Vivir en los Montes Urales, la frontera entre la parte europea y asiática de Rusia, me pareció aburrido, por lo que me fui a vivir a Europa Occidental por un tiempo. Luego terminé viniendo a la Argentina de casualidad, por un programa profesional de AIESEC, organización mundial de jóvenes líderes.
Aunque mi nombre es un misterio impronunciable para la mayoría de los argentinos, me sentí como en casa desde los primeros días y jamás perdí este sentimiento. Acá aprendí a hablar castellano desde cero, tomar mates y fernet con coca, disfrutar de sol todo el año y sorprenderme por algo nuevo cada día.