¿Para cuándo la mano dura de Mauricio?

Con todas estas ondas de amor y paz que nos tiran los gobiernos es imposible gobernrar.

¿Se acuerdan cuando Macri venía, supuestamente, a imponer la mano dura? Yo tenía una esperanza: que organizara de manera racional la cuestión de los cartoneros. Podemos decirlo sin temores, porque es la realidad: la enorme mayoría de la basura *tirada* (esto es, no embolsada) en la ciudad se debe a la acción de los cartoneros. Abren una bolsa, se fijan qué hay de provecho, tiran el resto o la dejan abierta. Muy razonable como modo de producción. Pero el sistema es malo no sólo para los vecinos donde hay cartonerismo, sino para los propios productores de basura clasificada. La prohibición del cartonerismo podría mejorar la vida de los cartoneros si al mismo tiempo se orgaizara un sistema para llevar la basura a centros de clasificación. Basta de padres e hijos empujando carros por la ciudad: un trabajo decente y menos esforzado es clasificar basura en un centro de reciclado, a cambio de un sueldo o de la cosecha de producción (quizás con un máximo para que alcance para todos).

Otra, Mauricio. En 2009 escribí que me hacía macrista si pasábamos a un sistema de parquímetros más amigable, como el que existe en La Plata (se paga por celular) o Rosario (hay un relojito que no necesita monedas ni cospeles). Pero no, seguimos con el sistema primitivo. Y seguimos con el absurdo sistema de grúas, que genera un enorme costo social. Salvo para autos que molestan claramente la circulación, el cepo es muy superior a la grúa, porque ahorra grúas y ahorra horas hombre. Pero no, nada se ha hecho allí tampoco.

Quizás es precisamente por haberse sumado al dulce hacer poco presidencial Mauricio Macri es un político tan exitoso. Y un gobernante no mucho mejor que mediocre.

WIFI para todos

El Alberto lo hizo, dicen. Habría que ver.

Me pregunto si no hay un modo más barato de extender el acceso a WiFi, al menos en zonas urbanas. ¿Por qué no obligar a los lugares de acceso público (bares, restaurantes, hoteles) a que si tienen un WiFi están obligados a mantenerlo sin claves? O, si no te gusta obligar tanto, obligar un poco menos: los proveedores tienen que cobrarle menos a quienes mantienen la red abierta.

Pensándolo un poco, sería bastante parecido a la obligación que –creo– tienen los restaurants de prestar el baño. Es, claramente, una obligación que mejora el bienestar social. Pensemos en costos y beneficios. Si obligás a prestar el baño, aun a los que no consumen, es posible que los restaurants y bares tengan un pequeño costo adicional, porque quizás deban limpiar o hacer reparaciones con más frecuencia, por el mayor uso. Por supuesto, no lo pagan ellos, porque el mayor aumento de los costos debería trasladarse (ínfimamente, como es el caso) a los precios. La pregunta entonces sería: ¿qué preferimos de las siguientes opciones?:

1. Pagar un centavito más caro el pancho y la coca cada vez que la compramos y a cambio tener la posibilidad de ir al baño en cualquier restaurant.

2. Pagar la construcción pública de baños, cosa que de manera realista nunca podrá brindar un acceso tan bueno como en los bares y restorans.

3. Que no haya baños públicos ni derecho a ir al baño de un bar, y por lo tanto estemos expuestos a (a) preguntar si nos presta el baño a un mozo mala onda; (b) tener que comprar un café cada vez que queremos ir al baño o (c) hacernos pipí encima.

Parece bastante claro que se minimizan los costos sociales con la opción 1.

Creo que con un razonamiento absolutamente idéntico debería obligarse a que el WiFi de lugares de acceso público sea sin clave. ¿Hay algún costo para el bar? Quizás, sólo remotamente, una velocidad ínfimamente menor para los comensales. A cambio, podrías chequear mail desde el banco de la plaza de en frente, con un poco de suerte. Y además nos ahorraríamos la ceremonia ridícula de “¿Me podrías dar la clave del WiFi?”.

Escucho contraargumentos.

Últimas noticias: boom expotador en España

Las exportaciones son el único motor de la economía desde que estalló la crisis“, dice El País. Más abajo:

La zona euro, destino del 53,4% de las ventas españolas, creció al 0,2% en el segundo trimestre. Francia, principal cliente entre enero y junio, no creció; Alemania, segundo comprador, avanzó un insignificante 0,1%.

Las cosas que se celebran en una depresión.

EX-POST: Curiosa posición de Jesús Fernández Villaverde en el blog mayoritariamente neoclásico Nada es Gratis: sí, se nos cayó la demanda; sí, hay una trampa de la liquidez con las tasas a cero; sí, la contracción fiscal puede empeorar la recesión; pero no nos queda otra que ajustar y “hacer reformas” que levanten la tasa de crecimiento. Esa música me suena.

Sin comentarios

¿Cristina merece su triunfo?

La juventud, la viudez, los papelones de la oposición, el crecimiento económico: todos esas hipótesis sobre los motivos del resultado electoral deben tener alguna parte de verdad. Y muy especialmente el último. Mi pregunta es: ¿hay algún mérito específico de Cristina Fernández de Kirchner?

Primero digamos cuál no es su mérito: la economía no lo es. ¿Podemos contestar la pregunta contrafactual de “¿cómo estaría económicamente la Argentina con otro ‘modelo’?”. No podemos del todo, pero un poco sí, mirando lo que pasa en la región. De acuerdo al INDEC, que posiblemente sobreestima en alguna magnitud el crecimiento del PBI, la Argentina creció 9,9% en el primer trimestre de 2011 (contra el mismo período del año anterior). En Chile en el mismo lapso la economía creció 9,8%, y en Uruguay 6,8%. Además de un crecimiento similar al de la Argentina, esos dos países tuvieron una tasa de inflación mucho más baja. Contra ese 25% que creemos que hay en la Argentina, Chile tiene 2,2% y Uruguay 8,2%.

En otras palabras: si la economía argentina anduviera como la chilena o la uruguaya, jugaría tan favor del gobierno como ha jugado, y quizás más porque nuestros vecinos orientales y occidentales no tienen la molestia de una inflación alta. Desde luego, es muy comprensible que el votante atribuya los humores de la economía a los gobernantes; a veces influyen sobre ellos, y es imposible distinguir en un momento de abundancia cuánto hay de mérito y cuánto de suerte. Pero que sea comprensible no quiere decir que sea correcto. La voz del pueblo es la voz de Dios: igual de tenue es la evidencia disponible. La principal diferencia con nuestros vecinos –que, por lo tanto, no puede ser fruto de circunstancias regionales, sino de políticas internas– es la tasa de inflación. Tachemos, pues, a esta vibrante economía como mérito posible de Cristina Fernández.

Repasemos las principales decisiones de gobierno con algún posible efecto electoral desde la derrota de Kirchner en 2009 hasta acá: Asignación Universal por Hijo, pago de la deuda pública con reservas, Fútbol para Todos. En los tres casos se trata de decisiones del gobierno; en los tres casos –desde el punto de vista de este avatar– se trata de políticas públicas cuyos beneficios superan largamente a sus costos. (Acá está mi opinión favorable sobre el fútbol gratuito, que no sobre la manera específica como se financia esa gratuidad). En los tres casos es posible imaginar alguna alternativa todavía mejor; pero todas las acciones suelen ser imperfectas, y mucho más la de los gobiernos. En un nivel de menor impacto político pueden mencionarse también el matrimonio igualitario, las notebooks para escolares, el eficiente sistema de DNI y –ahora que ocurrió podemos decirlo– la puesta en marcha de un sistema electoral para la definición de candidatos que, con las críticas que pueden hacerse, es mejor que el anterior.

¿Ha sido el de Cristina, entonces, un buen gobierno? No lo creo. Por no hablar de la inflación y las infantiles medidas para combatirla: este ha sido el gobierno de candidatos que ya sabían que no iban a asumir; el gobierno que provocó un conflicto muy innecesario y costoso con el campo. El que ha mentido en sus estadísticas de una manera tan sistemática como sólo ha ocurrido en el mundo bajo regímenes totalitarios y ha puesto multas a quienes miden con otros métodos –a todas luces menos inexactos– la inflación. Es el que ha usado un canal público y varios medios supuestamente privados para una grosera campaña política. El gobierno a cuyo ministro de economía le encontraron mucho dinero en un baño, y a cuyo secretario de transporte, íntimo del vértice del poder, le regalaron aviones empresarios favorecidos. Y, sobre todo: no ha habido grandes iniciativas reformistas en sectores de la salud, de la educación, del transporte o de la vivienda, todos ellos de impacto directo sobre el bienestar.

En el gobierno de Cristina se han mezclado, como en casi todos, errores y aciertos. Pero una característica es que ha ido mejorando. Todos o casi todos los defectos que mencioné, muchos de los cuales subsisten, ya estaban allí en la elección anterior, en 2009. Todos o casi todos los méritos que señalé son posteriores a 2009.

Pero mucho más que lo que hizo, el gran mérito de Cristina ha sido lo que dejó de hacer. Néstor Kirchner era un político cuya popularidad y productividad electoral era baja dadas las circunstancias favorables que enfrentó. El conflicto del campo debería aparecer en una nueva edición de El Príncipe de Maquiavelo como un caso de estudio de lo que tiene que hacer un político para perder popularidad de manera rápida y gratuita. En los meses viudos de Cristina es más difícil encontrar una vocación tan aguda por el conflicto. Cristina Fernández, ya no “de Kirchner”, ha dejado hacer, ha dejado pasar. Con una economía que empuja con fuerza, el dulce hacer poco no ha sido una mala receta política para navegar la prosperidad.

¿Es eso suficiente como mérito? El pueblo ha dicho que sí, que el dulce hacer poco es suficiente con viento a favor. El destino del kirchnerismo se jugará cuando tenga que responder ante dificultades económicas que de aquí a cuatro años parecen bastante probables.

¿Y si votamos también al presidente de la AFA?

El fútbol se ha vuelto una cuestión de Estado. Casi siempre lo fue, pero todavía más desde que los derechos de televisación están en manos del soberano, esto es, del pueblo, que ha pagado por ellos con sus impuestos.

¿No tiene ese soberano algún derecho de voz o voto sobre cómo se produce y quién maneja el show que acaba de comprar?

El fútbol es un objeto económico muy peculiar. La organización mundial que lo rige (la FIFA), todos sus miembros (las asociaciones nacionales de fútbol) y una buena parte de los clubes que forman esas asociaciones son, en principio, entidades sin fines de lucro: los presidentes en cada uno de estos niveles deben velar por los intereses de las partes asociadas (no así en los clubes que son sociedades anómimas, donde la apuesta es que el interés individual del empresario sea precisamente el éxito deportivo del club del que es dueño).  Pero los montos involucrados son extremadamente tentadores. Ese combo –el dinero es muchísimo, pero supuestamente no es de nadie– genera incentivos irresistibles para la corrupción. Hace poco nos contaba Ezequiel Fernández Moores en estas páginas que mientras por aquí nos entretenemos con las miserias de la industria futbolística local, en la FIFA se va destejiendo el ovillo de la corrupción que llevó a la insólita decisión de que Qatar, un minúsculo infierno posmoderno sin ningún antecedente futbolístico, sea designado sede de un Mundial.

En principio, el sistema tal como está organizado tiene su componente democrático: los socios de los clubes eligen a sus presidentes, ellos a los jefes de las asociaciones nacionales, y estos cardenales designan a un Papa poco menos que vitalicio. Tras varios ciclos del centrifugado democrático, el resultado debería ser un gobierno que, aproximadamente, representara los intereses de los asociados a clubes de fútbol de todo el mundo. No parece que muchos se sientan bien representados por Joseph Blatter, y en muchos casos –el nuestro entre ellos– tampoco por los presidentes de las asociaciones nacionales.

Son varios los obstáculos que impiden que el mecanismo democrático funcione aceitadamente, pero la traba principal es una montaña de dinero; o, en la jerga de la época, “la caja”. Las llaves de la caja las tienen los presidentes, y el sistema de elección indirecta (del presidente de la FIFA y de las asociaciones) hace que la cantidad de voluntades a comprar no sea desmedida, y por lo tanto pueda llevarse a cabo a la sombra. Sólo los presidentes de los clubes están realmente expuestos al castigo democrático, pero aquí entra a jugar el capricho de la materia que nos ocupa. En el fútbol, la relación entre resultados a corto plazo y probidad en el manejo a veces es tenue. Dos grandes que descendieron hace poco (Rosario Central y River Plate) lo hicieron bajo administraciones percibidas como menos corruptas que las anteriores. Los más honestos no necesariamente ganan más partidos que los menos honestos. En la elección de los clubes pesa menos la honestidad que el éxito deportivo y el manejo de pequeños ejércitos con armamento no reglamentario, también movidos por la caja. Las vigas sobre las que se sostiene el sistema de lealtades que es la FIFA, pues, no siempre son de la mejor madera.

¿No hay nada que pueda hacerse para dar un poco de transparencia democrática a un asunto que no sólo es lúdico y pasional sino que a veces, también, ha sido de vida y muerte? La FIFA tiene para ello una defensa magnífica: los gobiernos que se inmiscuyan de mala manera en el fútbol (esto es, en contra de las autoridades amigables a la banda internacional que a la sazón esté saqueando la industria del fútbol) tendrán el peor castigo: sus selecciones quedarán afuera del Mundial. En la Argentina, se ha abierto un resquicio para ganarle a la fuerza de la caja: la Caja, con mayúsculas. La Caja de Todos. La Cajita Feliz que es el tesoro de la Nación, ANSES incluida.

Al abrir las compuertas de su tesoro al dinero de la Nación, el fútbol ha abierto también sus compuertas a la influencia del gobierno. Por lo que se ha visto de momento, esa influencia no está siendo usada en el sentido que querrían la mayoría de los asociados. El engendro de Primera Divisón Para Todos fue víctima, felizmente, del rechazo democrático. Un gobierno que realmente quisiera dotar de mayor transparencia y representatividad a la AFA podría empezar por colocar la zanahoria de los fondos nacionales detrás de la valla de una reforma de estatutos que incluyera, por lo pronto, una cláusula de reelección limitada del presidente, y quizás de los presidentes de los clubes. Pensando en grande, también podría incluir alguna fórmula de intervención directa de los socios de los clubes en la elección del presidente de la AFA. Mientras todas estas reformas fueran votadas bajo las reglas actuales, la FIFA no podría vetar.

Que el fútbol haya pasado a una órbita semi-gubernamental es, probablemente, un hecho para lamentar. El fútbol podría ser gratis para los que no pueden pagarlo sin necesidad de tantos fondos públicos, con regulaciones adecuadas sobre precios de suscripción y con un uso comercial de la publicidad. La minoría no futbolera tendría así menos motivos para quejarse por financiarnos el show a la gran masa del pueblo. Pero, ya que esa influencia oficial ha sido consagrada, no estaría mal aprovechar la oportunidad para evitar que la pelota siga manchándose.

¿Es una crisis de deuda?

No parece: la tasa de interés de los bonos norteamericanos se desplomó. Morning in America: al día hábil siguiente de que le bajaran la nota, el mercado busca esos bonos.

¿Volvemos a –como le decía Krugman– un “Uh-we-are-all-gonna die-moment”? Tampoco parece. Hay dos cosas que no pueden pasar al mismo tiempo: la inflación y la deflación. Y tampoco puede haber una inflación desbocada con un desempleo en alza. Lo que hay es un temor fuerte a una recesión, y la impresión generalizada de que la política fiscal no es una opción, cuanto menos por motivos políticos.

¿Qué debemos pues hacer?

Lo mismo que hizo Bernanke para salir de la primera recesión: seguir dándole duro a la maquinita. Comprar bonos, dar préstamos, comprar acciones, lo que sea. In extremis, esa política monetaria desbocada se parece bastante a una política fiscal (¿no es un subsidio comprar acciones a cierto precio, a costas del Estado?). Llamalo como quieras, pero hasta que no haya 2%, 3% o 5% de inflación salarial, la política monetaria no está siendo suficientemente expansiva. Y no va a haber 2%, 3% o 5% de inflación salarial sin que baje el desempleo.

¿Cómo se huye de todo?

Lo estoy intentando: viajar muy lejos, dar la vuelta al mundo. Y ya vamos por acá:


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Pero no hay forma de escaparse de uno mismo. Y ni siquiera es muy valiente: valiente era cuando lo hacían los portugueses hace unos quinientos años, yendo a los tumbos en sus barquitos pintados desde esta hermosa costa hasta el misterio de Oriente.

Mi pregunta era sobre otra cobardía –¿cómo se hace para huir de todo activo financiero?– pero la respuesta es parecida: se puede huir de un lugar, de dos, de mil: pero no se puede huir de todos los lugares. En algún lugar tendrás que elegir estar, por acción o por omisión.

¿Qué pasaría si hubiera desconfianza sobre la deuda europea y la deuda norteamericana al mismo tiempo? No es fácil pensar en ese escenario. Los activos que se liquidan son los papeles de la deuda; ¿cuáles son los activos que se compran? ¿Cash? Si así fuera, si lo que el público quiere es más liquidez y menos deuda, el banco central podría compensar el efecto sobre los precios alterando las ofertas de esos activos, ie., comprando los bonos de los que el público quiere deshacerse. Al cabo, la tasa de interés podría no cambiar.

¿Y si se lanzan a activos de otros países? ¿Al real, al dólar australiano, al franco suizo? También pueden las autoridades monetarias de esos países responder aumentando la oferta de esos activos para evitar una apreciación exagerada, como de hecho lo hizo Suiza hace poco.

Entonces: considerando las reacciones posibles de la política monetaria, la huida de la deuda hacia monedas no puede alterar demasiado  los tipos de cambio. Y, si los bancos centrales actúan como deben –cosa que la Reserva Federal hace casi siempre y el BCE sólo de tanto en tanto– tampoco puede alterarse demasiado la tasa de interés.

¿Qué precio debería cambiar, entonces? Los bonos, el dinero y los depósitos como forma de riqueza tienen algo en común: tu riqueza es la deuda de otro. Te debe el Estado, te deben los bancos. Lo que cambiaría en un pánico generalizado es tu voluntad de mantener riqueza que sea al mismo tiempo una obligación de otro. Lo que querrías es tener riqueza que valiera aunque el otro no quisiera pagarte; que no hubiera tal cosa como “el otro”. Que seas dueño de algo. La desconfianza generalizada en toda obligación pública y el deseo correlativo de pasarse a riqueza contante y sonante debería aumentar el precio relativo de ese tipo de activos en relación al dinero y a los bonos.

Eso se llama inflación de activos, incluyendo sobre todo algunos muy líquidos y estándar como el oro. ¿Podría darse esa inflación de activos en medio de una Segunda Gran Recesión? Lo pensaremos.

Es el momento de la nueva política

En el año 2002, Duhalde elegía entre De la Sota y Kirchner. (Se equivocó, pensará él en este momento). Alfonsín era un apellido de un pasado brumoso. Diez años después, los protagonistas políticos de la semana son De la Sota (ganador en Córdoba y “con proyección nacional”) y los tres principales contendientes en las primarias del 14 de agosto: Kirchner (mujer de), Alfonsín (hijo de) y Duhalde.

Un país extraño este en el que en la fuerza más moderna, la que más quiere parecerse a lo que pasa en otros países –y copia de otras ciudades bicisendas, metrobuses, guardias urbanas– cuenta con la simpatía de la mayoría de los conservadores.

Cómo escribir “euro” con eñe

Algo así

El anti-eurismo se va haciendo oir. Ahora Krugman dice algo de este estilo: la Unión Europea se formó para que no hubiera tragedias como la que Europa vivió a mediados del siglo XX. Y esas tragedias tuvieron mucho que ver con las consecuencias políticas (ie., Hitler) del fracaso de un régimen de tipo de cambio fijo (la incapacidad del patrón oro de entreguerras para responder a la Depresión). Es decir: un sistema de tipos de cambio fijo (el euro) es hijo de una creación (la Unión Europea) cuyo objetivo era evitar los males que trajo un sistema de tipo de cambio fijo.

Son –somos—muchos los que creemos que el euro no es un buen sistema. Pero un poco es como la convertibilidad: OK, no es bueno, pero ¿hay que salir?

¿Se puede salir del euro? ¿Conviene? ¿Cómo se sale del euro?

A esta altura del partido, es posible que la suma total de felicidad de aquí hacia el futuro con una Europa Con Euro sea inferior a la de una Europa Sin Euro. El problema es que hay un costo político inmediato de la salida que nadie querrá pagar. En otras palabras: quizás es convieniente salir del euro, pero es imposible que un gobierno decida hacerlo. ¿Les suena?

¿Cómo sería la salida del euro? Dándole vueltas al asunto, es una salida bastante parecida a la de Argentina o, más específicamente, a la que Ricardo Hausmann proponía para la Argentina en el año 2001, con particularidades asociadas a (1) el enorme tamaño del sistema financiero de los países europeos, en comparación con el argentino en su momento y (2) el hecho de que no hay que devaluar una moneda sino crear una nueva. En esencia, se trata de la siguiente norma, pensada por ejemplo para el caso de España:

Toda transacción corriente nominada en euros podrá cancelarse en españoles, la nueva moneda [homenaje al “argentino” de Rodríguez Saá]. Toda obligación a plazo fijada en euros podrá pagarse en españoles indexados por inflación.

La españolización de las deudas comprende a toda obligación financiera bajo ley española, incluyendo la deuda pública. ¿Qué es el español? Es la nueva moneda de España, que el Banco de España entrega al gobierno (a cambio de deuda pública) o al sector privado que lo demande. ¿Habría demanda por la nueva moneda? Claro que sí. Donde dice € 1,50 podés pagar con 1,50 euros o con 1,50 españoles. Como el español va a valer menos que el euro, te conviene cambiar algunos euros por españoles y usarlos para tus transacciones. En seguida, € 1,50 va a querer decir “1,50 españoles”: el español se transforma en unidad de cuenta y por lo tanto  en medio de pago. En seguida hay una “demanda transaccional” de españoles.

Veamos el problema monetario, el fiscal, el financiero y el de “sector externo” de la introducción del español. El Banco de España tiene que fijar el tipo de cambio al cual entrega españoles por euros, y administrar la política monetaria como para que el español tenga una cotización adecuada. ¿Qué es una cotización adecuada? En principio, y porque eso es lo más urgente, una cotización adecuada es una que resuelve el problema fiscal.

¿Cómo es que la devaluación resuelve el problema fiscal? Hagamos una simplificación: todos los gastos salvo los de deuda pueden mantenerse fijos en españoles; los ingresos impositivos, en cambio, dependen del nivel de los precios. No sé los números, pero si por ejemplo los ingresos son 100, los gastos de intereses de deuda son 20 y el gasto primario es 100, alcanzaría con una inflación de 25% para llegar al equilibrio fiscal: los ingresos se van a 125 y los gastos de deuda a 25.

¿Qué nivel de español se necesita para generar ese salto de precios? Pensemos, como primera aproximación, algo cercano a 2. (En Argentina, dólar x 4 llevó a precios x 1,40; España, un poco más internacionalizada, euro x 2 puede llevar a algo más que precios x 1,20). Con esos números –irresponsablemente tirados a la marchanta– el gobierno español no necesita nuevo endeudamiento. Sí necesita refinanciar los vencimientos, por lo tanto seguramente es necesaria una regla como: “refinanciás o te pago sólo los intereses”, que en seguida se transforma en una reestructuración de la deuda.

¿Cómo es el descalabro en el sistema financiero? Un infierno como el argentino, pero un poco peor. Supongamos que se hace una “españolización simétrica”: los depósitos y las deudas se convierten 1 a 1 a españoles, ajustados por inflación (eso es lo que proponía Hausman para la Argentina). Sin “corralón” (una restricción para retirar los depósitos) lo probable es que la gente corra a los bancos no sólo a tirar huevos sino también a pedir “lo que le den” y convertirlo a moneda dura. ¿Cómo hace el Banco Central para bancar esa corrida? Imposible. Por lo tanto: reestructuración. Los bancos entregan certificados de depósito, un título bancario negociable nominado en españoles indexados, salvo por “los primeros cinco mil euros” que se entregan en efectivo, en españoles. ¿Pasa a ser solvente la situación de los bancos? Probablemente. Es cierto que la capacidad de un asalariado para devolver su préstamo ha empeorado (el salario no aumenta, la deuda lo hace como los precios) pero la casa que respalda su préstamo sí terminará aumentando más que la deuda.

¿Se recupera la economía española, finalmente? Creo que sí. La devaluación corrige o ayuda a corregir el problema fiscal; la españolización de las deudas devuelve la solvencia al sistema financiero. La reestructuración de la deuda lleva, en principio, a un aumento del riesgo; pero no olvidemos que a poco de la reestructuración argentina nuestro riesgo llegó a estar debajo de los 300 puntos. Finalmente: para una economía tan abierta al mundo como España es obvio que los efectos expansivos de la devaluación son grandes: se vuelve más atractivo gastar en ese país tanto para los propios españoles, que cambian Budapest por Vigo, como para el resto del mundo.

Qué pena que antes de todo eso haya una revolución de depositantes estafados.

¿Cuál es la raíz cuadrada de EE.UU.?

Esta:

Recuerdo la discusión de hace tres años: ¿cómo será la recuperación? ¿Una “V” (rebote rápido), una “L” (caída sin recuperación), una “W” o “double dip”? De momento van ganando los que dijeron: raíz cuadrada. Una caída fuerte, asociada entre otras cosas al momento de pánico financiero, y una vez superado el pánico, una recesión de la que resulta díficil salir.

Krugman comentaba ayer que la tasas de interés de 5 y 7 años, corregidas por inflación, siguen negativas. Es decir: tomar prestado es gratis, e incluso devolvés menos de lo que te prestaron. Y así todo el nivel de producción (en el gráfico, el industrial) no se recupera por encima de sus máximos de 2007.

Encima estoy leyendo la Teoría General y me resulta bastante convincente. Mucho para comentar, pero me impresionó la consciencia de Keynes sobre lo que hoy llamaríamos “Quantitative Easing”: la importancia que tendría para un Banco Central poder controlar no sólo las tasas cortas sino también las largas. Y es exactamente donde ahora vuelven a estar las miradas tras el acuerdo (bastante conservador) sobre la deuda pública en Estados Unidos. Sepultada la política fiscal, sólo queda rezar, a Dios y a Ben Bernanke.

A todo esto: son las once aquí en España, diría Calamaro. Y el riesgo país pasó por primera vez los 400 puntos. En cualquier momento nos empardan.

La crisis de 2008 todavía no terminó.