Sabrina tiene 27 años, nunca tuvo una relación heterosexual. Siempre supo que le atraían las mujeres. Pero hubo una mujer, Roxana, “Ella”, como la menciona Sabrina, que le enseñó que “el amor verdadero existe más allá de cualquier frontera, de cualquier prejuicio, de cualquier etiqueta”.
Comparto con ustedes esta historia de amor entre dos mujeres que parecen escribir juntas un cuento de hadas. Sabrina aclara que no todo es color de rosas. “Nuestro amor no estuvo exento de la ignorancia que provocan la homofobia y la soberbia, lo que conduce a que el ser humano se olvide de ser un ser humano. Nuestra respuesta ante esta circunstancia es una sola: permanecer juntas”.
No me da miedo, no me da vergüenza
Por Sabrina
Dicen que la vida te da y te quita y que siempre se aprende tanto de los éxitos como de los fracasos. Pues bien, este precepto no ha sido una excepción en mi historia; sin embargo, hoy voy a hablar acerca de lo más importante que la vida me ha dado, porque si algo aprendí a mis 27 años es a ver siempre el vaso “medio lleno” y a valorar la importancia de estar vivx y de sentirse vivx, que no es lo mismo.
Era la noche de Reyes del verano de 2012, y pese a tener una invitación para ir a aquella fiesta, opté por ir a esa otra con mi mejor amigo sin esperar nada más que pasar un rato. Llegamos a María (así se llama la susodicha fiesta, que esa noche dejaba pasar hombres, porque era “Noche de Reyes y Reinas”).
Para hablar con sinceridad, no encontraba nada desopilante en el boliche. En realidad, nunca me gustó la vida nocturna, pero estaba soltera y sin ningún plan mejor para hacer. Lo curioso fue que, en el medio de tanta masa, surgió Ella, en su singularidad. Y surgió en un espacio altamente singular.
Entré al baño y, para variar, había fila. Así que me apoyé contra la pared, con una pierna sobre la misma y entonces, ahí, en un baño público, vi sus ojos y lo público del lugar desapareció en un sentimiento tan privado como mío: “qué lástima que ya se vaya del baño”, pensé, mientras sus manos se deslizaban por la puerta de salida, con sus uñas pintadas de lo que a mí me pareció ser un color rojo Francia.
Salí del baño al cabo de un rato y le comenté a mi amigo acerca de la hermosa mujer que había visto ahí adentro y, cuando me percaté, otra vez, sus ojos apuntando a los míos. De repente se acercó y me dijo: “No sabía que podían venir hombres hoy, si no, hubiera venido con mi amigo”. Entretanto, mi mismidad trataba de lucir toda la naturalidad que mis nervios me impedían y le pregunté si quería un chicle, y me dijo que no.
Entonces la invité a tomar algo. Ella pidió Fernet con Coca; yo, para parecer cool, que no bebo alcohol, tomé una cerveza negra. En el medio, compartimos un rato de baile, de charlas de esas que se tienen en un boliche. Y, en el medio de todo esto, le confesé que la había visto en el baño, que tenía puesta una pollera negra y sus uñas estaban pintadas de color rojo Francia. Le confesé, también, que me había parecido la única mujer linda del lugar, pero que no me animaba a encararla.
Por este motivo, y aprovechando mi condición de docente de Castellano, Literatura y Latín, le propuse hacer una pequeña obra de teatro en dos escenas: en la primera, ella me “encararía” a mí; en la segunda, lo haríamos al revés. Y todo eso fue poco menos que un patético bochorno que no hizo más que aumentar mis nervios y verla a ella más hermosa cada vez. Y seguimos bailando y riéndonos de cualquier cosa, hasta que:
– Bueno, yo quería saber, porque, viste…una no puede usurparle la boca a una mujer sin pedirle permiso, porque a la mujer se la respeta. Entonces yo quería saber si tengo posibilidades de ser rechazada si te pido permiso para darte un beso.
– Yo creo que no.
Y me besó, y ese beso, para mí, fue la primera vez que nosotras hicimos el amor. Y desde ese entonces, no nos separamos nunca, pero nunca más.
Si quise compartir este pedacito de historia con todxs ustedes, es porque estoy convencida de que el amor verdadero existe más allá de cualquier frontera, de cualquier prejuicio, de cualquier etiqueta. Roxana llegó a mi vida en el momento menos esperado, y después de 13 meses (que para algunxs puede ser mucho; para otrxs, nada; y para otrxs, toda una vida) la sigo eligiendo, y estoy convencida de que si tuviera que descender al mismísimo Hades al modo de Orfeo, solo lo haría a condición de saber que ella está a mi lado.
Y no es que haya sido fácil acceder a su corazón. Roxi fue, en cierto punto, “un hueso duro de roer”. Pero estaba convencida de que había algo más allá de las apariencias que valía la pena conocer, y eso era su alma, tan pura y frágil como puro y frágil es el equilibrio en el Universo. Y, así como reza uno de los versos de Medea: “verus amor neminem timere potest”, me sobraban fuerzas para enfrentarme a cualquier cosa que pudiera hacer mella en su corazón.
Así, un buen día como otros tantos, le dije: “Te amo” desde adentro de mi auto; y Roxana, desde el suyo, me contestó, por vez primera: “Yo también”, y se fue. Ese día, entre lágrimas de emoción, supe que todas mis intuiciones me habían guiado por el camino correcto: Roxana me amaba y con eso ya había conquistado el mundo.
Hablando de conquistas y de mundo, nuestro amor no estuvo exento de la ignorancia que provocan los prejuicios, la homofobia y la soberbia que conduce a que el ser humano se olvide de ser un ser humano. Nuestra respuesta ante esta circunstancia es una sola: permanecer juntas, sabiendo que, mientras nosotras nos elijamos y estemos a nuestros lados, seremos invencibles y las opiniones de los terceros solo serán un ruido vago y errante en el aire.
Y los ruidos son más vagos y errantes cada vez, y nuestras voces se alzan al cielo con esperanza y con magnas fuerzas para construir una relación sana, honesta, con respeto y lealtad incondicional. Porque, en mi humilde opinión, una relación sana comienza a forjarse cuando unx posee la capacidad de elegir con quien estar y con quien dejar de estar más allá de las convenciones sociales preestablecidas, y ese principio de honestidad individual es lo que conduce a una relación honesta, y en la honestidad está el respeto, que a su vez, conduce a la lealtad.
Roxana es la mujer de mi vida, lo sé, porque sé que aun cuando tiene, como toda la humanidad, sus defectos y virtudes, no quiero ni otros defectos ni otras virtudes al lado de los míos. Y porque tengo plena certeza de que si tuviera que volver a vivir cada segundo de mi vida, con sus éxitos y fracasos, con sus alegrías y sus tristezas, para volver a encontrarme con ella, lo haría sin dudar ni un segundo.
Y no me hace falta una libreta para sentirme casada con ella, aunque pretendo tenerla algún día, ahora que poseemos el “derecho” de acceder al matrimonio igualitario (y me sigo cuestionando el porqué de “igualitario”, cuando todxs somos igualmente ciudadanxs, más allá de cuáles sean nuestros deseos sexuales). Y quiero agrandar mi familia con ella, y digo “agrandar” porque ella ya es mi familia; y que nuestros hijxs, el día de mañana, puedan reconocer en nuestras miradas todo el amor que nos profesamos y que, siendo testigos de ello, desarrollen el mismo sentimiento por quien ellxs opten, sea su pareja.
No me da miedo gritar a los cuatro vientos que amo a mi mujer con toda mi alma. No me da vergüenza admitir que soy una persona completamente rendida al amor que siente. No me importan en absoluto las opiniones de los demás, porque Roxana es el espejo que refleja lo mejor de mí misma y es la fuente que me inspira a tratar de ser una mejor persona cada día.
Y si quieren pensar que soy un pobre idealista y una romántica del XIX, pues, adelante, háganlo, que soy alguien orgullosx de la persona íntegra que tiene a su lado. Háganlo, porque, igualmente, no me da miedo, no me da vergüenza y no me importa.
Te invito desde este espacio a que, como Sabrina, compartas tus historias, tus experiencias. Escribime a boquitaspintadas@lanacion.com.ar. Te espero! Gracias!
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