Encuentros cercanos del tercer tipo

Se viene Whan Dom Ingo Pedong

(Me solicita misia Lola Copacabana, a la sazón en la China, que le preste este espacio ya que no puede acceder a Blogger.com ni a Twitter.com debido a la censura del régimen. Recomendamos, de paso, la nota del New Yorker sobre el blogger y automovilista chino Han Han para tener una idea de las cosas aquí. Lo que sigue es Copacabana).

Del tabú del contacto, ese del que habla Canetti en el principio de Masa y Poder, y que está tan pero tan presente en USA que ha devenido tabú de mirar (en USA para mirar a otro hay que tener una muy buena excusa, una manera de saltearlo son las sonrisas gratuitas: te miraba para sonreírte, tontita, no lo ves, una sonrisa buena y antijudgemental y por sobre todas las cosas antierótica, soy un buen tipo, te aseguro, no quiero decir nada con mis ojos, mi boca, acá, te lo asegura) a los chinitos locos, que no sólo no lo tienen sino que consideran mucho más práctico, por ejemplo, darte un buen empujoncito para que te corras y los dejes acomodarse como corresponde, si al fin y al cabo es mucho más sencillo, mucho más directo, que el ‘permiso’.

Tardé siglos y un montón de viajes y un millón de teorías en entender por qué era que me vivía chocando con los yanquis. Mirando ropa en los bolichitos de Gap Kids (qué fácil y qué barato podemos tenerla las ‘petites’), en el supermecado, en la calle, en la fila para el cafecito, en todas partes.

Estos días y después de la última vueltita, ando convencida de que es mi inconsciente que me empuja, bang, a chocarme contra los tipitos esos, inconsciente rebelde way que no puede ni quiere resistirse frente a tanta hipocresía. Digo, porque en China no es que viva chocándome con todo el mundo. Algunos roces para subirse al subte (porque por más publicidad que metan, los chinos de Shanghai y los de Beijing se niegan a aprender que para subir tenés primero que dejar que los demás se bajen) o durante el viaje en colectivo, OK, pero nada de eso de pasarme cinco segundos amagando con cada ser humano que me cruzo en una vereda vacía, o con el suficiente espacio, para pum, terminar en embestida (como pasa inevitablemente en USA).

Teoría del momento, o experimento en mini ejecución: el tabú similar de los chinos, con lógica y razón, pasa por no sentarse, bajo ningún concepto, en las escaleras. Digo: obvio que no hay que sentarse en las escaleras. Pero si estás en situación, no sé: Facultad de Derecho o similar. Situación escalera CERRADA por una CADENA con escaleras mecánicas que suben y que bajan a veinte centímetros  de la escalera en cuestión. Y estás cansada. Y no hay asientos. Pues aparentemente tampoco.

Se ríen, los chinos. Se indignan un poco, te retan. O pasan en frente de tu hotel (la inmunidad del hotel propio, otra que el room of your own, la puerta del baño cerrada) y te miran, desconcertados, con tu latita de coquita light y el cigarrillo, a ver bien si hay una excusa, si hay alguna cosa entre tus manos, al lado tuyo en un descuido en el piso, que pueda darles una clave, pista, una señal, breve análisis semiológico, superficial, que pueda decirles algo sobre lo que -en realidad- estás tramando.

Lost in translation

Esto es un twit: gracias, Lionel Messi

En China, como en los otros países que usan la hoz y el martillo, no se puede twittear. Pero creo que un post aquí va directo a Twitter.

Gracias, Lionel Messi. Hacés del fútbol, y por lo tanto del mundo, un lugar más bello.

Gracias Doña Celia por tener a Messi.

Gracias Doña Tota, en estos días en que estás enferma, te mandamos nuestro saludo afectuoso.

Es mentira que los argentinos somos talentosos. ¿Quién es el escritor argentino vivo más talentoso? ¿El pintor? ¿El director de cine? ¿El músico? ¿El actor? ¿El científico? ¿El economista? Nada, nada. En todo eso, el mejor del ranking argentino no entra en los 100 primeros. ¿Piglia? ¿Ricardo Darín? Por favor.

En lo único que tenemos un número 1 es en fútbol. Y le decimos: “Pendejo, la última bola se corre”, y lo votamos peor jugador. Mamita, qué falta de respeto.

Gracias también, Lionel, por todo lo que estás por hacer en esta Copa América.

Recuerdos de Argenchina

Estoy del otro lado del mundo. La segunda coincidencia más increíble con que me he cruzado es el hecho de que la isla de Formosa (Taiwan) está exactamente en las antípodas de Formosa (Argentina). (La mayor coincidencia me ocurrió hace pocos días:  estando en la remota localidad de Merced –California– le dije a Brandon: “¿Cómo será de grande Merced? ¿Un Rafaela?” Wikipediamos, había alguna diferencia: Merced 78 mil, Rafaela 99 mil. En el artículo en inglés de Rafaela, entre los once “notable natives” se encontraba una Adriana Signorini, “Coordinator Peer Mentoring & SATAL programs, University of California, Merced, USA”).

Argentina en China, tras la disgresión:

1) La noche en las orillas del río Huangpu se llena de turistas. Pero no me importa: el 99% son turistas de otras partes de China. Obviamente, no puedo identificarlos como turistas, pero supongo que lo son. En un grupito de tres adolescentes, veo uno con la camiseta de Lionel Messi. No podía contenerme de la emoción, pero no sabía que decirle. Le mostré mi cédula de identidad. Qué provinciano lo mío. Pero enloqueció y fue a contarle a los amigos. No fue la última camiseta argentina que vi. Pero no entendía los signos del cielo. Pensé que para ver Colombia-Argentina tenía que ir a youtube/copaamerica. Estuve intentándolo horas, a las 8 de la mañana de aquí, pero no lo pasaban. Hasta que me dije: “¿Y si pruebo la tele?” Y allí estaban, argentinos y colombianos en CCTV 5. Pude ver las caras de desazón de Lionel. Una pena. A propósito: hay una regla que dice que cuando un técnico de la selección para un 4-2-4 está en la lona. Y más o menos así terminó jugando la Argentina.

2) Algún privilegiado está a cargo de este lugar:

Si necesitan mano de obra barata, avisen. La ciudad es muy interesante. Pero que no sea en verano.

3) El China Daily –lo único que podemos leer para enterarnos que es lo que pasa por aquí– titulaba el otro día: “Sorpresivo aumento del mínimo no imponible“. En todos lados se cuecen habas. Ya que se trata de una república *popular*, las autoridades tomaron esa medida luego de que un 83% de los internautas que participaron de una encuesta en el sitio del Congreso Nacional del Pueblo se manifestara a favor. Me pregunto cuánto falta para que aparezca acá Whan Pe Dong, esto es, Juan Perón. Uno del partido que empiece a redistribuir más rápido. Ese es mi pronóstico de largo plazo: la democracia en China no vendrá desde abajo, sino como resultado final de una competencia interna de poder en la que un Redistribuyente del Ingreso incoporará para siempre a las masas al poder. En el medio va a haber mucho lío.

Shanghai, babe

Esto es Shanghai. Algo así como otro planeta:

De ese lado del río, las construcciones empezaron recién en 1990. Sería como nuestro Puerto Madero, digamos.

Llegué a las 8 de la noche al hotel, que para mí eran las cuatro de la mañana. O algo por el estilo. Salís de Los Ángeles con el sol del mediodía, ves el sol durante todo el vuelo de China Eastern, y sin embargo cuando llegás te dicen que es el día siguiente. Todavía estoy tratando de entenderlo.

En realidad nadie te dice nada. Hablan mandarin, o algo parecido a eso aquí en Shanghai. Aunque cada vez más inglés. En un McDonalds cualquiera, la joven que te atiende sabe inglés. Y mucha gente con manuales de la lingua franca, digo anglo. Hoy, sin inglés, logré explicarle a un señor de una pseudo-ferretería que lo que deseaba era un cable de Internet de cuatro metros.

Llegamos en un momento importante: hace poquitos días se cumplieron 90 años de la fundación del Partido Comunista chino. La hoz y el martillo están en todos lados, cosa que ocurre solamente en países que no autorizan el uso de Twitter. Ayer en uno de los museos históricos le grité “Genocida” en la cara a una figura de Mao. No en mandarín, claro. Hoy estuvimos en la casa donde se fundó el PCCh. Hay figuras de cera alrededor de una mesa conmemorando la reunión. Parecen señores, en esas figuras, pero cuando te fijás las fechas de nacimiento, casi todos son de los 1890s, o incluso de la década de 1900. Y la reunión tuvo lugar en 1921. Un grupo de púberes forjando el destino de una cuarta parte de la humanidad.

En el ánimo festivo de este aniversario, la semana pasada se inauguró el tren más rápido del mundo, que hace Shanghai-Beijing (orden de magnitud: Buenos Aires-Bariloche) en menos de cinco horas. Y esta semana, para completar, se inauguró el puente sobre mar más largo del mundo.

Mi comida favorita es la pata de pato que venden por la calle, y de postre palitos chinos enchufados en un enorme pedazo de sandía. Dos patas y una sandía, unos 14 yuanes, o diez pesos de nuestra denominación.

Pero el calor, Dios. Me avisaron: no vaya a Shanghai en julio. Y fui a Shanghai en julio:

 

Van más o menos la mitad de los días en los que nos propusimos dar la vuelta al mundo. Hay que acelerar, porque recién vamos por acá:


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Estamos re calientes

Según el Economist, la  Argentina es la economía más recalentada entre las emergentes. Y no son pocas:

¿Qué quiere decir “recalentamiento”? Que la economía está en una situación de expansión insostenible, con tendencia a la inflación creciente y/o a una crisis de balanza de pagos. La Argentina aparece con el máximo puntaje posible. De las seis variables que se toman en cuenta –clickear el link– hay dos (exceso de crecimiento sobre el potencial de largo plazo de la economía; desempleo comparado con el promedio de diez años) en las que la Argentina está primera. Entiendo que llama la atención que sume al puntaje malo un crecimiento rápido y una caída fuerte del desempleo.

En otra de la variables de recalentamiento (la tasa de inflación), Argentina está segunda. Y menos “caliente” está en otras dimensiones: aumento del crédito, déficit de cuenta corriente. En cuanto  a la tasa  de interés real, aparece algo raro: toman una tasa alta como signo de recalentamiento (mucha demanda por crédito, tasas altas), cuando en la Argentina la causalidad parece al revés: como las tasas reales están bajas, la demanda está muy fuerte.

Adiós a los autos

Tengo las mismas ampollas que se me hacían de chico cuando jugaba al tenis. Pero esta vez es por manejar. Ya no me acuerdo si tres o cuatro autos: New York-San Francisco; San Francisco-Los Ángeles ida y vuelta; y un poco más por el rincón noroeste  de Estados Unidos — los alrededores de otra ciudad candidata a la más linda: Seattle, una hermosa cruza entre la modernidad relajada de San Francisco y la belleza natural, remota de Ushuaia.

Ah, el automóvil, qué objeto tan esencialmente norteamericano. Un amigo muy sabio me dijo una vez: “Lo que arruinó a la sociedad norteamericana fue el programa de propiedad suburbana subsidiada y el sistema de carreteras interestatales de Eisenhower”. O algo así. Debería agregar un tercero: el bajo costo del auto, por una mezcla de financiamiento barato, nafta con pocos impuestos y apertura al comercio automotor. Buscando bien, alquilar un auto en Estados Unidos puede costar 20 dólares por día.

Ese combo, en principio, destruye a la ciudad. Salvo algunas excepciones, la geografía humana de los Estados Unidos no tiene como centro a la ciudad, donde convergen las personas a trabajar o divertirse. El centro de la vida es el hogar, y de ese centro parten recorridos radiales hacia donde uno necesite trasladarse: a 10 kilómetros en dirección noreste para la tienda de comida para perros, a 8 en direccion sudoeste para comprar colchones. El GPS facilita ese mundo en el que el centro geográfico es distinto para cada individuo, porque sencillamente es él mismo.

Claro que el modelo falla por varios lados. El primero es el tráfico. La gente parece no ser consciente de la infelicidad del tráfico. Voy por las autopistas suburbanas contando cuántos autos tienen un solo pasajero y cuántos más de uno. En un partido a 20 puntos, en general gana “solos” aproximadamente 20 a 6 o 20 a 7. Nosotros, que somos tres, aprovechamos el carril “Car Pools Only”, que es para transporte colectivo y para autos que lleven dos o más personas. Sí: dos es raro por lo mucho. En los Estados Unidos, dice mi guía Lonely Planet, hay 300 millones de habitantes, 200 millones de conductores y 250 millones de vehículos. No caben.

La otra preocupación es ecológica, sobre todo en su versión interesada. El galón está a 4 dólares, no 1 y monedas como hace una década: ¿no va a acabarse un día el petróleo? Los autos ecológicos pueden ser una manera para que sobreviva el modelo del auto, y de las automotrices, a pesar de la crisis del petróleo. “¿Es éste nuestro futuro?“, se preguntaba hace poco en el New York Times un crítico de autos tras probar un Chevrolet Volt que funciona bastante bien con energía tomada de un enchufe común.

Pero en algunas de las grandes ciudades se nota una preocupación con el modelo autocéntrico. La bicicleta está de moda en lugares como New York o Seattle, e incluso en las colinas de San Francisco; menos –en mi percepción– en Chicago o Los Ángeles. En Denver vi en persona lo que debería ser el microcentro porteño: una calle en la que la excepción es justamente la calle, y la vereda la regla: todo peatonal salvo una franja de dos metros de ancho para que pase un bus ecológico. Todo el microcentro porteño que no es avenida debería ser exactamente así, como decimos hace rato.

En Europa la crisis con el modelo autocéntrico es más drástica. El New York Times también contaba hace poco los esfuerzos de las ciudades europeas por hacerle imposible la vida a los automovilistas. La periodista neoyorkina quedó maravillada, porque al día siguiente decidió tomarse un colectivo y comprobó que tardaba casi lo mismo que en taxi, a un precio infinitamente menor. Los lectores también se entusiasmaron: todas las cartas publicadas estaban a favor de restricciones al uso del auto.

¿Y por casa? Bien, gracias. Lo único que tenemos de ciudad del siglo XXI –las bicisendas– es cuestionado por los candidatos a intendente. La exportación de petróleo tiene retenciones móviles para que el precio de la nafta sea el más barato del mundo. Los trenes y subtes vieron pasar casi una década de crecimiento económico con una inversión neta (es decir, descontando el desgaste) probablemente negativa. Y los recorridos de colectivos urbanos de Buenos Aires son tan intocables y tan modernos como Don Julio Grondona.

Por mi parte: adiós a los autos. Volamos a Shanghai, a ver si logramos tomar el tren más rápido del mundo, inaugurado hace dos días.

¿Se viene el zurdaje?

Leemos en el New York Times, en una nota titulada “Left Handers Have an Edge…”:

An estimated 10 percent of the world’s population is left-handed, but in the men’s and women’s singles at Wimbledon, five of the 32 remaining players, or 16 percent, are. According to the tournament’s Web site, in 125 years 10 left-handers — eight men and two women — have won a total of 26 singles titles.

Si se jugaron 250 torneos (la mitad de hombres y la mitad de mujeres) la cuenta da 26 títulos zurdos sobre 250 campeones, casi exactamente un 10%.  Leo que el de mujeres empezó nueve años después que el de hombres, o sea que el número total de torneos debe rondar los 240. De todos modos, 26/240 = 10,8%. ¿Da como para una nota?

Boudou, la venganza de Alsogaray

Amadou Boudou, el tipo de nombre gracioso –como dice de sí mismo Barack Obama– puede ser nuestro próximo vicepresidente.

Amadou Boudou representa como nadie la esencia misma de esta época kirchnerista.

En primer lugar, por su admirable cinismo. Los políticos son, en el fondo, actores de una comedia de larga duración. Hipócritas, del griego “actor”, diría Mariano Grondona. Por lo general, los políticos ejercen el estilo que llamaré clásico de la actuación: el actor no intenta transmitir que está actuando; busca que el espectador se convenza por un momento de que el actor es en realidad el personaje que representa. En el estilo que llamaremos cínico, en cambio, el político-actor da por explícito y sentado el hecho de que el espectador sabe que está actuando, que se trata de una farsa. La actuación es un acto de complicidad: te miento, pero vos sabés que te estoy mintiendo, y yo sé que vos sabés que te estoy mintiendo.

De esta última escuela hemos tenido como máximos exponentes a Carlos Menem, Aníbal Fernández y ahora Amado Boudou. Cuando Boudou dice que la inflación es de un dígito, o cosa parecida, no está haciendo el más mínimo esfuerzo por que creamos que la inflación es de un dígito, o cosa parecida. Sabe que es inverosímil; nos honra concediéndonos –sin decirlo, pero transmitiéndolo con esa media sonrisa cómplice– que es la cosa más disparatada del mundo. Pero diciéndonos que la inflación es de un dígito nos muestra que es capaz de ser profesional en el papel que le toca, a la sazón defender un índice mentiroso.

Ese cinismo parece apropiado para el Frente Para la Victoria, una agrupación política cuyo fin declarado no tiene la vaguedad de los otros partidos (la Justicia Social, la Democracia Social, el Socialismo o el Civismo) sino uno más concreto: la victoria. Hay que ganar. Golear, si es posible. Honestidad brutal.

En segundo lugar, Boudou es esencialmente kirchnerista, o acaso debamos decir cristinista, por su evocación –no tanto por un calendario que ya pasa el medio siglo, pero sí por usos y costumbres– a la juventud. Cristina ha sido una máquina de producir jóvenes más o menos bellos: Lousteau, Massa, Abal Medina, Bossio, Boudou, Sabbatella han sido todos, a su turno, debilidades de la presidenta. Hay allí un mérito, que parece escasear en otros partidos. El votante promedio de la Argentina pasa apenas los 40 años, pero en el peronismo federal, el radicalismo y el socialismo todos los candidatos a presidente y vice rondan o superan los 60 años, es decir, son casi una generación más vieja que quienes deben votarlos. Además de Boudou, sólo los candidatos a vice Adrián Pérez de la Coalición Cívica y Christian Casillo de la izquierda nacieron después de 1960.

El título de esta nota alude al tercer factor en el que Boudou es esencialmente kirchnerista: la disonancia extrema entre el discurso público y las políticas económicas. En un párrafo, la historia de la política económica argentina de los últimos veinte años es la que sigue: en los 90, el país abrazó la economía abierta y las privatizaciones que pregonaban en los 80 Álvaro Alsogaray y seguramente Amadou Boudou desde la subsede marplatense de la UCeDé. El programa fue exitoso salvo por el detalle de la convertibilidad, que sirvió para estabilizar pero falló cuando las circunstancias externas cambiaron. Todo voló por los aires, y cuando se asentó el polvo habían cambiado tres cosas, pero no más: un 1 por un 4 en las pizarras de las casas de cambio; Menem por un Kirchner, y luego otro, en la Casa Rosada; y un mercado mundial de granos deprimido por uno vibrante.

En lo demás, la política económica ha cambiado menos de lo que parece. La Argentina de hoy, como la que soñaba Alsogaray, confía en las circunstancias de los mercados para el crecimiento (¿a cuánto cerró Chicago?) aunque diga que no. La pequeña historia contará que este gobierno es “intervencionista”, y es verdad: un señor que, dicen, anda con una pistola, cree que decide cuánto vale la merluza, y para que lo comprueben los desconfiados la reparte o la repartía en unos camiones por el conurbano. Pero créanme: la merluza está carísima. En esencia, es el mercado el que define cuánto se consume, cuánto se invierte, cuáles son los precios.

También como Alsogaray, el kirchnerismo cree –aunque diga que no– que el problema de la distribución del ingreso se resuelve con el crecimiento. Cuando uno pregunta por la política social, la respuesta es macroeconómica: subió el empleo, creció el PBI. O se repartió plata. O se distribuirán LCDs. Pero ¿cuáles son los planes para la educación? ¿Para la salud? ¿Por qué crece tanto la población en villas? ¿Qué planes de vivienda hay? ¿Y la seguridad social de los trabajadores informales? De alguna manera, lo resolverá la soja, nuestra ventaja comparativa. Diría Alsogaray.

Que nadie mire ahora a Amadou Boudou: quiero ver cómo me me guiña un ojo.

¿Cómo sigue la gripe española?

No muy bien. Desempleo de 21%. El PBI yirando en su nivel pos-crisis, que es alrededor de un 5% por debajo de su máximo en 2008. No suena grave 5%, el tema es la duración. España alcanzó por primera vez su actual nivel de PBI hace nada menos que cinco años. Es mucho tiempo. Casi todo ha cambiado desde entonces, salvo que Rafa sigue ganándole a Roger en Rolanga.

Y evidentemente la idea del ajuste expansivo no está funcionando. El “ajuste expansivo” –a milímetros de la contradicción– es la idea de que una política fiscal ortodoxa puede estimular la economía porque genera mayor confianza sobre el pago de la deuda y por lo tanto un riesgo país más bajo. Pero no hay buenas noticias en ese frente. Ayer el riesgo español alcanzó su máximo desde la entrada al euro. Sumado eso a tasas de referencia algo más altas que en lo peor de la Gran Recesión, España –una economía muy dependiente del crédito– está enfrentando ahora tasas de interés más altas que en cualquier momento del pasado reciente, justo cuando necesita una tasa baja para que su gasto se reactive.

Obviamente, mucho depende ahora de cómo se resuelva la situación de Grecia, que es el dominó poniéndole el pecho a las balas. Un Chris Giles del Financial Times contemplaba ayer cuatro escenarios posibles, con diversos niveles de contagio a través del mediterréneo. Tres decididamente malos: default desordenado de Grecia, que dipara el temor sobre los otros; patear la pelota para adelante con más ajustecillos, lo que no resuelve el problema y va horadando el europeísmo en toda Europa; salida del euro en Grecia, que contagia más aún a la periferia.

El escenario supuestamente no tan malo es el de un default griego ordenado, aka “reestructuración”. No estoy seguro de que una reestructuración griega sea una buena noticia en el corto plazo. El default ordenado griego es la pendiente resbaladiza: ¿estamos seguros de que la cosa se acaba allí? ¿Estamos seguros de que retorna el crecimiento a Grecia? Y si no vuelve el crecimiento, y ya rompimos algo bastante sagrado como el crédito, ¿no romperemos con algo no tanto más sagrado, como el euro? Si el problema de la Europa periférica es el euro, y la política monetaria del BCE no lo reconoce (volviendo, por ejemplo, a un 1-1 con el dólar) seguirá el fantasma del descenso. O de la promoción.

Volví a los bonos argentinos (par en pesos), pero no entiendo bien por qué lo hice.

Descubriendo America

La papafrita es lo que más los está haciendo engordar, descubre America:

Blame the potato chip. It’s the biggest demon behind that pound-a-year weight creep that plagues many of us, a major diet study found. Bigger than soda, candy and ice cream.

Vengo taladrando a mis compañeros de viaje hace cinco mil kilómetros con este trascendente asunto. No puede ser que el acompañamiento básico de cualquier comida sea papas fritas. A veces te ofrecen elegir entre tres o cuatro tipos diferentes.

Mientras, yo hago mis saludables snacks con Jerky, nuestro charqui, cuya producción y exportación en la Argentina es mi próximo proyecto vital. Quiero ser como González Fraga: un economista con cierta onda con un proyecto productivo con bastante más onda. La Wikipedia explica: “The word “jerky” comes from the Quechua term charqui, which means to burn (meat).” ¿Es posible que nosotros, los grandes exportadorse de carne salada durante buena parte del siglo XIX, no comamos charqui y, mucho peor, no lo exportemos? Acá a veces ocupa varios estantes, en paquetes muy paquetes.

Por supuesto, no es del todo saludable: tiene bastante sal, pero absolutamente tolerable en calorías y grasas. Sobre todo: mucho mejor que el “snack” alternativo, que son las papas fritas o las galletitas dulces. Y muchísimo más rico: bastante parecido a nuestro salamín, pero más magro y sobre todo mucho más práctico para comprar y comer en una estación de servicio. OK, creo que ya he hablado de esto.

En San Francisco ahora; el plan es ir el sábado al Wiknic, un picnic en todo Estados Unidos de los nerds que nos gusta la Wikipedia; y al gay parade anual el domingo. Hoteles llenos. Precios caros. Terminamos en un motel de Daly City, que es a San Francisco más o menos lo que es Alto Comedero a San Salvador de Jujuy.