Frank Underwood y Tom Kane: Política y poder

Hoy en Cinescalas escribe: Tomás Bieda*

Max Weber nos enseña en El político y el científico que se puede vivir para la política o de la política. Esto es, dedicarle la vida al servicio público en tanto fin superior (para) o utilizar la política como un medio para sobrevivir, una fuente de ingreso (de). Este autor recomienda normativamente la primera opción. Sin embargo, la política contemporánea podría agregar una tercera categoría a esta dicotomía weberiana: vivir gracias a la política. Esto es, utilizar la política como medio para sobrevivir. Esta tercera vía está ilustrada en las series de televisión Boss y House of Cards.

Boss es una serie creada por Fahrad Safinia, transmitida por el canal Starz y producida, entre otros, por el reconocido Gus Van Sant. La misma tuvo dos temporadas y fue “cancelada” debido a su baja audiencia. House of Cards es una adaptación de una serie británica. Es distribuida en streaming por Netflix y cuenta con la actuación protagónica del afamado Kevin Spacey. La misma ya tuvo dos temporadas exitosas y acaba de estrenarse la tercera. Boss (protagonizada por Kelsey Grammer) relata la historia del Alcalde de la ciudad de Chicago, Tom Kane, quien ejerce ese cargo desde hace veinte años. House of Cards muestra el desarrollo de la carrera política de un experimentado Legislador de la Cámara Baja de Estados Unidos en su vertiginoso ascenso hacia la Casa Blanca. Ambas series tienen el “mérito” de mostrar la política tal cual es, sin disfraces ni maquillajes. La política en su expresión más real, hasta por momentos demasiado real. Capítulo tras capítulo, se encargan de exponer las miserias de ese mundo, así como una aparentemente inevitable – y hasta eróticamente deseada – superposición de la vida privada y la función pública. Descubren políticos despiadados, crueles, capaces de delinquir y matar con tal de conseguir el ¿elixir? de la política: el poder.

El mensaje sustantivo que mostrarían estas dos series es que el fin último (y único) de la política es el poder, tanto como verbo y sustantivo. Semana tras semana vemos plasmada en nuestras pantallas la idea de que hacer política en realidad no se trata de servir a la ciudadanía, solucionar problemas de la comunidad o alcanzar fines “superiores” (por ejemplo, en un plano moral) sino permanecer en el cargo y acumular más poder para ascender en la carrera. Y ante estos fines de la “verdadera” política, todos son medios: los hijos, las esposas, los asesores, los amantes, los socios, los compañeros de fórmula, el partido y hasta el Presidente. Y en tanto medios, resultan descartables y prescindibles en comparación con aquel fin ulterior: tener poder y distribuirlo.

Lo interesante al comparar estas dos series es que, a pesar de coincidir respecto de esta caracterización “real” de la política como ambición compulsiva, desmedida y egocéntrica por el poder, parecerían diferenciarse en el tipo de poder que muestran. House of Cards nos define un poder real a partir de narrar las aventuras cuasi dantescas de Frank Underwood en su carrera hacia el Poder Ejecutivo Nacional de los Estados Unidos. De tal modo, lo vemos operar políticamente, incluso transformándonos en cómplices o testigos privilegiados de sus maniobras y confesiones gracias a sus “aperturas a público”. Sin embargo, al analizar detalladamente sus arriesgadas jugadas, vemos que suelen desarrollarse dentro del plano institucional y la dimensión formal de la política. Underwood juega, crece, asciende, pero siempre a partir de utilizar estratégicamente los recursos institucionales a su favor. El poder en tanto comportamiento, como dijimos, estratégico. Así, se favorece a partir de ciertas reglas y recursos procedimentales del Congreso, o de recurrir a atribuciones propias del Vicepresidente de Estados Unidos, o presionar vía lobby. En efecto, en la mayoría de los capítulos lo vemos “hacer política” a partir del uso de las “reglas del juego”. Pero su genialidad y lo laberíntico de sus planes suelen operar desde – y dentro de – los recursos institucionales del Estado y de su cargo.

En contraposición, Boss muestra a un político despiadado dispuesto a hacer todo (¡todo!) para seguir siendo el Alcalde de la principal ciudad del Estado de Illinois. Sin embargo, y a pesar de apelar en repetidas oportunidades a sus recursos institucionales, nos enseña un poder que transita por el plano informal de la política, y que resulta precisamente “poderoso” porque se ejerce primordialmente en esa dimensión. Nos encontramos con un Alcalde que presiona por canales no institucionalizados (y dudosamente legales) para conseguir todo lo que quiere. Su poder es energía pura: intimidación para doblegar y torcer voluntades. Transmitiéndonos la idea -entrelíneas- de que por lo menos en la “cercanía” que implica la política local, los canales formales e institucionales resultarían estériles, lentos o “poco poderosos”. Así, en la oficina del Alcalde el poder se traduce en gritos, golpes, intimidaciones, humillaciones, favores sexuales, drogas, negocios prebendarios, indiferencia y, por sobre todo, temor. Temor que lo convierte a Tom, desde ya, en un hombre temerario y aún más poderoso.

En conclusión, House of Cards invita a sus espectadores a entender al político poderoso como aquel que utiliza estratégicamente (y mejor que los otros) los recursos institucionales del Estado, el Gobierno y las diversas burocracias. Boss, por su parte, sentencia que el político poderoso no es tan solo el que juega bien dentro del sistema (en un sentido calculado), sino principalmente quien obtiene obediencia debido a intimidaciones y presiones, utilizando al Estado (subnacional) como una maquinaria mafiosa.

Por Tomás Bieda*Tomás es Licenciado en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires y Magister en Ciencia Política por la Universidad Torcuato Di Tella, donde actualmente realiza su Doctorado. Es  profesor en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad de San Andrés.-

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► [ESCENA 1] Kevin Spacey como Francis Underwood en la tercera tempora de House of Cards:

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► [ESCENA 2] Kelsey Grammer como Tom Kane en Boss:

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¡BUEN COMIENZO DE SEMANA PARA TODA LA MUCHACHADA! Para este excelente post de Tomás, dos consignas: 1. Explayarse sobre House of Cards (hoy es su oportunidad de debatir la tercera temporada) y sobre Boss quienes la hayan visto 2. ¿Qué otras series y/o películas sobre el mundo de la política recomendarían en este post? Comos siempre, y a pesar de estar lejos estos días, trataré de leerlos y sumarme a los comentarios; nos reencontramos el miércoles con el podcast sobre Better Call Saul; ¡que tengan un gran lunes!

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—> La última vez escribió João Paulo Rodrigues da Silva sobre… IDA

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Composición: Tema libre (vigesimosegunda entrega)

¡Buen miércoles para todos! Como les fui contando ayer, hubo un error en la plataforma de comentarios de los blogs del diario y, por ende, no se pudo charlar con normalidad (se borraron aportes y mis respuestas a los mismos en cuanto a Foxcatcher). En consecuencia, el post sobre Wild (y el video sorpresa que armaré con fotos de sus viajes) saldrá a mi vuelta de Pantalla Pinamar. Hoy los invito a explayarse sobre Fifty Shades of Grey, junto con menciones a las mejores y peores películas eróticas del cine. ¿Mi veredicto sobre el film de Sam Taylor-Johnson? Que hay que hacerle un monumento a la guionista Kelly Marcel por despojar a la historia de las frases ridículas de la novela (algunas quedaron, porque todo no se puede) y por momentos convertirla en una efectiva sátira del material de base. En cuanto a esto, Dakota Johnson le aporta una naturalidad y autoconsciencia del ridículo a un personaje que fue concebido de manera unidimensional. Ah, ¿y las escenas de sexo? Creo que el consenso general es que la dupla no tiene química y eso se nota. Fin del comunicado. Nos reencontramos el lunes con el post de House of Cards escrito por el politólogo Tomás Bieda y el miércoles con un podcast sobre Better Call Saul (acá mi nota para LN sobre la serie) que publicaré desde Pinamar. Hasta entonces, muchachada. Que tengan un excelente día.

Foxcatcher: El allá es un espejo en negativo

“A quarter of America is a dramatic, tense, violent country, exploding with contradictions, full of brutal, physiological vitality, and that is the America that I have really loved and love. But a good half of it is a country of boredom, emptiness, monotony, brainless production, and brainless consumption, and this is the American inferno.” – Italo Calvino (Correspondencias 1941-1985)

En Las ciudades invisibles, Italo Calvino abordó la compleja temática de las paradojas temporales a través de una parábola precisa y acertada. En la mencionada novela, pasado, presente y futuro se interconectan mediante la titilante presencia de un denominador común: las posesiones. Cuando Calvino habla de lo que se busca aprehender, configura al Hombre a partir de su condición de ser errante, de un viajero en perpetuo estado de transición. El futuro, por ejemplo, lo asalta para recordarle todo aquello que no pudo aprehender en el pasado, lo cual no es más que una noción extremadamente paradójica. Es decir, si yo emprendo nuevas conquistas (o al menos salgo a la búsqueda de lugares nunca antes vistos), como consecuencia debería incorporar otro clima, otra cultura, otra experiencia, una experiencia que alimente mi constitución. Sin embargo, para los personajes de Calvino, el salir al encuentro de lo novedoso puede desembocar en un aprendizaje más desolador. Justamente ese flamante escenario que visito por primera vez me recordará lo que no tuve ni tengo, me marcará las carencias y me pondrá de cara a la añoranza. Hay todo un mundo allí afuera que no poseo y el mero hecho de verlo me remarca hasta qué punto el “allá” (como adverbio que me señala lo que siempre está por delante, lo que nunca termina de llegar) es un espejo que me devuelve todo aquello que me falta, el allá como “espejo en negativo”. Así, el itinerante sufre una suerte de epifanía al descubrir, según las palabras de Calvino, “lo mucho que no ha tenido y no tendrá”. Por lo tanto, ser y tener son dos infinitivos indisolubles. Para definirse a sí mismo, para desarrollar una declaración de principios sobre su identidad, el viajero tiene que tener. La acción de la mano que se extiende para la posesión, es decir, la acción de la mano abierta que se convierte en puño, es la perfecta imagen simbólica del hecho de tomar algo para ser algo: “la extrañeza de lo que no eres o no posees más te espera al paso en los lugares extraños y no poseídos”. Lo interesante de ese juego con el allá/futuro como instancia/escenario en negativo es que siempre vamos a seguir siendo a medida que vayamos aprehendiendo. Por un lado, el planteo de Calvino es pesimista (hay tantos allá como hay deseos, hay tantos deseos como fracasos) y, como contrapartida, hay un rasgo de optimismo concentrado en él. Es como si uno se fuera nutriendo de la concreción de objetivos para expandir el ser y el estar, en un rapto de rebeldía para los que se sienten cómodos delimitando la identidad ajena. Por lo tanto, si hay un allá, si hay un espejo que me revela lo que no tengo, eso implica que puedo reinventarme cuando quiero (pensamiento profundamente emparentado con The Great Gatsby), que tengo la capacidad de autodefinirme a mi antojo. ¿Por miedo a qué? Acaso por miedo a lo perecedero, acaso por miedo a ser una sola cosa cuando puedo ser (o poseer) tantas otras o acaso por miedo a convertirme una rama seca (“los futuros no realizados son sólo ramas del pasado”).

Fuente: festivaldecannesofficiel.tumblr.com

La doble cara del deseo también está presente en la correspondencia que entablaba Calvino. Su visión de la sociedad norteamericana como una confluencia de contradicciones encuentra su columna vertebral en la sumatoria de adjetivos calificativos que aluden a la ambición como un arma que se dispara cuando quiere, como un caballo que es recién liberado y toma una ruta impredecible. Esa monotonía, ese vacío que desgarra, a su vez impulsa al individuo a una dramática persecución de metas, una persecución indomable que conocerá fin solo en relación con el ser que la ejecuta. Foxcatcher, la tercera película de Bennett Miller es, como sus dos trabajos previos, una gran parábola. Su contenido prácticamente nos obliga a etiquetarla como una biopic y, sin embargo, desde lo formal está bastante lejos de serlo. Si recordamos Capote – film que también contó con el guión de Dan Futterman, por entonces sin la colaboración de E. Max Frye -, advertiremos que lo relevante allí era el modo en el que se gestaba, consolidaba y quebraba esa relación simbiótica entre Truman Capote y Perry Smith, dos personas de igual origen que salieron al mundo por puertas diferentes. Como escribió el propio Capote, él fue un afortunado por abrir la puerta delantera y lograr asomarse al allá/futuro, mientras que el sino de Perry fue siempre el de la oscuridad, el confinamiento y la violencia. Incluso al despojarla de nombres propios, la ópera prima de Miller aún mostraba el deseo de un hombre egoísta que, por tener siempre un As bajo la manga, ejercía un cierto poder sobre el menos privilegiado (otro tópico latente en Foxcatcher). Capote como la historia del escritor que solo quería el final de su novela y le inventaba un porvenir a su objeto de estudio. En igual medida, Moneyball excede la anécdota de Billy Beane y termina siendo otra parábola (la del Home Run, en este caso) sobre la concreción de los objetivos y sobre lo que mencioné previamente en relación a los textos de Calvino: la reinvención. Sobre el final, cuando Billy le da play al disco y su hija le canta “Just enjoy the show”, las nomenclaturas de ganador y perdedor (“you are such a loser, dad” es una declaración afectuosa y celebratoria, jamás peyorativa) se esfuman cuando lo vital es la mirada de ese hombre hacia su propio futuro, hacia la aprehensión de lo nuevo, bajo la forma del viajero en auto que, al igual que Capote, observa lo que tiene delante y no todo aquello que dejó atrás. Por último, llegamos a Foxcatcher, la perfecta convergencia de la historia criminal de Capote con el mundo deportivo de Moneyball. Pero independientemente de esos rasgos de manual, Foxcatcher es también, y a simple vista, una adaptación libre de la historia real de cómo los hermanos luchadores Dave (Mark Ruffalo) y Mark Schultz (Channing Tatum) fueron patrocinados por el millonario John du Pont (Steve Carell). Sin embargo, al tratarse de Miller, Foxcatcher se desprende de las restricciones de las biopics. La falta de diálogo – el film se apoya simbolismos y elipsis para adquirir fuerza – es esencial para que el director despliegue un imaginario visual tan certero como brutal. Esa sociedad ambiciosa de la que hablaba Calvino en sus cartas aquí está representada por Du Pont, quien considera que todo tiene un valor y que el uso del dinero es la única vía para una anhelada reinvención. No es casual que en Foxcatcher abunden tomas de armas y caballos. Las primeras, empleadas a modo de presagio pero también de impredecibilidad humana. Los segundos, como metáfora de un pasado, de una tradición familiar, de una nostalgia inquebrantable y, al mismo tiempo, de ese carácter indomable de quien “explota en contradicciones”.

Fuente: festivaldecannesofficiel.tumblr.com

De este modo, Miller orquesta un acercamiento a sus personajes con una metodología similar a la de Luis Buñuel. Lo suyo se asemeja a la entomología. Para el director, ni Du Pont es Du Pont ni los hermanos Schultz son los hermanos Schultz. Como en la secuencia en la que nos muestra la colección de pájaros sobre la que escribe ese autodenominado filántropo, Miller aborda a esos hombres con una mirada sumamente clínica. Foxcatcher es una película en la cual los momentos más humanos (como aquel en el que Dave ayuda a su hermano a ponerse en forma para competir) se desarrollan con el cuerpo por delante de la palabra. Un abrazo, una frente tocando la otra, e incluso la autoflagelación también como acto humano ante la presión cotidiana. En relación a esto, Du Pont responde a las características de ese individuo que padece la carencia de lo que quisiera aprehender y no aprehende. Así, utiliza el dinero para editar un libro sobre ornitología como decisión arbitraria en color sepia (su investigación data de diez años y, sin embargo, se la regala a Mark como si fuera parte de su presente), para la filmación de un documental sobre su persona que resalte sus cualidades como mentor (momento brillante aquel en el que Dave no puede sonar convincente en cámara) y para, especialmente, la adquisición de esos deportistas como peones más que como verdaderas figuras dignas de reconocimiento. El trauma de Du Pont con su madre Jean (Vanessa Redgrave) – quien incluso llegó a pagarle a un joven para que sea amigo de su hijo, sentando un precedente de conducta -, y nuevamente con la elipsis como recurso clave, es mostrada por Miller en tres breves momentos: una charla tensa y reveladora en la que ella le dice que no quiere verlo “caer tan bajo”, una demostración de poder en una práctica en la que no se necesitan palabras y ese extraordinario plano de John liberando los caballos (es decir, liberándose a sí mismo de las imposiciones maternas). Si Foxcatcher genera incomodidad es porque Miller, y acá en dirección opuesta a Moneyball, prácticamente deja la cámara fija encerrando circunstancias y objetos representativos tanto de la identidad como de esa confluencia de estadios temporales. La vitrina como espacio de contención de los logros vacíos que se van reemplazando unos a otros, los cuadros con retratos de líderes de una “dinastía de riqueza y poder”, e incluso el colchón que Dave deja caer por las escaleras de su desquebrajado departamento, antes de mudarse para salir al encuentro de su propia metamorfosis. “I distanced myself from becoming my own person” dice un perfecto Tatum (la revelación del film), frase con la cual Dave alude a su identidad con la percepción especular. Es decir, Dave cree no ser nada porque cree que su hermano lo es todo (de hecho, una de las primeras preguntas del film es la de “¿Vos sos Mark o sos Dave?”, señalando esa condición de figuras intercambiables) y encuentra en las palabras persuasivas de Du Pont – aquellas sobre cómo el hombre falla cuando deja de honrar a quienes lo merecen – la excusa ideal para reforzar su nombre, su unicidad. De este modo, tanto él como su mentor están persiguiendo el mismo objetivo, siendo la figura del doppelgänger otra arista fascinante de Foxcatcher.

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“Ornithologist, Philatelist, Philanthropist”. “Ornithologist, Philatelist, Philanthropist”. “Ornithologist, Philatelist, Philanthropist”. Dave repite ad nauseam la descripción que Du Pont enarbola sobre sí mismo para que otro verbalice por él. Dave ensaya mientras aspira línea tras línea de cocaína sobre ese helicóptero que lo haría sentirse más alto. Esa secuencia, la más grotesca del film, no solo alude a las múltiples identidades (“Coach is a father. Coach is a mentor. Coach has great power on athlete’s life” también aseguraría Du Pont) sino también al peligro latente que conlleva ser la marioneta de alguien que no sabe cómo emplear el poder para beneficio del otro, un otro que se apega al supuesto hombre exitoso porque cree que así podrá alcanzar “la luz verde”. “What happens when the guy standing next to you catches a lightning bolt? Does it carry you up to the stratosphere along with him? Or do you simply get charred trying to hold on?” se pregunta Ben Mezrich en The Accidental Billionaires. Lejos de las lecturas homoeróticas (absolutamente válidas pero no constitutivas) que puedan extraerse del mismo, Foxcatcher es, por sobre todas las cosas, un film de una frialdad análoga a la que siente el hombre que al mirarse al espejo no reconoce su reflejo (Dave se golpe con la mano y luego directamente contra el vidrio, denotando una progresión de su falta de dirección), un film que abre en pleno pasado (con un institucional con los caballos de la familia Du Pont) y que cierra de igual modo: con Dave estancado en un escenario bastante lejano a la ansiada gloria. Pero Foxcatcher es, más que nada, una gran ironía, un film en el cual las últimas palabras que se escuchan son “USA! USA! USA!”, ensambladas con la imagen de ese hombre que, paradójicamente, está bastante distanciado del sueño americano pero mucho más cerca del allá como objetivo inaprensible, como meta en decadencia, como espejo en negativo.

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► [ESCENA] Channing Tatum y Steve Carell en un incómodo momento de la película de Miller:

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► [DE YAPA] Bennett Miller explica el proceso de realización de una de las secuencias del film:

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¡BUEN DÍA PARA TODOS! Hoy tenemos dos consignas: 1. Por un lado, me gustaría que se explayen sobre Foxcatcher: ¿la vieron? ¿qué les pareció? 2. En una temporada donde abundan las biopics, les dejo esta pregunta: ¿cuáles son sus películas biográficas favoritas y cuáles piensan que no funcionan del todo? ¿Hasta qué punto a ustedes, como espectadores, les importa la precisión con la que se reflejan los hechos reales? Espero que se arme un debate interesante al respecto; como siempre, los leo; nos reencontramos mañana con un Open Post sobre 50 Shades of Grey y sexo en el cine (sí, sí, leen bien)

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Ida: Pasado negro, presente blanco

Hoy en Cinescalas escribe: João Paulo Rodrigues da Silva

Muchas veces pasa esto: cuando empezamos a mirar una película extranjera, las únicas cosas a las que nos apegamos y que se mantienen hasta el final son la búsqueda por la emoción de los personajes y la admiración de la calidad técnica. Quizás sean esos elementos los que se tienen a mano cuando se habla de Ida, la película polaca recientemente ganadora del Oscar. En una primera visión muy sencilla, una persona que se detiene en el film solo va a poder decir “es linda, pero, no lo sé, le falta algo”. La historia se ubica en Polonia en los años 60. Una joven monja llamada Ana, que está muy cerca de asumir sus votos, es informada por el convento que tiene una tía lejana, Wanda. Ana se encuentra con ella y descubre que en realidad su propio nombre es Ida y que sus padres eran judíos. Con eso en cuenta, las dos van en búsqueda del pasado en una sociedad que aún se recupera de las cicatrices de la guerra.

Ida, del director Pawel Pawlikowski, es una de las mejores películas del año pasado. El film cuenta con la fotografía más impecable y atrapante que haya visto y que no es solo por el formato en blanco y negro sino que va más allá de eso. Es por cómo en la mayoría de sus secuencias, el director invita al espectador a sentir ese universo donde conviven las protagonistas, sumado a las brillantes las actuaciones de Agata Trzebuchowska como Ida y de Agata Kulesza como Wanda. Más allá de que muchas escenas entre ambas involucran el silencio, las miradas y las actitudes, a veces sin ninguna palabra los personajes hablan con el público y transmiten todas sus sensaciones.

Quizás aún con esos elementos mencionados tampoco sea posible tener una conexión con la película. Con el pasar de los años, la categoría de películas extranjeras en los Oscars se ha convertido en el mayor espectáculo de cine y al mismo tiempo en una ventana nítida de ausencia de comunicación entre una película de un país x con el público en general. Un buen ejemplo de esto y quizás por ser más personal para quien les escribe, es lo que sucedió el año pasado con O Som Ao Redor (el sonido alrededor), la película elegida por Brasil para ser la representante en los Oscar 2014. Se trata de una de las mejores producciones brasileras de los últimos años y, más allá que no le fue mal afuera – en Brasil creció gracias a las redes sociales y al “boca a boca” del público – al hablar de lo cotidiano de algunas personas que viven en el barrio Boa Viagem, de las costumbres locales, el sonido (y la percepción del sonido) puede que no funcione tan bien en un espectador por fuera de Brasil. Para un brasilero, en cambio, esa película opera perfecto ya que retrata de una manera artística cómo la sociedad (en este caso, la pernambucana) debido a la cuestión del confinamiento por miedo a la violencia empieza a perder rasgos de sí misma, siendo el sonido la última alternativa para sentir algo real. Pero mismo así, no es una película de alcance general y eso es un cuchillo de doble filo para el Oscar. Puede que funcione y puede que no. Ida sigue por ese mismo camino. Funciona para el Oscar porque tiene todos los elementos que encandilan a los miembros de la Academia (por su tópico, fotografía, actuaciones y mucho más) pero quizás para otras personas, por no estar cercana a su realidad, puede ser difícil de ver. Ida, para mí, y por sí sola, es de una genialidad inigualable ya que logró transcender ese muro de imposibilidad de conexión y ha creado una historia general de aceptación, una jornada de cuestionamientos.

Discutiendo Ida con una amiga polaca y contándole acerca de mi visión, ella me habló de situaciones de su país que me dejaron aún más fascinado. Hasta hoy, la sociedad tiene esa herida que la Segunda Guerra Mundial ha creado. Errores y temores asoman todavía. Quizás Anna/Ida y Wanda sean la representación de la sociedad. Una sociedad que al mismo tiempo está lejos de comprender su realidad y a la vez intenta rasgar la memoria y la propia vida. En un aspecto cinematográfico, habría que dar las gracias por un 2014 tan selectivo con proyectos tan únicos. Quizás la fascinación de la Academia por las películas extranjeras circule por dos caminos: las películas de impecable técnica y/o las películas que logran tocar temas universales que llegan a afectar tanto a aquellos que tienen un cierto rechazo al cine extranjero hasta los amantes del cine despojados de prejuicios. En mi opinión, el triunfo de Ida va por los dos carriles, al igual que las protagonistas de su historia, permitiendo que ambas posturas se den la mano en pos de mantener vivo al cine.

 Por João Paulo Rodrigues da Silva

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► [TRAILER] Algunas imágenes de Ida:

IDA BY PAWEL PAWLIKOWSKI TRAILER from Portobello Film Sales on Vimeo.

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¡BUEN COMIENZO DE SEMANA PARA TODA LA MUCHACHADA! Para este lunes hablamos sobre dos tópicos: 1. Vamos a lo particular: ¿qué les pareció Ida? Los invito a dejar sus impresiones sobre el film de Pawel Pawlikowski; por otro lado, vamos a lo general: 2. ¿Son de mirar películas extranjeras, más allá de lo que pueda dar el cine norteamericano? Si es así, ¿cuáles exponentes rescatarían en este post? Como siempre, leo sus comentarios y, de paso, agradezco a João por escribir; nos reencontramos mañana con el post de Foxcatcher; ¡buen lunes para todos!

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—> La última vez escribió José Tripodero sobre… BIRDMAN

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Diario de proyección: No estás solo en Rosario

En un momento de la charla posterior a la proyección de anoche, aludí a cómo tenía mucho sentido que No estás solo en esto se empiece a exhibir de dos modos: itinerante e intimista. Así como todos los días ustedes salen a mi encuentro en este espacio, yo hice lo propio al filmar el documental y ahora continúo con este proceder en estas proyecciones, proyecciones de las que muchos lectores y comentaristas del blog forman parte, proyecciones a las que asisten personas que nunca oyeron hablar de Cinescalas y que, sin embargo, hallan en las palabras de los entrevistados algo valioso para rescatar. Por lo tanto, quiero agradecer a todos los que colaboraron en la organización, desde Federico hasta Fernanda, como así también a Gisela que sacó las fotos de la galería que les dejo más abajo. Todos ellos, piezas clave para que El Cairo siga en movimiento, me convocaron y recibieron con una calidez que se trasladó al debate posterior a la proyección, el cual disfruté enormemente, sumado a la cena con miembros de la comunidad. A la salida de la función una mujer me dijo que debía considerarme afortunada por vivir de lo que me apasiona y haber cambiado mínimamente la vida de algunas personas. Cuento esto desde el lugar más humilde posible con el fin de hacerles llegar cómo lo que acá sucede se ramifica y repercute, cómo lo que acá sucede me hace notar, evento tras evento, que si yo modifiqué de algún modo sus existencias es ni más ni menos por una consecuencia de cómo ustedes me salvaron a mí. Hasta la próxima proyección, muchachada.

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► [VIDEO 1] La charla previa a la proyección:

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► [VIDEO 2] El debate posterior que compartimos:

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► [GALERÍA] Postales de toda la jornada en Rosario:

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