Sin ley de acceso a la información pública, necesitamos más activismo

 

“La enfermedad que más personas mata en el mundo es la corrupción; pero tenemos la vacuna: se llama transparencia”. Estas fueron las palabras que pronunció Bono, líder de U2, en una reciente conferencia en la Universidad de Georgetown. Si bien no era el objeto de su charla, hacía mucho tiempo que no escuchaba una frase que resumiera claramente por qué necesitamos una ley nacional de acceso a la información pública. La ecuación es tan simple, que ni siquiera debería estar redactando este post para reclamar que los documentos públicos salgan de una vez por todas de los cajones de quienes los cuidan celosamente en todos los ámbitos de la administración nacional.

El acceso a la información no es un capricho. En la Argentina, una vez más, el proyecto de ley perderá estado parlamentario. Pero no podemos desanimarnos. El desafío se torna aún mayor: luchar contra la política de los escritorios. Necesitamos más activismo: preguntar hasta el hartazgo, colocar el tema en la agenda política, educar a los funcionarios públicos. En síntesis, mayor compromiso ciudadano con aquello que nos corresponde a todos.

No es fácil hacer entender que el acceso a la información pública es un derecho humano y, por tal, fundamental. Sin embargo, visitar una dependencia estatal, insistir hasta que reciban un pedido y finalmente dar media vuelta con la hoja sellada es el primer paso para hacernos escuchar. ¿Qué político podría ignorar a miles de personas reclamando lo mismo? De ahí que la clave resida en usar el decreto 1172 como herramienta. Pasar del discurso al hecho; preguntarnos qué tenemos y qué podemos hacer. Básicamente, y como decía Einstein, entender la crisis como momento de oportunidad.

He dedicado mucho tiempo de mi vida a preguntar a los Estados sobre todo tipo de cuestiones y en países muy distintos. Abrir datos no es fácil. Sin embrago, el sistema argentino todavía es mi preferido. ¿Por qué? Porque detrás de la carta con el documento público, previamente tuve que luchar con un sistema que no está basado en la cultura del servicio y que ve mis consultas como una gran molestia. La respuesta del organismo es únicamente una parte de la victoria. Importante, sin lugar a dudas, pero parcial. Cuando alguien se niega a recibir mi solicitud y luego de media hora de mostrar normativas consigo que la acepte, sé que al próximo que vaya le va a costar menos. Créanme que eso es una gran satisfacción.

Al recorrer los restos del muro de Berlín, leí una frase que desde ese momento tomé como guía para mi trabajo: “Aquel que quiere que el mundo siga como está, no quiere que permanezca en absoluto”. Es claro que cambiar la mínima parte de la cultura del secreto puede llevar toda una vida. Mostrar la importancia de los datos y el acceso a la información pública es un enorme trabajo y responsabilidad. Mi convencimiento en el poder de los documentos públicos en las manos de las personas no es suficiente. Porque como dijo Bono en la misma conferencia, “el corazón (…) tiene que estar en sintonía con la cabeza”. Por eso,  sigo  llevando pedidos y veo las barreras como desafíos. Tengo bastantes años por delante y toda la paciencia necesaria para seguir luchando por la sanción de una ley nacional. Sólo espero cruzarme en el camino con más activistas dispuestos a lo mismo. Nuestra generación tiene una enorme oportunidad. Dejarla pasar sería una gran torpeza.

Por una ley de acceso a la información pública ya.

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