi cuando, contra todos los pronósticos, apareció en su casa antes del festejo. Hasta que el lunes, en la oficina, que se enteró que un compañero que había preferido esperar en San Pablo pudo embarcar más tarde y llegó a Buenos Aires dos horas antes que él, fresco como una lechuga.
La anécdota era suficiente, pero teníamos que preguntar: viajó por Aerolíneas Argentinas, que no le reconoció ningún gasto durante el plantón en el aeropuerto pero le “abrió” sin costo el boleto de San Pablo sin fecha de vencimiento. La compañía en la que trabaja le sacó el pasaje desde Iguazú, también por Aerolíneas, no sabe ni quiere preguntar a qué tarifa.