“Recuerdo que a los 3 años me encantaba escuchar Chiquitita, de Abba”

Libertad, la primera palabra del título elegido por Ed, bien podría considerarse una abstracción y al mismo tiempo un objetivo real para su vida, meta casi del todo lograda gracias a su recorrido personal, ya que implica la idea de que no hay retorno, que la libertad es un camino de ida…

Ed hoy tiene 39 años y nos envía un texto que escribió para que lo compartamos con los lectores de Boquitas pintadas. Desde el año pasado integra el grupo de reflexión para varones gay que coordina el lic. Alejandro Viedma en la Asociación Civil Puerta Abierta. Desde entonces, tiene deseos de contar su experiencia de vida.

Este hombre escribe con sinceridad, desde el corazón, como suele decirse.
Arma este racconto de su vida describiendo la re-presión = mucha presión = muchaS presioneS que tuvo que sortear, y contextualiza sus represiones en paralelo con recortes histórico-político-económicos de la Argentina, ilustrando dichas sombras con el acompañamiento de determinadas canciones y ciertos juegos que dieron luz a despertares, esos que animaron a un deseo que hoy intenta plasmarse en una real y completa (auto)aceptación, en el placer, la salud, el orgullo, el compañerismo y el amor.

“Libertad: mi largo y sinuoso camino”

Por Ed

Represión a la vuelta de tu casa, decía aquel tema de Los Violadores de principios de los ochenta. Represión que imperaba por estas tierras desde principios de 1976. Apenas unos días antes del inicio del caos, se me dio por llegar al mundo. Quizás la situación de extrema oscuridad de ese momento haya influido de alguna manera en cómo, poco a poco, empecé a percibir la realidad. La nacional y la propia.

A lo largo de mi vida me resultó muy duro poder encontrarme cómodo con mi sexualidad. Por mucho tiempo hice oídos sordos a los pequeños indicios que iba notando respecto de mí y a la impresión de ser distinto de la mayoría de los mortales. Hice lo que pude a cada momento. Fue un duro y largo proceso el que tomó desandar el camino.

 

De pequeño solía escuchar música en soledad, algo que no ha cambiado demasiado. La dictadura censuró a grandes artistas. Durante años, por represión interna, yo también elaboré mi propia “lista negra” de melodías favoritas de mi primera infancia. A los demás, a mí mismo, solía decir que el primer disco que había escuchado era “Off the wall”, de Michael Jackson. Sin embargo, la verdad es que mis acercamientos iniciales a la música vinieron de la mano del disco simple de Abba, “Chiquitita”, que pasaba una y otra vez en el combinado de mi abuela cuando tenía 3 años. O las pegadizas canciones de Raffaella Carrá, que me hacían bailar cuando volvía del jardín de infantes. Son momentos de los cuales sentí vergüenza por mucho tiempo. Ahora, por fin, puedo reconocerlos con una mirada más amable.

 Con mis amigos jugaba a “policías y ladrones”,y era malo para los deportes. En casa, tenía un muñeco de la pantera rosa. Me costaba entender por qué, siendo macho, tenía ese color. Algo inconsciente me provocaba la tentación de travestirlo, pero ahí estaban mi madre y mi abuela para sugerirme que mejor no, que era un “pantero”, y estos no usaban pelo largo ni vestido. Ellas cubrieron el rol de mi padre, desaparecido por propia gana, y se encargaron de transmitirme lo que se podía y lo que no se podía hacer. Lo que estaba bien y lo que estaba mal. Lo que correspondía a un varón y a una mujer. Y yo me lo tomé en serio, muy en serio.

La Argentina vivía una guerra absurda que dolía en el sur, y yo empezaba primer grado. Ese nuevo ámbito, sumado a la fuerte influencia que por ese entonces tenía a través de la fe católica, y el hecho de ser producto de la crianza en una ciudad del interior bajo la atenta mirada de quienes condenaban a las madres solteras, paulatinamente me fueron dejando una impronta muy fuerte respecto del deber de cumplir con las expectativas que los demás tenían puestas en mí, como ser el mejor alumno, hacer lo que se debía y no lo que realmente quería. Represión de la que empezaba a ser consciente.

A fines de 1983 se empezaban a respirar aires más libres en el país. Sin embargo, tanto para Argentina como para mí, la verdadera liberación no llegaría de un día para el otro. Por esa época descubrí a Sandra Mihanovich. Su voz aterciopelada e irreverente fue determinante en mi vida. Sin saber muy bien por qué, escucharla me hizo sentir feliz, liberado. Al oír sus temas, sentía que podía hacer (y ser) cualquier cosa que me propusiera, aunque sea por 3 minutos.

Video de Sandra Liberock

“La represión no se banca/ Por eso yo la quiero combatir/ Si vas dejando que te anulen/ Terminarás dejando de existir/ Libertad, libertad, yo te busco/ Donde quieras que estás.”

En 1984, pude ver en mi televisor Philco blanco y negro el videoclip del tema “Smalltown boy” de Bronski Beat. La canción cuenta la historia de un joven oriundo de un pueblo inglés, quien debe irse de su casa al no ser aceptado por su familia a causa de ser “diferente”. Alguien me dijo que el cantante y protagonista del videoclip, Jimmy Somerville, era “gay”, término que jamás había escuchado. Le pregunté a mi madre qué significaba esa palabra. Me dijo que era muy chico para preguntar esas cosas. Yo tenía 8 años,y decidí hacerle caso. Reprimí la curiosa sensación de empatía que me provocaba el video.

 El temor y la represión empezaban a adueñarse de mis actos. Preferí hacer lo que correspondía: mirar el comercial de Hitachi con Adriana Brodsky en tanga.

A los 11, mientras Alfonsín lidiaba con rebeliones militares, yo estaba secretamente enamorado de mi amiga Ce. Un día, llegué a su casa y me atendió su padre, en slip. Recuerdo perfectamente la incómoda sensación que experimenté. Fue mi primera erección, algo que me dio mucha vergüenza, un leve dejo de gozo, y la certeza de que eso que sentía estaba mal, muy mal.

Ese mismo año hubo un hecho que marcó mi vida: en la escuela, la maestra me acusó injustamente de haber tirado un borrador, pero fue tan enfática en su reprimenda que me hizo llorar. Me sentí muy humillado por mostrarme de esa manera delante de ella y del resto de mis compañeros, que empezaron a llamarme “maricón”. Enjugué mis lágrimas, y me prometí solemnemente que jamás en la vida volvería a llorar. Recién hace poco tiempo he podido reconectarme con la aliviadora sensación de llorar.

Tenía 13 años, en tiempos de hiperinflación, cuando decidí que iba a reprimir todo aquello que me impidiera ser como los demás. Empecé a escuchar rock, a mirar chicas, a acercarme e incluso a salir o tener alguna forma de experiencia sexual con alguna. Sin embargo, percibía que algo no terminaba de satisfacerme. Tuve una fantasía recurrente: en ella iba a estudiar a la casa de Jota, mi compañero de segundo año, pero terminábamos masturbándonos y besándonos. Algo que nunca se concretó. Había indicios de que él sentía algo, que quería experimentar, pero jamás me permití avanzar.

Tanto empeño en ser “normal” tuvo sus consecuencias. Lentamente, me fui volviendo agorafóbico.

A los 17 años empecé mi primera y fallida experiencia en terapia. No estaba listo para aceptarme tal como era.

En 1996 vine a vivir a Buenos Aires, cuando aún existía la escenografía de cartón pintado de la convertibilidad, que lentamente comenzaba a descascararse. Empecé a estudiar en un taller de teatro. Hice algunos amigos. Poco a poco me di cuenta que sentía una enorme atracción por el ayudante del profesor de actuación. Fue la primera vez que tuve conciencia de sentir algo parecido al amor, junto a la atracción sexual, hacia alguien de mi propio género. Eso me angustió mucho. Recuerdo una noche estar desvelado, pensando en él. En la radio sonaba el tema “Don’t bring me down” de E.L.O., y aún me acuerdo de cómo, de modo muy claro, casi revelador, en mi cabeza apareció un pensamiento directo, sin filtros que decía: “Sos gay”. No pude soportarlo. Fue la primera vez que tuve un ataque de pánico.

Por esa época, empecé una nueva terapia. Cuando llegamos al punto donde yo sentía la barrera a superar, esa imposibilidad de poder vencer mi represión, mis miedos e inseguridades, y poder aceptar aquello que en ese momento era inadmisible, dejé la terapia. Cuán importante hubiese sido poder atravesar esa pared en ese momento, pero entiendo que realmente no estaba listo, todavía tenía que encontrarme con mi esencia, aceptarme, y eso tomaría un poco más de tiempo.

 

Me sentía muy triste, me costaba estar con chicas y, a la vez, sentía que estaba mal descubrirme atraído hacia otros hombres. Por esas cosas de la vida, consciente o inconscientemente, tal vez para estirar mi confusión, me enamoré perdidamente de Ve, una chica luminosa, la cual no sentía lo mismo por mí. Me rompió el corazón. Pero el sufrimiento por la no concreción fue suficiente para tranquilizarme y hacerme sentir que yo aún tenía “solución”, que no estaba perdido, condenado a ser un infeliz fuera de la norma.

A los 28 años, mientras Kirchner llevaba apenas unos pocos meses al frente de la primera magistratura, yo enfrentaba como podía mis desafíos, y la represión devino en severos ataques de pánico. Tan fuerte fue la sensación y el miedo a perder el control, que incluso pasé por una muy breve internación. Ahí pude hablar de mi sexualidad por primera vez con profesionales. Tuve una suerte de “epifanía”: sentí que era bisexual, y esa etiqueta me ayudó mucho a, muy lentamente y con muchas dificultades, ir aceptándome como podía. Existen bisexuales, claro está. Es sólo que yo no era uno de ellos… De todos modos, hasta ese momento, no había tenido ningún tipo de acercamiento concreto y real con un hombre.

A los 30, empecé una nueva terapia, que continúa hasta el día de hoy. A diferencia de las anteriores, en este espacio pude hacer un gran trabajo de autoconocimiento y autoaceptación, hecho que ha resultado muy fructífero y revelador. Pasé de sentir que la posibilidad de estar física o emocionalmente con otro varón era sencillamente inconcebible, a animarme a lo inimaginable. Eran tiempos de la primera mujer elegida por votación popular al frente del gobierno nacional, la crisis del campo, y la flamante Ley de medios. Y eran también tiempos de chat. Chat que ayudó mucho a ir animándome a hablar con otros hombres hasta que, por fin a los 33 años, estuve por primera vez frente a frente con otro varón. Todo sucedía en el ámbito de lo privado, yo no hablaba con nadie sobre esas experiencias, excepto con mi psicólogo. Era como si no pasaran. Si no lo verbalizaba ni exteriorizaba, eso no sucedía. Pero sí sucedía. Ya no tenía contacto de ningún tipo con mujeres, aunque sentirme bisexual me alivianaba la carga que en ese entonces sentía. Y la culpa.

La Argentina estaba a la vanguardia de las naciones que otorgaban legítimos derechos antes impensados, como el matrimonio igualitario, en tanto que yo, por entonces, no era capaz de siquiera pronunciar la palabra “gay” y, mucho menos, de asumirme como tal. Las consecuencias de tanto tiempo de represión habían dejado su rastro.

Todo cambió a mis 38, cuando conocí a Efe. Sin proponérmelo, de pronto me encontré enamorado. El era masculino, pero a la vez algo afeminado y con perfil muy alto. Muy diferente al tipo de hombres que hasta ese entonces me habían atraído. Pero me voló la cabeza. Besarlo era como sentir que estaba en casa. Siempre que fuera en la intimidad. Él quería que pudiéramos hacernos demostraciones de amor en público, que le presentara a mis afectos, que lo hiciera parte de mi vida.

De poco valió que yo fuera sincero con él, que le contara que no estaba listo para abrirme. No estoy orgulloso de cómo me comporté con él, pero hoy puedo ver que realmente no me acompañó ni comprendió en el duro proceso de aceptación que estaba experimentando. Poco a poco nuestra relación se fue llenando de discusiones e intolerancia mutua, y fue la excusa perfecta para que yo decidiera terminar la relación. Por él pude, por fin, recuperar mi capacidad de llorar a moco tendido. Sólo con el paso del tiempo pude asumir que lo amé como nunca antes amé a nadie. Que me cambió la vida. Que significó mi primera relación de pareja en serio. Y eso aceleró en mí un proceso de aceptación cabal de mi persona. Pude entender, finalmente, que no soy heterosexual ni bisexual, sino que soy gay, y que eso no tiene nada de malo, por el contrario. Poco a poco pude abrirme con buena parte de mi entorno, y entender que mis temores previos respecto de no ser aceptado, de ser dejado de lado si sabían lo que sentía, eran completamente infundados. Al día de hoy, nadie que me quiera me ha rechazado.

Aceptar mi sexualidad me llevó a repensar muchas cosas. Me di cuenta deque no tenía amigos gays, que no tenía una red de contención para hablar de ciertos tema que, por muy buena predisposición que tuvieran, mis afectos heterosexuales no entendían a fondo lo que yo sentía, y siento.

Fue ahí que, afortunadamente, apareció en mi vida el Grupo de Reflexión de Varones Gays que coordina el Lic. Alejandro Viedma. Alejandro no sólo escucha, contiene y orienta con toda la experiencia y la sabiduría de años de trabajo y especialización en temática LGBT, sino que, esencialmente, es una gran persona, con inquietudes artísticas y talentos varios. Este grupo es un ámbito donde podemos hablar con pares de temas que nos involucran, donde la red de contención grupal permite sentirse valioso, ávido de vivir la vida con ganas, de comprender, de ser abierto y compasivo con uno mismo y con los demás. Espero cada miércoles con enormes ansias para ir a nuestra reunión.

Parafraseando a un compañero del grupo, yo todavía sigo saliendo del clóset, luchando contra los resquicios de mi propia homofobia internalizada, viendo que en ciertos ámbitos aún me es difícil mostrarme tal como soy, como por ejemplo, a nivel laboral. No obstante, no quiero forzar nada, sé que poco a poco se irá naturalizando, como lo he logrado en otros espacios.

A los treinta y nueve, por fin, me decidí a vivir realmente mi vida lo mejor que pueda. He sentido que el tema de la “avanzada” edad en que finalmente asumí que me gustan los hombres y que empecé a vivenciarlo en la práctica, en general me ha dejado la impresión de sentirme “el peor de todos”. Sin embargo, a través de la experiencia y el paso del tiempo, he conocido a hombres que han asumido su condición sexual a edades más tardías y en contextos mucho más arduos que en mi caso. Es increíble cómo uno es capaz de ampliar su visión del mundo, relajarse, dejar el látigo a un lado, a medida que conoce más historias de vida ricas.

Quisiera que Efe hubiese podido darme la oportunidad de demostrarle que ahora estoy en condiciones de amar libremente a otro hombre. No pudo ser con él, pero no pierdo las esperanzas de encontrar a alguien con quien podamos construir una relación de pareja duradera y feliz. Me lo debo.

Los años duros de la represión por fin van dando paso a tiempos de mayor libertad. Tengo mucho por hacer. No quiero perderme ni un minuto de todo aquello que la vida (me) traiga. Sandra tenía razón: Soy lo que soy, mi creación y mi destino. Y a mucha honra!

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La bisexualidad en primera persona

La bisexualidad existe

Por Milagros Amondaray

Milagros Amondaray, periodista, crítica de cine

Recientemente, en una charla sobre mi primer noviazgo (y relación a secas) con una mujer, mi interlocutora me dijo que quizás no era necesario que me ponga etiquetas. Que si estaba enamorada de la chica en cuestión no tenía por qué ya ponerme sobre mí misma la nomenclatura de “bisexual”. Si bien concuerdo con el hecho de que poner las cosas bajo determinadas categorías no siempre es bueno, en este caso en particular me hace bien, me gusta, me parece pertinente definir mi orientación sexual de esta manera. ¿Por qué? Supongo que porque a quienes nos definimos de ese modo nos agrada el hecho de sentirnos representados. Recientemente también, y en relación a dicha representación, escuché a una directora de cine iraní – la talentosa Desiree Akhavan – hablar sobre su bisexualidad de una manera similar. Está bueno que el término exista porque está bueno que se nos reconozca. En su ópera prima, Appropriate Behavior, la realizadora pone en el centro de la historia (algo no muy frecuente en cine o televisión) a un personaje bisexual. No es una mujer decorativa ni alguien que está ahí para ser la mejor amiga de la protagonista. Por el contrario, ella es la que lidera su propia narrativa.

Mientras la escuchaba hablar a Desiree me resultó inevitable pensar en un sinfín de variables respecto a mi experiencia. La primera, claro, es si siempre fui bisexual y nunca lo supe. La respuesta llegó rápido. Sí, supongo que siempre lo supe. Después me pregunté por qué nunca hice nada al respecto. Esa respuesta también llegó rápido. Porque durante gran parte de mi vida tuve relaciones con hombres y nunca se me presentó la oportunidad de ver cómo me sentiría estando con una mujer. Sin embargo, algunas situaciones confusas, algunos episodios con personas de mi mismo sexo siempre dejaron latente el interrogante. No curiosidad. Eso es otra cosa. Corriéndome un poco de mi identidad sexual, quiero decir que yo, María Milagros Amondaray siempre fui, como persona, alguien que cree que las cosas llegan en el instante adecuado. Así como una película aparece en un momento de tu vida para echar luz sobre determinado tema, y así como un libro te saca de una mala situación o te acompaña en un buen presente, lo mismo sucede con las personas. Las personas cumplen, a su modo tan diverso, una función. ¿Quién no asocia a alguien a una situación particular? ¿Quién está exento de afirmar que una pareja los sacó de una etapa negativa? Siguiendo con esa línea de pensamiento, no me resulta casual que la mujer que me hizo explorar mi bisexualidad (porque no hay diplomas que nos certifiquen como bisexuales, lo somos cuando lo sentimos y no necesariamente cuando concretamos desde lo físico) haya aparecido también en el momento indicado, un momento en el que me permití construir una amistad que terminó en amor.

Vero, la dueña de este espacio, me preguntó si el vínculo con mi novia (quien también es bisexual) redefinió mis relaciones anteriores con hombres. Luego de un tiempo de pensarlo debo decir que no. Mis relaciones previas fueron lo que fueron y el estar con una mujer no les cambia la perspectiva con las que ya las había evocado antes. Fallaron por las mismas razones que pensé hace un año, y nunca porque yo no haya hablado de mi bisexualidad. Los motivos excedían mi orientación sexual.

Si hay alguien acá leyendo que se identifica como bisexual sabrá que hay muchos prejuicios que nos rodean. Veamos sólo tres:

1. “Los bisexuales son todos promiscuos”: seguramente haya alguna persona bisexual que disfruta del sexo sin restricciones, como también hay personas heterosexuales que lo hacen, como también hay gays que lo hacen, como también hay lesbianas que lo hacen. La idea de que el bisexual, por el hecho de sentirse atraído por personas de su mismo sexo y del sexo opuesto, va a estar dispuesto a tríos, orgías y noches promiscuas es acaso el prejuicio más difícil de erradicar. Yo ahora soy tan monógama como lo fui estando en pareja con un hombre, porque me encuentro en una relación de amor y respeto y porque no necesito estar con un hombre en simultáneo para validar que soy bisexual. Hoy, en este presente, soy feliz en una relación sentimental con esa mujer particular que me hace bien. Somos menos rebuscados de como nos quieren representar

2. “Ah, entonces debés tener el doble de sexo que una persona heterosexual u homosexual”: no, tampoco. Yo puedo reconocer que me siento atraída por ambos sexos y tener relaciones con ambos sexos pero eso no implica a) que por ser bisexual el doble de gente se sienta atraída hacia mí b) que yo quiera estar en relaciones (ocasionales o no) con personas de los dos sexos de manera constante. Recordemos que la bisexualidad es una orientación sexual que implica que te atraen personas del mismo u otro sexo o género, no necesariamente al mismo tiempo, no necesariamente de la misma manera y no necesariamente en el mismo grado o con la misma intensidad

3. “Decís que sos bisexual porque no querés reconocer que sos lesbiana o gay”: dentro de la comunidad LGBTQ, uno de los grandes problemas es la forma en la que el bisexual es “borrado” por medio de la bio-fobia. Lo que se conoce como “bisexual erasure” es una realidad que padece un alto número de gente que se identifica como bisexual. ¿Qué significa esto? Que muchos piensan que los bisexuales estamos yendo de a poco y que no nos animamos a contar nuestra verdadera orientación. Por ende, la mujer bisexual es en realidad una lesbiana que no quiere decirlo (como si eso fuera negativo también) y el hombre bisexual es gay y tampoco quiere decirlo. El hecho de que no se consideren los grises es un problema porque nos está erradicando la posibilidad de definirnos (otro error: considerar a los bisexuales como “fiesteros indecisos”, algo que lamentablemente sucede con frecuencia). Por lo tanto, vuelvo al comienzo: a mí me gusta definirme como bisexual porque es una orientación que es real, que existe y a la que es positivo nombrar para que quede instalada y no se convierta en un mito.

Los prejuicios, lamentablemente, no terminan ahí, en gran medida porque no se considera como opción que las personas bisexuales podamos entablar vínculos de una manera mucho más libre. Y por “libre” no me refiero a ese otro prejuicio de las fiestas y los tríos. Yo soy libre de elegir estar con un hombre o con una mujer de acuerdo a mis necesidades del momento. Hoy soy feliz en una relación con mi novia, y eso no hace que extrañe el vínculo con un hombre. Es decir, los hombres me atraen de la misma manera que me atraían antes de estar con una mujer solo que hoy en día no me interesa actuar en función de esa atracción

La libertad, entonces, tiene que ver con poder hablar de mi orientación sexual abiertamente (tanto mi familia como mis amigos lo aceptaron naturalmente, también creo que porque siempre me armé de un núcleo afectivo más abierto y comprensivo), con poder disfrutar de la relación que construí y con poder hablar de la bisexualidad como algo que una mujer experimenta porque le hace bien y no porque es “cool” decirlo para “ratonear” al hombre (otro prejuicio y van…). No. Yo como mujer bisexual puedo decir que si hoy comparto mi vida con una mujer es porque solo me interesa cómo me siento yo, cómo se siente ella y cómo nos sentimos ambas respecto a la otra. Es tan simple como vivir la vida que nos tocó y ser honestos con lo que nos pasa y con lo que somos, por más que los prejuicios ajenos hagan que eso tan simple y tan normal se vuelva tan confuso y complicado.

Por Milagros Amondaray

 

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Cristian Camilo, un tanguero por la inclusión

Boquitas Pintadas entrevistó al cantante Cristian Camilo, ya que este sábado 23 de mayo, a las 21, se presentará en Puerta Abierta Teatro. En esta nota Cristian cuenta sobre su pasado, presente y futuro profesional y el importante significado que adquiere para él dejar un mensaje claro en torno a lo inclusivo y a lo igualitario dentro del tango, un ambiente varonil y, muchas veces, homofóbico.

“Nuestro objetivo artístico principal es lograr sellar un mensaje de igualdad e inclusión, del mundo lejano del arrabal a nuestro tiempo presente, en el que la lucha por alejarnos día a día de la desigualdad se hace más fuerte”, dice en un tramo de la charla que compartimos con ustedes.

Cristian Camilo, en una actuación en Recoleta, Buenos Aires

Boquitas: ¿Cómo empezaste en esta profesión del canto?

Cristian: Tuve formación académica en la Escuela Nacional de Música de la ciudad de Rosario, en la carrera de Cantante de Cámara, luego me desempeñé como tenor solista en el coro Pablo Casal.

B: ¿Y cuáles fueron tus primeros pasos como profesional?

C: Fui becado por la ONU; hice una serie de conciertos barrocos de la ONU en Manhattan. Durante varios años desarrollé un repertorio internacional, abarcando varios géneros musicales.

B: ¿Cómo llegaste al tango?

C: Inesperadamente hizo contacto en mí y me afloró una gran pasión cuando interpreté, en un show en Rosario, el tango “Pasional”, dentro de un repertorio variado y, al ver la reacción estimulante del público luego de mi interpretación, empecé a indagar sobre este género que se convirtió en mi gran amor, representando hoy mi repertorio exclusivo. Después, en 2013, fui seleccionado como el “Cantante Revelación” en la gran tanguería “Esquina Homero Manzi”. Además, me eligieron entre cien cantantes de tango de todo el país, luego de varias pruebas con diferentes interpretaciones, para actuar en el programa televisivo del gran conductor e ícono tanguero,  el señor Silvio Soldán.

Estás todos invitados a escuchar a Cristian

B: ¿Qué hacés en la actualidad?

C: Actualmente, mientras vengo preparando un show completo para este sábado 23 de Mayo en Puerta Abierta Teatro, soy el cantante principal de un importante espectáculo en el corazón de Recoleta, “Grandes éxitos del Tango”, con orquesta en vivo y bailarines. Y otra pasión que tengo es la enseñanza: doy clases de técnica de canto a un amplio staff de alumnado.

B: ¿De qué se tratará el show en Puerta Abierta Teatro?

C: Será un TANGO-SHOW, un espectáculo dinámico que evoca diferentes épocas y estilos, desde los tangos más clásicos hasta los más contemporáneos, para poder cubrir así los gustos del público. Estamos armando un show intenso, vistoso, con mucho brillo, mucho sentimiento, escenas, mucha estética en su puesta teatral y mucha pasión de tango. Tendré una cantante invitada, Mirta Seijo, y a los bailarines Cristina Cóppola y Astor Molina. El show será presentado como espectáculo inclusivo.

B: ¿A qué te referís con eso?

C: Que nuestro objetivo artístico principal es lograr sellar un mensaje de igualdad e inclusión, del mundo lejano del arrabal a nuestro tiempo presente, en el que la lucha por alejarnos día a día de la desigualdad se hace más fuerte.

B: ¿Tendrá alguna especificidad, algún condimento respecto a la inclusión y la igualdad?

C: Habrá sorpresas, pero les adelanto que tendremos a un maestro de ceremonia de lujo: le propuse con mucha alegría al Licenciado Alejandro Viedma ser él quien marque la apertura del espectáculo, ya que nadie mejor que Alejandro, referente y símbolo para muchos y muchas, para plasmar con sus ideas claras, firmes y su trabajo constante orientado a seguir transformando las mentes rígidas y separatistas, apuntando con su labor profesional al gran reto de que la palabra DIVERSIDAD haga desaparecer cualquier diferencia entre cada uno de los seres que formamos parte de esta única existencia.

B: Te notamos muy entusiasmado con esta presentación: ¿tiene algún significado especial para vos?

C: Sí, estoy  emocionado por varias razones, ya a mis 43 años he transitado muchos escenarios, muchas tanguerías, varias compañías de tango, muchos shows, canté en el exterior, pero Puerta Abierta Teatro representa mi primera sala teatral como protagonista de un espectáculo de tango, ese es uno de los motivos de mi entusiasmo. La otra razón que me estimula mucho es que es mi primera presentación en una sala inclusiva orientada a la diversidad sexual y la finalidad más importante para mí que es, en definitiva, la IGUALDAD. Por eso también la entrada será accesible.

 

Así canta Cristian

 

Bonus track: El Tango Diverso, por el Lic. Alejandro Viedma

En Historia de la homosexualidad en la Argentina, Osvaldo Bazán investiga, entre muchas cuestiones, cómo surgió el tango en Buenos Aires. En sus comienzos se lo bailaba entre varones, en la zona sur de la ciudad, donde fueron abandonados, por la fiebre amarilla, aquellos caserones que eran de la burguesía.  Uno de los barrios mencionados es San Cristóbal, además de San Telmo, Monserrat y La Boca, franja en donde nacían, a finales del siglo XlX y como identidad colectiva, el lunfardo y el tango. Cuenta además Bazán, que a los compadritos se los tildaba de narcisistas, relajados, amorales, amariconados, histéricos y afeminados por bailar en cafés exclusivos para hombres y por su excesivo arreglo personal.

Más de un siglo después, estamos hablando de cuestiones similares y diferentes.

El del 23 será mucho más que un Show de Tango, casual o causalmente en el barrio de San Cristóbal, y en un lugar que reformula la importancia de la equidad real pues es, Puerta Abierta Teatro, la primera sala teatral por y para la Diversidad, que apunta a la igualdad de derechos, luchando particularmente contra la discriminación hacia el colectivo LGBT.

Será un honor para mí acompañar a este cantor que va mostrando el tango a la comunidad, englobando una idea de no-gueto, haciendo una verdadera inclusión del arrabal con nuestro mundo actual unificado, en pos de desmitificar al tanguero “macho” porteño, el tipo que no debe llorar pero, en definitiva, la postura histórica del cantante de tangos varón es, en las letras de las canciones, femenina en cuanto al preconcepto de pasividad, porque sufre por haber sido abandonado por un amor no correspondido, porque es dejado, es engañado y ahoga sus penas en el alcohol en la casa de sus padres, a la cual regresa ya de grande.

Por eso considero que este show servirá, no sólo para escuchar a un artista que canta muy bien y por eso gusta, sino también porque quedará un mensaje, que se lo podría enmarcar dentro de las cuestiones socioculturales de Género, ya que el tanguero varón, en algún punto, hace estallar las estandarizaciones de género, puesto que desde una visión prejuiciosa sería “el macho que se la banca”, quien no llora, aunque justamente desde su voz grave expresa todo lo contrario.

Cristian, de este modo, juega un papel valioso, aporta su grano cultural de arena a favor de la integración del tango, de la diversidad, dentro de un submundo y un género musical que no acepta sin resquemores la diferencia, a la mujer, etc.

Camilo porta una voz potentemente cautivante pero con variados matices, colores que llegan a emocionar, como la vida misma. Altamente recomendable.

¿Dónde y cuándo? Sábado 23 de mayo a las 21 hs en Alberti 1052 (entre Humberto Primo y Carlos Calvo), barrio de San Cristóbal, CABA. Capacidad limitada.

¿Cuándo la burla se vuelve un problema?

En el Día Internacional de Lucha Contra la Homofobia y la Transfobia, que se conmemora el 17 de mayo, Julián Benavides, un lector de Boquitas pintadas, manda un texto alusivo al hito de 1990, año en que la Organización Mundial de la Salud (OMS) decidió retirar la homosexualidad de la lista de enfermedades. Julián tiene 24 años, es colombiano y vía mail dice: “Me siento muy contento de poder volver a aportar mis escritos a Boquitas y a la vez me siento afortunado de que me puedan dar este espacio”. Desde aquí respondemos: Muchas gracias a vos, Julián, y a todos los que nos envían sus historias para compartir.

Palabras sobre la homofobia

Por Julián Benavides

Foto de Alejandro Viedma

¿Cuándo la burla se vuelve un problema? Se cumplen 25 años desde que la Organización Mundial de la Salud decidió sacar de su lista de enfermedades mentales a la homosexualidad. Ya son 25 años en los que millones de gays han marchado, han discutido, se han organizado y desorganizado, han  construido historias, discursos, han entregado el alma y en los casos más duros la vida.

Nos han dicho putos, maricones, gays, pervertidos, enfermos, travestis, mujercitas, aputazados, raros, culos rotos y otro sinfín de títulos; nos han castrado, mutilado, agredido, relegado, retado, desaparecido, golpeado, marginado, encarcelado, amedrentado y, en los casos más graves, ¡nos han matado!.

Han pasado tantos años y aún seguimos discutiendo sobre lo bueno y lo malo, lo aceptable y lo no aceptable, lo moral y lo inmoral, lo normal y lo anormal. Es gracioso que nosotros propongamos un mundo de colores mientras el mundo sigue viendo en blanco y negro, mientras ellos que están allá lejos (o acá cerca, acechándonos) nos señalan como creando dos polos, dos mundos, dos formas, como si la realidad se pudiera partir en dos. Nosotros los raros, hablando de amor, los otros, los “cuerdos” hablando de rechazo.

Un día, mientras comía entre un grupo de personas, fui llamado puto y mi progenitora fue señalada de haberme convertido en tal y la burla continuó porque luego, cuando yo hablé de dolor, me dijeron que debería saber de dolores, haciendo una alusión al momento del coito anal, como si la homosexualidad terminara en la cama, como si todo lo homosexual se pudiera resumir en el culo o como si nuestra forma de hacer el amor fuera excremental, como lo pudo señalar un prolífico creador de palabras absurdas que tiene por título el de procurador de los colombianos. 

Voy a ser sincero, nunca me disgustó reírme de lo homosexual, de lo gay, porque creo que cuando se acude a la risa podemos quitarle el tabú a lo gay, digamos hacerlo “normal”, creo que por eso me río con algunos chistes que solo pueden representar la ignorancia de la mayor cantidad de seres vivientes, de sus prejuicios, de sus falsos saberes.

Sergio Urrego; Foto: Archivo

Sin embargo, lo que me impulsó a escribir estas líneas no fue únicamente la rabia, ni el orgullo, fue más bien la angustia, el miedo, porque no deseo para mí ni para los míos estar en un mundo lleno de tonterías. Y la razón y la pasión, porque creo firmemente que mis sentimientos no son ni enfermos ni pecaminosos sino que, como diría Sergio Urrego, mi sexualidad no es mi pecado, es mi propio paraíso.

Para quedar claros, lo molesto no es que usted, señor homofóbico, le diga gay a alguien que le atraiga o ame a una persona de su mismo sexo, porque al fin y al cabo eso es lo que es, no hay problema, el problema lo crea usted cuando utiliza esos términos de forma peyorativa, es decir, si usted desde su odio le dice a alguien gay o una serie de insultos para herirlo, para causarle un daño en su estima.

El centro del problema es entonces convertir las palabras en navajas cortantes. Ese malestar que usted siente, ese desagrado por los que no sienten igual que usted es su problema, resuélvalo, vaya al psicólogo, controle sus ansiedades, haga yoga, escriba un libro, pero en definitiva entienda que lo diferente no es el problema, el problema es no aceptar al mundo tal cual es; entienda que hay gente de pelo rojo, hay gente bajita, hay gente con crespos, hay múltiples creencias, y convivimos con siete mil millones de formas distintas.

Pablo y Ramón celebran la diversidad

Reírnos no está mal, hacer chistes sobre los otros es algo que todos hemos hecho, pero mídase, sepa cuando el chiste es transgresor y se convierte en arma que apuñala, que intoxica, que no construye porque no hace reír, sino que se convierte en veneno, en destrucción para los otros.

Ojalá en algún momento paremos con la bobada y dejemos de criticar y señalar la diferencia porque al fin y al cabo todos somos diferentes, entonces si todos somos diferentes, ¿qué es lo que usted tiene que andar viendo -y juzgando- de la vida del otro?

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Un mundo de sexualidad reprimida

En una casa de clase media devenida en cuarto hospitalario con vista al andén de una estación de tren, conviven una madre (Maiamar Abrodos) y su hijo (Emiliano Figueredo) recientemente trasplantados de riñón. Ambos se encuentran maltrechos, miserables, insomnes y son custodiados por una enfermera nocturna nueva (Jorgelina Vera). La enfermera descubrirá el extraño vínculo de amor y odio que comparten el hijo y la madre, a la vez que percibirá lo que sucede frente a la ventana, en el baño de la estación de trenes.

Es ese otro mundo, que sólo puede ser espiado, aquel baño de la estación de trenes que se percibe a través de la ventana, es donde los cuerpos de extraños comulgan, se conectan, se retuercen al aire libre y a la vista de quien quiera mirar. Será esta tensión entre lo interno y lo externo, entre el impulso y lo reprimido, lo que llevará a una decisión extrema a la enfermera y desencadenará en tragedia.

Este es el argumento de Las guardianas, una obra de Hernán Costa que dirige Pablo D’Elía, que se estrena este jueves 7 de mayo. En esta conversación con Boquitas pintadas, D’Elía cuenta por qué le interesó abordar la obra, cómo fue la búsqueda de los actores y qué significa la inclusión de una actriz trans en la puesta, si es que esto es algo particular para él.

Los actores en escena

-¿Por qué le interesó la obra de Costa?

-Me interesó la obra de Hernán Costa porque ambienta un mundo de sexualidad reprimida, de deseo sofocante, enfermedad, locura, desparpajo y la disfuncionalidad de una madre e hijo transplantados que, ante la visita de una enfermera nocturna nueva, intentan seducirla e introducirla al voyeurismo.

-¿A qué refiere el título?

-A los guardias de la estación de tren de enfrente, donde los cuerpos comulgan teniendo relaciones sexuales en el andén. Las guardianas son, de alguna manera, la enfermera y la madre, atentas al espectáculo.

-¿Cómo fue la búsqueda de los actores?

-En el caso de Emiliano Figueredo y Maiamar Abrodos los conocía previamente por haber trabajado con ellos y siempre había tenido ganas de hacer algo en conjunto por su energía y talento. Cuando leí la obra no me imaginé otros actores como madre e hijo. En cuanto a Jorgelina Vera había visto su trabajo en La viuda de Rafael con Maiamar Abrodos y la química de ellas me encantaba, tuvimos una reunión donde hablamos de la propuesta y coordinamos los primeros ensayos. Trabajar con ella por primera vez fue un muy lindo encuentro. Los tres son grandes actores, que proponen y laburan a la par.

-¿Por qué sumó a una actriz trans en la obra?

-No pienso en las actrices o actores como trans o no. Llamé a una actriz para trabajar el rol de madre. Creo que no debería haber distinción de géneros.

-Está en el papel de mujer: ¿Lo hizo adrede, como un modo de militancia?

-Está en el papel de mujer porque es una mujer. La elección fue a partir de su despliegue actoral. No hay nada en el trabajo que hacemos que tenga que ver con la identidad sexual. Es una actriz interpretando un papel.

-¿Nota en el teatro la inclusión de actrices y actores trans? ¿En qué papeles los ve?

-Lamentablemente, creo que todavía hay mucho prejuicio. Creo que si uno como director trabaja lo que el material propone, la hipótesis que extrae del texto, con el actor o actriz que elija para el personaje que convoque, el género debería quedar por detrás, cuestiones personales de la vida de cada uno. Si el trabajo actoral es sólido, nadie debería preguntarse nada por fuera de lo que sucede en el hecho teatral.

 

Estrena este jueves 7 de mayo en La Casona Iluminada, Corrientes 1979 / Tel 4953 4232. Va todos los jueves a las 23. ¡La recomendamos!

 

Ficha técnica: escenografía: Las Guardianas / Vestuario: Traipi / Iluminación y asistencia de dirección: Marcos Ribas / Fotografía: Lau Castro / Diseño Gráfico: Guadalupe Padilla / Prensa: Duche & Zárate

 

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Qué es ser tolerantes

¿Una persona tolerante? ¿Qué significa tolerar a otro? ¿Aguantarlo? ¿Soportarlo pese a ser distinto que uno? En algunas de estas preguntas hace pie el lic. Alejandro Viedma al elaborar esta crítica de la obra Un judío común y corriente, que protagoniza Gerardo Romano en el Maipo Kabaret. Viedma se ocupa de encontrar los puntos de contacto entre las emociones de un judío alemán que reside en Alemania y alguien -también común y corriente- de la comunidad gay.

La obra es excelente. Desde este espacio la recomendamos.

¿Una persona tolerante?

Por Lic. Alejandro Viedma

Lo primero que pensé cuando leí el título de esta obra que protagoniza Gerardo Romano fue: seguramente se tratará de alguien nada común, de un hombre muy especial. En cierto modo es así y por otro lado no lo es.

También me pregunté qué pertinencia tendría la presente reseña en un blog que aborda y celebra la diversidad sexual.

Vamos por partes. Este unipersonal relata lo que desencadena una invitación de parte de un profesor para que un judío alemán que reside en Alemania de una charla a sus alumnos. El dilema nace porque esos alumnos, después de estudiar el nazismo, desean conocer a un judío, cuestión que a éste le genera una revisión de varios tópicos personales y sociales, psicológicos e histórico-político-culturales.

Lo que comanda, lo que le invade al convocado es el estado de un notable enojo, una bronca que permite, en cierto sentido, descargar algo de lo que la población judía ha sufrido y ante lo cual en el pasado no pudo rebelarse ni revelarse. Es por ello que el protagonista describe cómo y por qué tuvo que construirse un caparazón para recubrir una piel sensible, lo que por otra parte lo hizo más fuerte, por y ante la discriminación sufrida.

Y aquí empiezan las coincidencias dadas en el interior de una colectividad específica, puntos comunes y corrientes que comparte con cualquier otra comunidad convertida en minoría estigmatizada, perseguida, excluida, vulnerada.

Es entonces cuando una persona homosexual podría fácilmente sentirse identificado con tal contenido, que anima a sentimientos convergentemente similares, un dolor y una ira que se disparan y actualizan cuando se tiene que dar cuenta de algo inenarrable, inentendible y, por ende, inexplicable, intransmisible y por eso sigue operando con marcas contundentes y hasta mortíferas.

Lo que más cuestiona y lo enerva al expositor es la supuesta o falsa tolerancia, subrayando su rechazo a la acepción del término que refiere a la asimetría, a tener que aguantar al otro en su diferencia. Un homosexual –para volver a la analogía- también sabe de qué se trata esa tolerancia que algunos promueven.

Y al personaje de Romano también lo ofusca el rótulo que se le coloca; como si, por el sólo hecho de ser judío debiera someterse a observaciones y estudios cual animalito o especie en extinción. Como si, haciendo una comparación con lo gay, la “condición” de homosexual definiera toda la singularidad de un sujeto, como si esa etiqueta justificara el tratamiento y la forma de vincularse con una rareza.

El texto es la vedette de la puesta, es potente, fuerte, desde donde danzan frases como: “Reglas que atan y atrasan”; “Ocultar en el clóset”; “No encajar, no querer ser”; “Una nueva religión es necesaria y urgente, ya que todas ellas fracasaron; son homofóbicas y misóginas”.

Cabe destacar que el protagonista se mueve en el escenario como si estuviera en su casa (en un tramo hasta canta y toca el piano), deambula las tablas cómoda y eficazmente, de hecho la escenografía recrea el interior de un hogar.

En síntesis, Romano es un gran y completo actor y parece “encajar” perfectamente en el libreto, factores que se conjugan para dar luz a un monólogo efectivo, crudo en lo dramático aunque con toques de humor, compacto y que en realidad a lo que invita es a reflexionar y conmoverse.

La obra va de miércoles a viernes a las 20 y los sábados a las 21 en Maipo Kabaret

 

Ficha técnica: Autor: Charles Lewinsky / Versión en español: Lázaro Droznes / Dirección: Manuel González Gil / Música: Martín Bianchedi / Prensa en Facebook: duchezarate

 

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Claudia Pía Baudracco: se presentó un documental sobre la activista trans

El 27 de marzo, en el Salón Raúl Alfonsín de la Legislatura porteña, se presentó Si te viera tu madre… Huellas de una leona, el documental de Andrés Rubiño sobre la activista por la igualdad y el acceso a todos los derechos para las persona trans (travestis, transexuales, transgéneros) Claudia Pía Braudacco (La Carlota, 1970 – Buenos Aires, 2012).
El periodista Daniel Gigena estuvo allí y lo cuenta para Boquitas pintadas.
“Victimizadas de modo gravísimo”, según sentenció la Corte Suprema de Justicia de la Nación, la población de personas trans en la Argentina es una de las más desfavorecidas: registra una alta tasa de mortalidad, se halla marginada del mercado laboral y padece condiciones de vida y de salud nefastas. 
En junio de 1993, junto con María Belén Correa, Claudia Pía fundó la Asociación de Travestis de Argentina que, años después, en 2001, cambió su nombre a ATTA (Asociación Travestis, Transexuales de Argentina) y luego, con el agregado en la sigla de las personas transgéneros, se denominó ATTTA. Desde esa agrupación, Claudia luchó por la derogación de los Códigos de Faltas y Contravencionales, que criminalizaban la homosexualidad y el travestismo en varias provincias argentinas; hoy, esos artículos han sido eliminados por completo gracias a una lucha colectiva de la que ella constituye un emblema. 
Víctima de la represión y el hostigamiento policial, encarcelada por una causa por drogas orquestada por Gendarmería Nacional (de la que fue absuelta luego de cuatro años), pionera del activismo trans, Claudia contribuyó a fortalecer la demanda por la ley de identidad de género cuando, en 2010, exigió un DNI acorde con su nombre y sin que ello implicara el sometimiento a pericias físicas y psiquiátricas consideradas denigrantes.
Todos recuerdan, y en el documental de Rubiño ése es uno de los momentos más emotivos, su intervención en el debate en Comisiones en la Cámara de Diputados del Congreso Nacional. Su causa personal, sin embargo, quedó pendiente de resolución en un juzgado federal y Claudia murió, el 18 de marzo de 2012, a los cuarenta y dos años, sin obtener el DNI con su propio nombre. Por ese motivo, la Comisión de Derechos Humanos de la Legislatura porteña, presidida por la diputada María Rachid, la Mesa Nacional por la Igualdad, ATTTA y la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (FALGBT) lograron que en 2012 la fecha de la muerte de Claudia se instituyera como “Día de la Promoción de los Derechos de las Personas Trans”.

Documentar y homenajear una lucha
El documental de Rubiño, que contó con el apoyo de la historiadora María Marta Aversa, quien actualmente trabaja en una biografía de Claudia Pía Baudracco, y la colaboración de la amiga y militante trans Patricia Rasmussen, reconstruye la vida de la reconocida activista. En Si te viera tu madre… Huellas de una leona, ambas siguen los rastros de Claudia por el interior del país (de San Juan a Córdoba, de Chubut a Jujuy, de Santiago del Estero a Salta), adonde Claudia viajaba para organizar a las comunidades trans en temas de identidad de género, salud, compromiso social y protección ante los abusos de poder por parte de la policía y de las agencias judiciales.
La figura de esa “leona” que fue Claudia es abordada mediante testimonios directos de sus familiares, de sus amigas, de sus compañeras y compañeros de militancia como Patricia, Claudia Castro o María Belén Correa. “Era una militante que te estimulaba”, comenta entre lágrimas Claudia Castro, vicepresidenta de la FALGBT, y recuerda el efecto persuasivo de la intervención de Claudia cuando se discutía la ley de identidad de género en el Congreso Nacional o cuando se discutían consignas para las marchas del orgullo porteñas.
“Compañera en la calle, en el calabozo, en su casa”, la define Aversa. Claudia Pía terminó el secundario en la cárcel e incluso allí organizó a sus compañeras detenidas para exigir mejores condiciones de vida. Representante de una generación de travestis perseguidas por la policía y discriminadas por el Estado argentino, Claudia Pía declaró: “Hoy digo que con tanta represión, con tanta tortura, igualmente volvería a nacer trans porque así soy feliz”. Si te viera tu madre… Huellas de una leona registra, a partir de la figura irremplazable de Claudia Pía Baudracco, el nacimiento de una época de igualdad jurídica impensable pocos años atrás en la Argentina. Hoy, cuando diversas asociaciones luchan para que esa igualdad jurídica se transforme en una igualdad real, su gesta de militante debe ser recordada con respeto, gratitud y reconocimiento.

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Sin comentarios

¿Cuántos de nosotros vamos con nuestras parejas de la mano por la calle?

¿Cuántos de nosotros vamos con nuestras parejas de la mano por la calle? ¿Cuántos de nosotros besamos en los labios a nuestro ser amado en público? ¿Cuántos de nosotros expresamos abiertamente nuestra indignación cuando escuchamos comentarios y/o chistes homofóbicos insultantes? Estas y otras preguntas se hace Julio, un lector de Boquitas pintadas que reflexiona en este escrito sobre la “naturalización” del clóset para muchos gays, sobre todo mayores de 30. ¿Cuántos de nosotros vivimos plenamente nuestra orientación sexual?, pregunta y se pregunta.

Los invito a leer estas reflexiones suyas y a intercambiar ideas entre todos y todas. Gracias, Julio, por estas palabras; gracias a todos los lectores por acompañar y participar.

Discriminación, prejuicios y la naturalización del clóset

Por Julio F. Szanto

Hace unas semanas mientras estaba caminando por la calle alrededor del mediodía me sorprendió ver a una pareja de varones de unos de 20 años tomados de la mano.

Mi primera reacción fue de sorpresa, ya que no estamos acostumbrados a ver manifestaciones de cariño en público entre personas del mismo sexo. Me pareció algo muy tierno porque se notaba que había mucho afecto entre ellos. Me puse a observar las reacciones de la gente que estaba alrededor y ví como algunos se reían y otros miraban sorprendidos. Definitivamente provocaban alguna reacción en el entorno.

Esto hizo que me pregunte acerca de qué tan natural es para la comunidad “abiertamente” gay ejercer nuestros derechos en nuestra vida cotidiana.

Quizás la respuesta sea diferente dependiendo de qué generaciones tomemos en cuenta, tal vez los más jóvenes están más abiertos a aceptar las distintas identidades sexuales que los de más edad. Sin embargo, lamentablemente los prejuicios y la discriminación están a la orden del día y no diferencian entre generaciones o clases sociales.

No dejan de sorprenderme las historias que leemos en este blog y en otras publicaciones sobre chicos jóvenes que comparten los difíciles procesos que han tenido que atravesar para salir del closet. Una clara señal de que algo todavía no anda bien.

Durante siglos, y aún en muchos países en la actualidad, los gays hemos sido perseguidos, torturados, asesinados,  hemos sido objeto de burlas, vejaciones y la mayoría de las veces hemos sido borrados de los libros de historia. Esto aparentemente ha calado tan hondo en nosotros que hoy en día parecería que nos cuesta ejercer plenamente nuestros derechos como seres humanos libres. Estamos rodeados de prejuicios propios y ajenos. Es como si hubiésemos internalizado el hecho que no hay que mostrarse del todo, que está mal, que es vergonzoso ¡Recuerdo que hace poco dos chicas fueron echadas de un bar en Buenos Aires por besarse en público!

Afortunadamente las cosas han estado cambiando y hemos podido lograr grandes conquistas desde el punto de vista legal, pero el cambio social marcha más lentamente. Estoy convencido de que este cambio depende en gran parte del compromiso individual y social que cada integrante del colectivo LGBT asuma en su vida cotidiana.

Foto: Ignacio Lehmann; 100 World Kisses

Lamentablemente aun hoy persiste el concepto de que ser gay es algo “malo” o “perverso”. Hace unos meses estaba en el cumpleaños de una amiga y un hombre heterosexual, profesional universitario, casado y con hijos (es decir, el ejemplo a seguir en esta sociedad, jejeje) comentó: “Yo no tengo ningún problema con los putos, que hagan lo que quieran, pero eso del abuso sexual a menores me hace mucho ruido”. Si vemos un poco las estadísticas, la mayoría de los abusadores son  hombres heterosexuales y familiares directos de la víctima. Claramente esto es un ejemplo de cómo se repite sin pensar un prejuicio instalado entre nosotros. Otro comentario que escuché de una médica  respecto de la donación de sangre: “Los homosexuales no pueden donar sangre porque son muy promiscuos”.

Yo me pregunto, ¿esta profesional de la salud ha estado en la cama de cada uno de los donantes de sangre para aventurarse a semejante afirmación? Entonces el “macho” heterosexual que tiene sexo con cuanta mujer se le cruza ¿qué es? En nuestra sociedad es un ganador y por supuesto que puede donar sangre sin problemas. Otro comentario de un médico: “Yo no tomaría mate con un gay, a ver si tiene SIDA?”. Más allá de la ignorancia imperdonable en un médico respecto de cómo se contagia el virus del VIH ¿Por qué gay tiene que ser sinónimo de SIDA? A esta altura todos deberíamos saber que ninguna enfermedad discrimina ni por género ni por orientación sexual.

Lo más triste de todo son los comentarios de gays sobre otros gays: “viste como a mí no se me nota que soy gay y a él sí?”, “es una mariquita”, “mirá como camina, parece una mujer”, “esa es tan histérica que seguro es la mujer de la pareja” ¡Parecería que adjudicarle a un varón características femeninas fuese un insulto!

Y paso por alto los comentarios y chistes retrógrados y homofóbicos que se escuchan y se leen en los medios de comunicación, inclusive en aquellos que se autoproclaman como defensores de la diversidad.

Sin embargo, en lo que más quiero poner la atención es en lo que podemos hacer cada uno de los que integramos el colectivo LGBT para que este cambio social se produzca más rápido y más profundamente. Preguntémonos qué hacemos diariamente para no sentirnos discriminados y lo que es peor, para no sentirnos autodiscriminados. ¿Cuántos de nosotros vamos con nuestras parejas de la mano por la calle? ¿Cuántos de nosotros besamos en los labios a nuestro ser amado en público? ¿Cuántos de nosotros expresamos abiertamente nuestra indignación cuando escuchamos comentarios y/o chistes homofóbicos insultantes? ¿Cuántos de nosotros vivimos plenamente nuestra orientación sexual? ¿Cuántos de nosotros socializamos con personas afines a nuestro estilo de vida?

Cuanto mayor sea el número de respuestas afirmativas, tanto más rápido experimentaremos los cambios en la sociedad. Todavía falta un largo camino por recorrer. La clave es animarse y buscar pares en distintos ámbitos sociales. El estar unidos nos fortalece y nos naturaliza.

No elegimos nuestra orientación sexual, lo que sí elegimos es cómo vivirla y si no hacemos un esfuerzo desde nosotros para vivir plenamente, lamentablemente el clóset seguirá allí, formando parte de nuestras vidas. Tal vez mi pensamiento sea un poco utópico, pero definitivamente no hay que permanecer indiferentes.

Quizás algún día, cuando palabras como “puto”, “maricón” o “torta” dejen de ser usadas como broma o insulto y cuando nunca más sea necesario escribir sobre estos temas, seremos testigos de que la sociedad ha madurado.

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Los reyes de la primavera, la primera novela gay para chicos

Osvaldo Osorio tiene muchos títulos para exhibir y una vasta experiencia en educación con pequeños. Es licenciado y Profesor en Ciencias de la Educación (UBA) y Master en Aprendizaje y Psicología Cognitiva (Flacso/Universidad Autónoma de Madrid). Trabajó durante dieciséis años como maestro de grado y en la actualidad se desempeño como Profesor de Prácticas y Residencias en tres escuelas normales de la Ciudad de Buenos Aires. Visita escuelas y está en contacto con niños y niñas en edad escolar en forma permanente y tiene a su cargo la formación de futuros maestros y maestras.

Tiene publicado un libro, que costeó por sus propios medios La Tetera  (Editorial Dunken). La novela estuvo entre los diez finalistas del “Primer Certamen de Novela Joven. Fundación Aerolíneas Argentina”. También tiene otras novelas escritas, aunque no publicadas.

Esta vez, Osorio se dispone a publicar “Los reyes de la primavera”, una novela gay para chicos. “Entiendo que en nuestro país no se ha publicado ninguna novela gay para chicos y chicas. He leído textos publicados en el exterior, pero en esos casos los personajes no son reales, con problemas que les pasan a niños y niñas de acá”, dice en diálogo con Boquitas pintadas. Aclara que con “problemas” no se refiere a lo gay, sino a problemas con el estudio, con las relaciones entre pares, con los juegos, las rivalidades, las competencias, los chismes, etc.

“Mi intención era llenar el vacío existente y que la historia pudiera llegar a niños y niñas como tantas otras historias de amor que leen, y que disfruten, se emocionen, que genere debate”, dice.

La novela trata el amor entre dos niños desde la naturalidad, y no desde el conflicto de “qué me pasa que me enamoré de un chico”, “que tal o cual persona es gay”. La historia transcurre en la escuela que está ubicada frente al Parque Rivadavia en Caballito.

En este post de Boquitas pintadas adelantamos el primer capítulo de este libro, aún inédito. Osorio cuenta  que está en búsqueda de un editor que se interese por su idea. En ese camino es que se la presentó al Subsecretario de Equidad y Calidad Educativa, Lic. Gabriel Brenner. También se contactó con la Directora del Plan Nacional de Lectura para ver si se avanzaba en la publicación, pero aún no se concretó la iniciativa. El libro, por este motivo, no está disponible para su lectura.

Capítulo 1

La ciudad de Buenos Aires tiene un barrio que se llama Caballito. Caballito tiene un parque que se llama Rivadavia. Frente al parque hay una avenida que también se llama Rivadavia y cruzando la avenida hay una escuela que se llama Primera Junta. En la Escuela Primera Junta hay un sexto que se llama “C”. Y en sexto, como en otros sextos, hay alumnos que usan sus nombres y otros que prefieren que los llamen por otros nombres.

En sexto “C” de la Escuela Primera Junta del barrio de Caballito de la ciudad de Buenos Aires, todos saben que Leandro sale con Dennís, que Lola sale con Mariano, que Tomás gusta de Marianela, que a Soledad le gustaría salir con Leandro, que Clara está muerta por Cristóbal y que a Cristóbal le gusta Tatiana y que algunos no gustan aún de nadie. Pero lo que nadie sabe, ni siquiera el propio Pancho, salvo Romina, es que Pancho gusta de Thiago. Pero ¿cómo es que Pancho no sabe lo que Romina sabe? O mejor dicho ¿cómo Romina sabe que Pancho gusta de Thiago si Pancho no sabe que gusta de Thiago? Fácil: porque se le nota.

—¡¿Qué?! ¿Qué a mí me gusta Thiago? ¡Vos estás loca!

—Claro que sí.

—A ver, decime por qué…

—Porque se te nota y punto —y cuando Romina dice “punto” es punto, y es cuando se calla y no dice nada más y a Pancho, que la conoce, se le quedan montones de cosas por decir pero no dice nada porque por más que diga algo va a ser como si no dijera nada y eso lo hace poner rojo de la bronca, como si las palabras que quedan apiñadas en su garganta le cortaran la respiración.

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“A los siete años me gustaba un amigo de mi equipo de fútbol”

Jerónimo tiene 21 años y escribe a Boquitas pintadas para compartir su experiencia con la homosexualidad, como él lo menciona. Dice que eligió escribir su historia para este espacio porque dice que este blog le ayudó a abrir la cabeza y a aceptarse tal como es.  “Soy gay. Nunca creí que lo iba a poder contar libre y públicamente y menos tan pronto”, empieza diciendo. “Desde que tengo memoria me sentí atraído por los chicos. Recuerdo que a los siete años me gustaba un amigo de mi equipo de fútbol”. Era un malestar insoportable cuando ese chico especial faltaba. Fueron los primeros signos del amor.

Recién a los 19 se animó a pensarse gay y empezó a entender que no había nada malo en él. “Logré entender que no era sólo mi sexualidad, si no que era mi identidad la que estaba camuflando”, cuenta en un tramo del relato que comparte con todxs nosotrxs.

 

Mi identidad

por Jerónimo

New York Gay Pride 2014 – Marcha orgullo Gay NYC 2014; 100 World Kisses, por Ignacio Lehmann

Tengo 21 años, soy gay, nunca creí que lo iba a poder contar libre y públicamente y menos tan pronto. Desde que tengo memoria me sentí atraído por los chicos. Recuerdo que a los siete años me gustaba un amigo de mi equipo de fútbol, cuando él faltaba, preguntaba  una y otra vez porque no vino.

Una vez con mis compañeros mirábamos una foto del equipo del año anterior,  él ya no jugaba pero al observar su imagen tenía ganas de hablar de él, de decir que me gustaba. Pero no lo decía, ya a los siete años escondía mis sentimientos.

En ese momento uno sentía pero no era consciente de lo que le pasaba, ni siquiera a los doce años cuando me gustaba el hermano de una amiga mía. Mi amiga era muy linda y jugábamos en la pileta pero yo me ponía contento y sentía algo especial cuando se acercaba su hermano y me abrazaba para lograr tirarme al agua. No pensaba que me gustaban los varones, sólo lo sentía.

En esa época, de chico, nos imponían la idea de que las parejas estaban formadas por  un hombre y una mujer  y cuando se veía a una pareja de homosexuales se los llamaba “putos” o “maricones”.  ¿Qué podía pensar? Se pregunta siempre si tenés novia, como ya dando por hecho que debemos tener una pareja heterosexual.

Así es cómo tuve mi primera novia a los doce, con quien la pasaba excelente, me divertía muchísimo pero no sentía esa química que debía sentir. Más allá de lo que la sociedad piense uno siempre seguirá sintiendo igual. A los quince años me daba cuenta de que este sentimiento hacia las personas de mí mismo sexo era constante. Ya me empezaba a preocupar, algo estaba mal en mí, pensaba. La atracción empezaba a ser más fuertes que mi voluntad de esconderlo. Lloraba a veces en la ducha, le rezaba a Dios todas las noches para que me convirtiera en heterosexual.

Pero esos sentimientos persistían. ¿Cómo no iba a ser así, si no había nada malo en mí? Sólo que yo no lo sabía.  Me horrorizaba la idea de que alguien se diera cuenta de mi homosexualidad, sentía mucha culpa, ¿por qué me pasaba esto a mí, una persona buena, inocente que nunca había hecho daño a nadie, al contrario? Pensaba que iba a tener que vivir una vida entera escondiendo esto.  Hasta que terminé el colegio sentí culpa y malestar con mi sexualidad, miedo a frustrar a mis seres queridos. Me fijaba siempre cómo actuaba, trataba de no estar mucho con chicas para que la gente no sospeche.

Pero a los 19 años decidí afrontar esto que me pasaba. Ya intuía que no había nada malo en ser gay  y empecé a investigar y a escucharme más a mí mismo. Ya empezaba en el 2010 a debatirse la ley de matrimonio igualitario. Escuché cientos de comentarios a favor y en contra, empezaba a crecer una idea dentro de mí: lo que sentía estaba bien. Miré cientos de veces una película que me ayudó a comprender aún más mi situación, Plegarias por Bobby (buenísima, la recomiendo), miré muchos videos en YouTube, leí cientos de artículos. Logré entender que no era sólo mi sexualidad, si no que era mi identidad la que estaba camuflando.

Con esta me refiero a mi forma de pensar, de ser y de sentir. ¿Por qué seguir escondiendo a la gente quien realmente era? ¿Por qué ocultar mi verdadera identidad?  No me permitía ser quien realmente soy por miedo a las críticas, al qué dirán. Estaba condicionado por haber tenido mala información desde chico y también por falta de ella. Una frase de una película me quedó grabada: “Si un chico nace sin un brazo y se le dice que eso está mal, ¿qué puede pensar?

Con el tiempo pude al fin sentirme seguro de mí mismo, entender que lo que sentía era normal, que no había nada malo en eso. Entendí que yo era así, que siempre lo fui y que siempre lo seguiré siendo. Si quería ser feliz debía escucharme, ser fiel a mis sentimientos, sino me estaría traicionando.

Así fue que empecé a conocer a otros chicos gays, derribé todo tipo de prejuicio que tenía, aun siendo gay, porque la sociedad me los había impuesto. Me sentí identificado con ellos, con sus historias, con sus sufrimientos y alegrías.  Ví que muchos de ellos empezaban a salir del clóset y eso los hacía felices. Así fue como empecé el proceso de contarle a mis seres queridos, a mis papás, mis hermanos, mis amigas mujeres y más tarde al resto de mi familia y mis amigos varones. Fue un proceso que viví con miedo, incertidumbre pero que me dio mucha paz y armonía.

La verdad es que recibí un apoyo incondicional. Ya no tenía nada que esconder, ni miedo a que sospecharan nada. Podía ser quien realmente era, conocer  y estar con quien realmente me gustara y eso me hace feliz. Sé que aún a alguna gente le cuesta hablar del tema o no se siente cómoda, yo los entiendo: me costó a mí entenderlo, cómo no les va a costar a los demás cuando no pasan por esto. Pero no es un tema muy ajeno a cualquiera, algún día conocerán una persona gay o uno de sus familiares les contará, quizás uno de sus hijo lo sea. Ahí se romperán los prejuicios,  verán que es normal.

Pero hay otras maneras de evitar los prejuicios, se logra informándonos, poniéndonos en el lugar del otro, escuchar su relato de vida. Sé que la sociedad ha cambiado y que ya hemos progresado infinitamente. Hoy me puedo imaginar formando  una familia con marido e hijos y me pone orgulloso. Orgulloso de vivir en un país dónde se respeta a las minorías y, donde gracias a eso, cientos de miles de personas desde su juventud pueden mostrarle al mundo su identidad, quiénes son realmente.

 

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