-“Voy a pasar el plumero en el techo, porque está lleno de bichos que dan una mala impresión. O sino voy a cortar y atar un poco las puntas de la parra que ya andan jorobando. Voy a sacar primero las telas de araña de la entrada, que es lo que más se ve”
-“Mejor que vayas a hacer eso. Andá a limpiar, que los trabajos de conchita son los que mejor te quedan: es para lo que más servís.”
-“El conchita no va a limpiar nada la entrada. El conchita va a atar la parra.”
Conocido es ese diálogo que fue el anuncio de un final trágico para cuatro mujeres. Las cuatro mujeres que vivían con el odontólogo Ricardo Barreda: su mujer, su suegra y sus dos hijas.
Hace 20 años, Barreda terminaba de pronunciar esas palabras y tomaba una escopeta para acabar con la vida de todas ellas. Dice que estalló. Que sufría mucho maltrato. Nunca sabremos qué hay de verdad en todo esto, porque su versión de los hechos es la única que quedó.
Pero sí podemos saber cómo vive, 20 años después, una persona que se deshizo de toda su familia. Y eso es lo que nos cuenta Rodolfo Palacios en su nuevo libro: “Conchita, el hombre que no amaba a las mujeres”.
Acá va una parte de la entrevista a Palacios que quedó afuera del artículo publicado hoy:
¿Qué es lo que te atrae en general de escribir sobre estos personajes del crimen?
Voy cerrando ciclos. Ahora estoy con un proyecto de un libro de ladrones de banco, que son mucho más atractivos, tienen esa cuestión más humorística que otra cosa. Siempre me atrajeron los textos de Roberto Arlt, Emilio Petcoff. Lo mismo de Enrique Symns.
Me interesa todo lo que tiene que ver con la oscuridad del alma. Sobre todo saber si puede haber algo de luz dentro de esa oscuridad. Y es gente de la que yo aprendí también. Por un momento digo: “Me parezco a estas personas”. Pero, por otro lado, digo “Yo nunca voy a hacer esto”. Y ese es el límite que nunca voy a cruzar. Pero me interesa esa frontera.
Hay una atracción por sus historias. Por personajes que parecen de ficción pero son reales. Que quieren ser eternizados en libros, que tienen esa cuestión de ego también. Hasta Robledo minimizaba al Petiso Orejudo porque decía que no era inteligente. Pelean como si fueran Vedettes.
Va a llegar un momento en que el tema me va a agotar. Pero los ladrones como [Oscar Hugo] “La Garza” Sosa son tipos que ahora están de este lado, de donde estamos nosotros. Son tipos que están arrepentidos de lo que han hecho. Y dentro de haber traspasado la ley mantienen ciertos códigos.
Quizás con Barreda, en cuanto a los asesinos, se cierre un ciclo. Aunque ya me llamó Pedraza, de los 12 apóstoles, para hacer una nota, y lo estoy evaluando. No lo puedo controlar. Es un camino de ida escribir policiales. Difícil volver de eso.
El que escribe policiales también termina siendo otro y es difícil volver de ahí.
La mayoría de los personajes del crimen sobre los que escribís son hombres. ¿Qué pasa con las mujeres?
El delito es machista. Es difícil encontrar una mujer que lidere una banda. Generalmente la mujer ocupa el lugar de la compañera eterna, incondicional. Como las esposas de la Garza Sosa y el Gordo Valor. Siempre en un segundo plano pero importantes. Yo a veces le digo al Gordo Valor: “Me interesa más la vida de tu esposa que la tuya”. Nancy es una mujer encantadora, que jamás delinquió, solidaria.
Pero casualmente muchos ladrones terminan cayendo por una mujer. Como en el robo al Banco Río. Siempre se termina imponiendo la femme fatale, por suerte.
¿Siempre escribiste policiales? ¿Cuál fue el primero?
He escrito periodismo deportivo, espectáculos. Mi primer policial fue el caso del Loco de la ruta. Siempre me gustó el policial de ficción. Chandler, Soriano, Saccomano.
Hoy hay como un resurgimiento del policial en el periodismo y en la literatura.
Como periodista y escritor, ¿Pensás que la realidad supera a la ficción?
Sin dudas. De hecho es raro que un delincuente se inspire en una película. Siempre es al revés.
De todos los personajes sobre los que escribiste ¿Cuál es tu preferido?
Yiya Murano. Y la Garza Sosa, con quien tengo una excelente relación. Fui padre hace mes y medio y fue al hospital con un ramo de flores.
¿Cómo separás el mundo criminal de tu vida personal?
Es difícil. Mi mujer no quiere que haga más esto. La paso peor que un delincuente que sale a robar. Porque suena el teléfono y atiende ella y es Barreda, Vitette Sellanes y otro. Quiere que me retire.
Conocí a Calamaro porque él quería conocerlo a la Garza. Él también se siente atraído por esos personajes. Pasa que él va más allá, los lleva a la casa. Yo eso no lo hago. No lo haría. Con la Garza es distinto. Está todo bien, es un tipo que ya está fuera del delito. Está devolviendo un poco a la sociedad de lo que le sacó.
Pero es difícil la división. Porque esa oscuridad que tienen los asesinos, después de entrevistarlos y escribir con ellos, te queda en el cuerpo.
Si querés leer la entrevista completa al autor, podés hacerlo en lanacion.com.
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