Andrea Danne, 19 años, asesinada en su casa en Entre Ríos en 1986.
María Luisa Quevedo, 15 años, asesinada en Chaco en 1983.
Sarita Mundín, asesinada en Córdoba en 1988.
Tres mujeres jóvenes asesinadas mucho antes de que usáramos la palabra femicidio para este tipo de crímenes. Tres muertes producto de una violencia de la que no se hablaba casi nada, esa violencia puntual que se ejerce contra las mujeres. Tres crímenes impunes.
A Selva Almada estos casos, que conoció en su adolescencia, le quedaron resonando en la cabeza. Por eso decidió plasmarlos en su libro Chicas muertas (Literatura Random House).
“Cuando empecé a pensar en el libro, quería rescatar estos tres casos, creo que mi idea iba más por el lado de la crónica policial. Pero a medida que me fui metiendo en la escritura me fui dando cuenta de que no iba por ahí, de que lo que quería contar era otra cosa, más íntima, y era mi relación con la violencia contra las mujeres, mi propia experiencia siendo una mujer joven, de clase media baja, en la provincia”, explica la autora.
Pasaron muchos años y cientos de mujeres fueron asesinadas. Muchos de esos crímenes no fueron resueltos, incluso aquellos que tuvieron mucha difusión en los medios. ¿Cambió el panorama de la década del ochenta a hoy? Tal vez haya más consciencia de lo que es la violencia de género, pero para Selva Almada, todavía hay mucho por hacer.
“La educación en la familia y en la escuela desde la infancia es fundamental: las mujeres tenemos que dejar de criar misóginos y de tolerar el sistema patriarcal”, dice la escritora.
-¿Cómo surge la idea de escribir este libro?
-Uno de los casos, el de Andrea, ocurrió en un pueblo vecino al mío. Recuerdo que causó mucha conmoción, yo me sentí particularmente impactada. Con los años, supe que lo mismo les había pasado a otras mujeres de mi generación: sin saberlo o sin terminar de comprenderlo, muchas de nosotras nos estábamos desayunando de que existía un tipo de violencia puntual, la que se ejerce sobre las mujeres, y nos estábamos enterando de la manera más brutal, es decir el asesinato de una chica más o menos de nuestra edad. Así que la historia de Andrea estuvo siempre presente. Y cuando empecé a escribir, esa historia aparecía, incluso la abordo en forma de relato y ficcionada en un libro de cuentos. En algún momento empecé a pensar que tenía que escribirla pero ya no desde la ficción, que esa historia tenía que circular, tenía que conocerse, que era lo único que yo podía hacer para que no se perdiera la memoria de esta chica asesinada. Entonces me enteré del caso de María Luisa, más o menos de la misma época, y después del de Sarita. Todos en los años ochenta, todas adolescentes. Ahí me di cuenta de que tenía un corpus, que podía armar un proyecto y lo hice y lo presenté al Fondo de la Artes y me dieron una beca con la que pude hacer parte del trabajo de campo. A partir de ese material podía empezar a escribir un libro.
-¿Por qué elegiste particularmente estos tres casos?
-Los elegí porque ocurrieron en los años ochenta, en el interior del país; porque los tres quedaron impunes; porque nunca saltaron a la primera plana nacional. Eran casos desconocidos fuera de las provincias donde ocurrieron, no fueron casos mediáticos. Ellas eran adolescentes cuando las mataron y yo era adolescente en la misma época.
-Estos tres casos ocurrieron en un contexto en el cual no se conocía la palabra “femicidio” y poco –o nada- se hablaba de violencia de género ¿Es lo que quisiste manifestar al escribir estas historias?
-No, no se hablaba de violencia de género, mucho menos de femicidio. De hecho, no hace muchos años que los medios de comunicación incorporaron esta palabra a su vocabulario: todavía se decía “crimen pasional” en estos casos. No se hablaba del tema, pero obviamente existía. Y no se hablaba de esto porque estaba tan naturalizado que parecía parte de la cotidiana de ser una mujer. Cuando empecé a pensar en el libro, quería rescatar estos tres casos, creo que mi idea iba más por el lado de la crónica policial. Pero a medida que me fui metiendo en la escritura me fui dando cuenta de que no iba por ahí, de que el libro no pretendía ser un policial ni un ensayo sobre violencia de género ni una investigación periodística. Que lo que quería contar era otra cosa, más íntima, si querés, y era mi relación con la violencia contra las mujeres, mi propia experiencia siendo una mujer joven, de clase media baja, en la provincia. Y cómo, en cierto modo y aunque terminara de darme cuenta muchísimos años después, el asesinato de Andrea había sido una suerte de revelación de esa trama para mí.
-¿Cuáles son los puntos en común de estos tres casos, más allá de tratarse de tres mujeres asesinadas?
-Bueno, como te decía: mujeres muy jóvenes, de clase baja o media baja, de la misma generación, provincianas y con el mismo tremendo destino: la muerte y la impunidad, la falta de justicia. Contar sus historias es también contar una época, la manera muy precaria en la que se investigaba, la poca importancia que se le daban a estas muertes porque antes que nada se sospechaba de la propia víctima: era liberal, era una chinita que andaba con varios, la habrá matado un noviecito, era una puta.
-¿Pensás que si esos crímenes hubieran ocurrido en los años recientes se habría detenido a los asesinos, o al menos las investigaciones hubieran sido más minuciosas?
-No lo sé. Lamentablemente tenemos una mirada desconfiada de la justicia que está avalada por los hechos. Después de Andrea, María Luisa y Sarita fueron asesinadas cientos de otras mujeres y probablemente muchos de estos casos no se resolvieron, siguen impunes. Incluso hay muchos casos que han sido muy mediáticos como el de Nora Dalmasso, por ejemplo, que también sigue impune. Es decir que la denuncia, que estas historias capten el interés de los medios y de los ciudadanos tampoco es garantía de que vayan a encontrar justicia.
-¿Cómo fue el proceso de investigación? ¿Hubo obstáculos?
-No, no hubo obstáculos. Los familiares que colaboraron con el libro tuvieron la mejor predisposición y a los que no quisieron colaborar los respeté en su decisión, por supuesto. Los jueces también accedieron a darme entrevistas, a facilitarme el acceso a los expedientes. No, en ese sentido no tuve ningún problema.
-A la hora de pensar el título del libro ¿Cómo fue que decidiste llamarlo “Chicas muertas”?
Al principio era un título en la intimidad, nombrar el proyecto así para mí y para los amigos: sí, estoy laburando en el libro de las chicas muertas. Después empecé a pensar que el título era ese. A veces dudaba porque me parecía demasiado fuerte, demasiado directo. Finalmente cuando lo hablé con mi editora ella estuvo de acuerdo. Nos pareció que de este modo el libro iba directamente al grano desde la primera frase que es el título: era como decir: están matando mujeres, esto está lleno de muertas, hagámonos cargo.
-¿Creés que hoy hay mayor conciencia de lo que es la violencia de género? ¿Creés que se avanzó en ese sentido, que la situación de las mujeres mejoró?
-Hoy existen organismos que se ocupan de atender las denuncias, hay campañas que alertan contra la violencia de género, se habla un poco más del tema, hay leyes que castigan con más dureza a un femicida… pero todavía las mujeres estamos a la intemperie. Creo que la educación en la familia y en la escuela desde la infancia es fundamental: las mujeres tenemos que dejar de criar misóginos y de tolerar el sistema patriarcal.
Sobre la autora: nació en Entre Ríos en 1973. Además de Chicas muertas, Selva Almada publicó El viento que arrasa (2012) ,el e-book Intemec (2012) Una chica de provincia (2007), Niños (2005) Mal de muñecas (2003).