La mejor película para…encontrar inspiración

“Waiting to catch that lightening,we’ll wait and see what grows,all we’ve reaped and all that we’ve sown,this blood is our own”

Hay algo en el hecho de entrar a una habitación y detenerse en una biblioteca. Hay algo en el hecho de revisarla, rozar los libros, tomar uno u otro, oler las páginas, pedirlo prestado o simplemente leer uno de sus fragmentos para después volver a colocarlo en el mismo lugar. Hay algo en el hecho de saber que cada uno fue adquirido en un momento particular, en un lugar en particular y que quizás pasó días en una mochila, fue abandonado por meses, fue motivo de relecturas, fue un disparador de un recuerdo involuntario, o incluso un testimonio de una situación clave. Como una vez señaló Hornby respecto a los discos, contemplar la biblioteca de alguien es sencillamente ingresar a su mundo, a su modo de ordenar, de darle valor a una edición específica, de incluir señaladores que quizás también dicen mucho sobre el instante en el que ese libro pasó a pertenecerle. “Por medio de la literatura, la colectividad pasa a la reflexión y a la mediación y adquiere una conciencia turbada y una imagen desequilibrada de sí misma que trata sin tregua de modificar y mejorar. Pero, al fin de cuentas, el arte de escribir no está protegido por los decretos inmutables de la Providencia: es lo que los hombres le hacen; lo eligen al elegirse” concluye Jean-Paul Sartre su apasionante manifiesto ¿Qué es la literatura?. Me gusta que emparente al destino con el acto de escribir, acto sobre el cual se hacía tres preguntas insondables (el qué, el por qué y el para quién) y me gusta, sobre todo, que use el verbo elegir. Me remite a esa acción de tomar un libro de una biblioteca, sí, pero también a cómo cuando uno lo hace está estableciendo una suerte de pacto con el autor (aunque sea momentáneo, uno decide acercarse a él) y también con esa otra persona que lo eligió previamente. Un universo puede fundirse con otro a través de un hecho imperceptible que termina estando, como decía Sartre, protegido por el decreto del destino. Un hecho imperceptible es la clase de hecho que, por lo general, cambia el rumbo de las cosas.

 “You recognised me” – “I would recognise you blindfolded”

A Royal Affair es una película histórica centrada en Caroline Matilde, reina de Dinamarca, quien se casó muy joven con Christian VII, pero terminó enamorándose del médico personal de su esposo, Johann Struensee, un hombre dispuesto a usar su vehemencia para cambiar la mentalidad (y las leyes) de una Dinamarca del Siglo XVIII que le huía al progresismo, y que se encontraba impermeable a cualquier clase de propuesta ilustrada. Si elegí este film para la consigna de hoy es, entre otras cosas, por lo que escribí previamente. El primer contacto sin prejuicios entre Caroline y Johann se produce gracias a la observación aguda que hace ella de la biblioteca de él. Su mundo, el literario, el de las ideas, el de la urgencia por aunar potencias para pregonar (y poner en práctica) los pensamientos de Rousseau, no le es ajeno a Caroline. Su vista se detiene en esos libros, escondidos tras otros menos conflictivos, suerte de simbolismo de aquello en lo que se terminaría convirtiendo su relación con Johann: algo que no podía pasar a un primer plano. Pero no solo Rousseau los une. Los une Voltaire y una carta que les escribió. Los une esa mezcla de pragmatismo y torbellino, esa combinación que los hizo ir tan lejos como pudieron, tan lejos como les fue permitido. Con sus espíritus arrebatados, claro. Pero también con la claridad como para poner en palabras todo por lo que estaban combatiendo. “Cada cual debe solucionar su problema, es decir, su estilo, su técnica, sus temas. Si el escritor tiene conciencia de la urgencia de este problema, se puede tener la seguridad de que propondrá soluciones en la unidad creativa de su obra, es decir, en la indistinción de un movimiento de creación libre” escribió también Sartre. Las conversaciones de Caroline y Johann sobre, justamente, la libertad y la capacidad creadora de un futuro del que ellos no formarán parte – como tristemente lo aceptan las miradas deslumbrantes de Alicia Vikander y Mads Mikkelsen – son el eje de A Royal Affair, el centro de todos los planteos. Una idea, si se suma a otra, termina forjando esa unidad creativa y provocando un efecto, por más mínimo que éste sea. La película es en extremo sensorial, pone a dos individuos en permanente goce con sus emociones (“you chased the storm and then I followed”), con lo que los hace vibrar, conmoverse, apasionarse, desde gotas de lluvia hasta un beso robado.

Hace poco me regalaron un libro. Vino de lejos y con una dedicatoria que hablaba sobre la hermandad cósmica. Sobre quienes están conectados por gustos afines, por pensamientos similares. Me inspiró, como el film de Arcel, a seguir leyendo, a mantener una apertura a lo que leen los demás. A no correr la vista de las bibliotecas. Y eso me recordó al primer instante de conocimiento de Caroline y Johann, quienes podrían haber permanecido indiferentes a sus respectivas preferencias, pero cuyas sensibilidades estaban tan volcadas sobre la mesa, tan desenfrenadamente expuestas, que no había manera de que un libro nos los llame, no los busque, no los encuentre, no los una. ◄  

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 ► [TRAILER] Algunas imágenes de A Royal Affair:

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 ► [ESCENA] Uno de mis momentos favoritos de la película (no lo encontré con subtítulos, sepan disculpar):

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Otro viernes, nuevas consignas: 1. ¿cuáles son las mejores películas para encontrar inspiración? Si quieren, pueden formular sus respuestas con “x película me inspiró a…”; 2. Por otro lado, me gustaría saber si son de detenerse en bibliotecas ajenas y que me cuenten cómo lucen las suyas, qué libros tienen, cómo están ordenados, etc.; dejen sus comentarios, quiero leerlos; nos reencontramos el fin de semana; ¡saludos para todos!

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La última vez hablamos sobre la mejor y peor película para… jugar al “Dígalo con mímica”

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Deathmatch: Personajes animados

En un artículo que publicó Buzzfeed hace unos días, el interrogante planteado era si Lone Ranger se había convertido, casi de manera indiscutible, en el fracaso más rotundo de lo que va del año. El análisis está enfocado desde una arista estrictamente comercial (relación inversión-ganancia) y poco se detiene en qué le faltó a la película para que otra la haya opacado el fin de semana de su estreno. Esa “otra película” es la secuela de Despicable Me. Lo que me interesó del artículo (y de los comentarios) es cómo podemos, mediante la catarata de datos, formular una nueva lectura: el cine de animación, aún hoy, continúa siendo subestimado, y esa subestimación es lo que hace que un triunfo en taquilla liderado por los Minions sea motivo de interpretaciones varias. ¿Acaso ellos atraen más audiencia que Johnny Depp en un papel que se parece bastante a muchos otros? Los números indican que sí, pero sabemos que hay mucho más detrás de una cifra. Que si los Minions o las criaturas de Monsters University son los elegidos es porque el género ya no tiene nada para demostrar. No tiene que legitimarse. En todo caso, su única intención es la de superarse y resistir los embates de los prejuicios ante las precuelas, secuelas y/o nuevas entregas, embates de los que muchos films animados casi siempre salen airosos. En una oportunidad señalé que la animación no es el género que más me deslumbra y, sin embargo, es el género que cuenta con algunos de los personajes más inolvidables, entrañables, pluridimensionales, y humanos a pesar de todo (o por todo eso), aquellos a los que deberíamos remitirnos a la hora de responder más de una consigna. Allá arriba en la imagen y aquí abajo en los videos, solo tres de mis favoritos, integrantes de un Top Five del cual, sin dudas, no puede quedar excluida mi admiración eterna por el desborde creativo de Caroline Leaf. 

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► [TRAILER] Los Minions promocionando Despicable Me 2:

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► [ESCENA 1] La genialidad de Mi vecino Totoro:

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► [ESCENA 2] Mike Wazowski en Monsters Inc.:

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¿Cuáles son sus personajes favoritos del cine de animación? Si tuvieran que armar un Top Five, ¿quienes no podrían faltar en la lista?; espero sus comentarios y, de yapa, sus propuestas para una secuencia y/o versus para debatir uno de estos jueves; ¡gracias a todos! ¡Nos reencontramos mañana! 😉

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Y EL MEJOR PERSONAJE DEL CINE DE ANIMACIÓN ES… COMING SOON…

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La última vez enfrentamos a… LAS ACTUACIONES DE BRAD PITT

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Bitch.Lover.Child.Mother.Sinner.Saint.

“I’m a bitch, I’m a lover, I’m a child, I’m a mother, I’m a sinner, I’m a saint, I do not feel ashamed ; I’m your hell, I’m your dream, I’m nothing in between, you wouldn’t want it any other way…”

Cosima: You just broke the first rule of Clone Club

Sarah: What? “Never tell anyone about Clone Club”?

La obertura del tercer episodio de Orphan Black es, entre otras cosas, un gran ejemplo de coreografía. En un mismo escenario – el living de una casa suburbana – conviven tres personajes: Sarah, Cosima y Alison. Las tres debaten, exponen, intentan desgranar los pormenores de aquello que las une (son clones) y lo hacen con sus respectivos modismos, sus particulares maneras de gesticular, sus reacciones instintivas. Sarah, de negro y con actitud punk, sus piernas estiradas y su impulsividad; Cosima y sus incesantes movimientos de manos, sus explicaciones racionales y su calidez; Alison, visiblemente perturbada, caminando de un lado a otro y tratando de que su pragmatismo sirva a los fines de no perder (del todo) la compostura. Una observa a la otra, interactuando con rapidez, acercando y alejando los rostros, interpelando, discutiendo, y finalmente aspirando a llegar a un mismo método para lidiar con su condición (y el peligro que acarrea). Estaríamos hablando de una escena como cualquier otra si no fuese por el hecho de que los tres personajes están interpretados por una misma actriz: Tatiana Maslany. Esto, por lógica, nos haría reparar aún más en esos detalles que hacen de esa interacción una sincronía perfecta, sin error de coordinación alguno. Pero lo paradójico es que uno solo empieza a hilar fino, uno solo se detiene en esas sutilezas que hacen del trabajo de Maslany algo descomunal, en una segunda visión. ¿Cómo se podría sostener el suspenso general de Orphan Black si uno estuviese continuamente con la mirada puesta en otro lado, distraído por saber a priori que Maslany interpreta a siete personajes? Justamente, el secreto de su brillante trabajo reside en eso mismo, en la naturalidad con la que uno lo procesa, en no distraerse, en no redundar en el interrogante más frecuente (“¿cómo lo hace?”) para que los diez episodios se absorban con un vértigo infrecuente.

Maslany lleva a cabo la tarea de hacernos creer que todos esos clones que comparten un mismo rostro son, de todos modos y claro está, personas diferentes. Aquí es donde la serie – independientemente de su mirada focalizada en la ciencia y sus efectos contraproducentes – pone en marcha un juego permanente con las nomenclaturas. Los clones se definen y son definidos en una primera instancia (“punk-rock ho”, “soccer mom”, “geek monkey”, “angry angel”), exactamente como yo hice al comienzo de este post. Sabemos los rasgos “principales” de cada una de esas mujeres, desde su nacionalidad hasta su sexualidad, desde su forma de sostener un vaso hasta su forma de disparar un arma. Sin embargo, la serie estira esas etiquetas (incluso en el extraordinario final de temporada), se propone tensarlas hasta que finalmente se quiebren por la mitad. Cosima es gay y punto. Felix (el hermano de la vida de Sarah) es gay y punto. A Sarah le gusta The Clash y punto. Alison es resolutiva al extremo y punto. A todo se lo naturaliza y toda definición también es permeable a mutar o, mejor dicho, a devenir en muchas otras. Por eso Orphan Black es, además de adictiva, completamente honesta. Los personajes son mucho más que un par de rótulos y lo que eventualmente importa es cómo se vinculan unos con otros. Cosima y la atracción que genera en Delphine, Felix y su incondicionalidad con Sarah, Sarah y su devoción por su hija Kira, Alison y su flexibilidad a la hora de ayudar y salir de la burbuja, Helena y su búsqueda de aceptación. Todo eso cae en los hombros de Maslany, no solo la personificación de varios clones y cómo consigue que la disociemos (al ver a Cosima, por ejemplo, parece que estamos ante otra actriz y eso es sencillamente sublime) sino el abordar un recurso recurrente de la serie: cuando uno de los clones se hace pasar por otro. Y aquí es donde me quedo sin palabras ante esa suerte de ejercicio hipertextual. Hay que verlo para creerlo. Como dice Cosima en uno de sus acertados y frecuentes comebacks: “show, don’t talk”. Y eso es precisamente lo que hace Maslany. 

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► [ADELANTO] Una breve mirada a Orphan Black:

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► [ENTREVISTA] Tatiana Maslany explica cómo es interpretar a siete personajes en una misma serie:

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► [DE YAPA] Los creadores de la serie hablan, junto a Tatiana Maslany, sobre Cosima, mi “clon favorito” de Orphan Black:

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Retomamos la sección SERIES con la siguiente consigna: ¿Cuáles son los mejores personajes femeninos que han dado los programas televisivos? ¿Cuáles fueron las actuaciones que más resaltaron, según sus criterios?; como siempre, dejen sus comentarios que más tarde voy a reunir a todas las mujeres mencionadas en una misma galería; ¡los leo, como siempre! ¡buen miércoles para toda la muchachada! ¡nos vemos mañana!

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► [GALERÍA] Aquí están gran parte de sus actuaciones femeninas favoritas de la televisión:


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Bienvenidos al club

Hoy en Cinescalas escribe: Ana Acosta

Se me ocurrió pensar que así como un estado de ánimo determinado me lleva a escuchar una banda o una canción hasta el cansancio, lo mismo se debe aplicar a una película, un actor o un director. Para decirlo de otra manera, recurro a lo que sé que me hace feliz para abstraerme de una realidad que a veces parece empeñarse en hacerme sentir miserable. El único inconveniente es que elegí ver la película sobre la que voy a escribir en un momento de mi vida en que no estaba dispuesta a enfrentarme a todos esos sentimientos que despertaba en mí porque, por primera vez en mucho tiempo, la realidad que estaba viviendo le ganaba por goleada a la ficción que tenía enfrente. A pesar de todo esto, una noche lluviosa de sábado, en un frío apartamento de un pueblo perdido de Francia, me dispuse a ver Liberal Arts. No obstante, es recién ahora, que dejé atrás esos ocho meses de libertad y despreocupación, que empiezo a plantearme algunas de las tantas cuestiones que pone sobre la mesa Josh Radnor.

Después de su ópera prima, el realizador – mejor conocido por su faceta de actor en la serie How I Met Your Mother -, se enfrenta al desafío de estar a la altura de la bellísima HappyThankYouMorePlease. Ya no se tiene que probar algo a sí mismo sino a todos los que esperábamos con ansias que contara una nueva historia. Ahora tiene que hacerse cargo de las expectativas que, sin querer o queriendo, ha creado en torno a sus películas. Esto, sin embargo, no parece pesarle ya que, como muchos realizadores del circuito independiente, Radnor cuenta las historias que tiene ganas de contar y es evidente que las inquietudes que plantea son personales. En este caso lo que nos pregunta es cuándo se supone que ingresamos al club de los adultos. ¿Acaso uno se convierte en miembro automáticamente después de cruzar el umbral de la universidad con un diploma abajo del brazo? ¿Obtenemos la membresía vitalicia cuando nos independizamos de nuestros padres, cuando nos mudamos solos a nuestro primer departamento, cuando conseguimos nuestro primer trabajo, cuando empezamos a pagar todas nuestras cuentas, cuando organizamos nuestro primer viaje al otro lado del mundo o cuando damos inicio a nuestro propio proyecto de vida, llámese por ejemplo familia? ¿O será que la bienvenida a este club viene de la mano de un acontecimiento que provoca cambios mucho más profundos en nuestro ser como puede ser la pérdida de la inocencia, la primera vez que nos rompen el corazón y decretamos no creer nunca más en el amor o ese día en que un ser querido deja de estar presente en nuestra vida, justo cuando creemos necesitarlo más? ¿Será que alguna vez llegamos realmente a ser adultos? ¿No será todo un mero juego de roles? ¿Alguna vez abandonamos la sala de espera por lo que vendrá? 

Elizabeth Olsen en Liberal Arts

Las respuestas pueden ser múltiples y seguramente varíen de persona a persona. En esta instancia no puedo dejar de pensar en lo que decía Jesse en Antes del amanecer: siento que voy por la vida tomando notas para cuando llegue el momento de vivirla porque en realidad sigo siendo una adolescente de trece años. También Céline tiene algo para acotar sobre esta etapa de transición y límites difusos, ella por el contrario siente que todo lo que vive son tan solo los recuerdos de la juventud de una anciana en su lecho de muerte. Ahora, en este preciso instante, no me siento como una persona adulta pero a veces tomo decisiones adultas y hay días en que inevitablemente actúo como una adolescente. Lo que hace Radnor es muy acertado, él toma a varios personajes que se encuentran en distintas etapas de la vida y los obliga a dialogar. La fórmula puede parecer un cliché a simple vista: tomamos a Jesse (Radnor), un treintañero desilusionado con el presente y lo llevamos de vuelta a la universidad donde se formó, allí se encuentra con Zibby (Elizabeth Olsen), una veinteañera que le ofrece una mirada distinta sobre la vida. Le agregamos a la mezcla un profesor a punto de jubilarse, su mentor (Richard Jenkins) y una profesora al borde de una crisis existencial, su inspiración (Allison Janney). Para condimentar la historia, el treintañero se va a cruzar con una versión suya más joven, un muchacho que vive a través de los libros y, en los momentos de mayor cuestionamiento, aparece una especie de guía espiritual que le ofrece palabras de sabiduría (Zac Efron – comentario al margen: por extraño que parezca olvidamos que se trata de un actor producido en Disney y le creemos).

Jesse ha perdido la chispa propia de alguien que se siente motivado, alguien que sabe qué va a hacer de su vida, alguien que tiene todas las respuestas, y es todo esto lo que él ve en Zibby: posibilidades. Como le dice una de las primeras veces que están solos, no es que idealice un pasado que añora sino que realmente es la única época de la vida en que las posibilidades son infinitas, todo puede suceder. Después, lo que sucede es la vida, uno toma decisiones y las posibilidades dejan de existir, las cosas son como son y no hay vuelta atrás. Tanto ella como el místico muchacho del sombrero rojo lo impulsan a decir que “sí” más seguido y es de esta manera que empiezan a intercambiar cartas y música. Hay una conexión, son el uno para el otro, ese alguien que sabe exactamente lo que necesitas. “La fortuna nunca le sonríe a los que dicen que no”, esta frase tiene mucho sentido porque las mejores sensaciones de la vida tienen su origen en la improvisación, cuando uno se olvida de las consecuencias, aunque sea por un instante. Este instante se ve reflejado en una de las secuencias más lindas de la película, lo vemos pactando una tregua con el caos neoyorkino gracias a la música clásica que ella comparte con él. Lo invade una paz que sólo puede describir como “gracia divina”. En su epifanía, la voz en off nos transmite que esto no depende de una época o un lugar, sólo es necesario una buena banda sonora. La lúgubre música indie deja de ser su refugio y Radnor tiene toda nuestra atención. 

Josh Radnor en Liberal Arts

A pesar de lo que mencionaba antes, no es la historia de amor, la brecha generacional y todos los conflictos que conlleva lo que más se destaca de esta película, el desenlace es previsible porque desde un principio intuimos qué es lo que necesitan el uno del otro. Ella es importante en tanto recurso para que él detenga su vida y se cuestione. Son los personajes secundarios los que realmente lo acompañan en el camino hasta el club de los adultos. “El propósito de la ficción es combatir la soledad pero pasar la noche con un libro de mil páginas puede ser perjudicial para la vida social. La soledad aumenta y disminuye simultáneamente.” Estas palabras están dirigidas al muchacho introvertido al que no puede evitar acercarse, otra conexión que lo ayuda a darse cuenta de que uno bloquea los malos recuerdos y glorifica épocas pasadas. Ese lugar en donde se debatían ideas, donde siempre existían desafíos, donde uno podía decir que iba a hacer lo impensado de su vida y nadie se atrevía a decir lo contrario, también es el lugar donde te permitías sentir con más intensidad y estar más fuera de control porque todavía estás encontrando tu lugar, quién sos, dónde perteneces, quiénes son tus amigos y en esa búsqueda todo vale. Pero, después creces y todo parece menos importante, esos sentimientos pasan a ser un pie de página, una anécdota. Esto es exactamente lo que me pasa cuando leo cosas que escribí años atrás, me pregunto quién era esa persona tan triste o enojada y por qué le daba tantas vueltas a las cosas. Me doy cuenta de que tendría que haber disfrutado más de esos años de inmadurez que desperdicié en el apuro por ser adulta y responsable, como Zibby, quise tomar un atajo.

La pregunta igual sigue latente, ¿cuándo dejamos de ser un borrador y estamos seguros de habernos convertido en la mejor versión de nosotros mismos? Cuando Jesse le expresa su preocupación al profesor, ese miedo de nunca haber crecido por completo porque todavía se siente de diecinueve, éste le dice que nadie se siente como un adulto y ese es el secreto mejor guardado del mundo. Miro a mi alrededor y veo que todos los que conozco están viviendo vidas muy adultas pero yo me sentiría como la niña que fui jugando a la casita en el jardín de infantes. ¿Será que quiero otra vida para mí o que todavía no crecí y no estoy del todo convencida de lo que quiero o no quiero? Tampoco me veo como la profesora que ha perdido la fe en la humanidad y se resigna a una vida sin felicidad porque sólo puede estar segura de una cosa: las personas siempre decepcionan. Me resulta imposible no hacer más paralelismos con Antes del amanecer y las dos visiones que tenían Jesse y Céline sobre la vida en pareja. A él le parecía que con el paso de los años terminaría odiando aquellas particularidades de la otra persona que al principio le parecían encantadoras, pero ella no estaba de acuerdo, creía que podría enamorarse de verdad cuando fuera capaz de anticipar cada movimiento de su pareja gracias a la repetición en el tiempo. Las relaciones humanas en las que participamos también nos acompañan en este proceso y son un reflejo de cómo nos vemos a nosotros mismos y a quiénes aspiramos a ser como individuos.

► [TRAILER] Algunos momentos de Liberal Arts:

  

Entonces, ¿qué es ser adulto? ¿Qué es lo que implica? La resignación, el arrepentimiento y la desilusión, ¿son inherentes a esta etapa de la vida? Hasta ahora para mí es una incógnita y es esta incertidumbre en la que Radnor finalmente se sumerge otorgándonos su propia visión. Si hablara de este tema con mi abuela de 90 años lo más seguro es que me dijera que dejara de perder el tiempo con tonterías, que la vida está para vivirse como a uno mejor le salga y supongo que debería hacerle caso porque al preguntarle si se arrepiente de algo o si hay algo que le gustaría haber hecho distinto, su respuesta es siempre la misma: nada. Con esto en mente, podría llegar a la conclusión de que “adulto” es aquella persona que se siente cómoda en su propia piel y aprende a vivir con las decisiones que toma, asume las consecuencias de sus actos y acepta que los cambios lleguen a su debido tiempo porque sabe que todo esto le ayudará a convertirse en la mejor versión de ella misma.    

Por Ana Acosta

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¡Hola a toda la muchachada y buen comienzo de semana! Para el post de hoy de Ana tenemos dos consignas: 1. ¿Tuvieron la posibilidad de ver Liberal Arts? Si es así, ¿qué les pareció el film de Josh Radnor? 2.  Por otro lado,  ¿hay alguna película que los haya hecho autoanalizarse? ¿Cuál o cuáles fueron y qué les produjeron? ¡Esperamos sus aportes y, como siempre, los invito a escribir para esta sección cuando gusten! Nos reencontramos, después del feriado, el miércoles 10; ¡a comentar se ha dicho!

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—> La última vez escribió Soledad Lamacchia sobre… THE HUNT

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