El texto siguiente es el recuerdo escrito de la presentación del peruano Mario Vargas Llosa, en Punta del Este, que cubrí para LA NACION en enero de 2011. Su mujer, entonces, Patrica Llosa, estuvo sentada en la primera fila con Alvaro, hijo de ambos, y tres presidentes uruguayos. Fue en el Conrad, auspiciada por Julius Baer. Nada hacía pensar en el romance mediático, tapa de Hola (abajo), con la bella filipina Isabel Preysler, ex de Julio Iglesias y de Miguel Boyer. Dueña de la campaña de Porcelanosa por años, una porcelana tersa como su piel.
“Una sociedad educada
no puede ser embaucada”
Lo planteó Vargas Llosa; críticas a la Argentina y al narcotráfico
PUNTA DEL ESTE.- A Carlos Alberto Montaner le sobra cintura y verborragia para hacer una presentación soberbia del premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, hecho confirmado ayer poco después del mediodía en la sala del Conrad de Punta del Este, colmada por mil veraneantes dispuestos a escuchar la voz del escritor peruano, encantador de audiencias de probada tradición.
Tres ex presidentes de Uruguay -Julio María Sanguinetti, Luis Alberto Lacalle y Jorge Batlle- compartieron la primera fila con Patricia, la mujer del Nobel, aplaudida con entusiasmo cuando le tocó su momento protagónico, y con Alvaro, que siguió casi con devoción la larga exposición de su padre.
Montaner, de gris y sin corbata, habló de las virtudes de escritor, considerado el último representante de la Ilustración, al recordar el discurso pronunciado en la Academia Sueca, que pasará a la historia como una pieza de oratoria magistral, en la que el autor de La ciudad y los perros trazó un retrato de sí mismo de cuerpo completo.
El silencio en la sala refrigerada precedió las palabras de Mario Vargas Llosa, capaz de dominar la escena con su figura imponente. Con los años ha sumado al natural atractivo de peruano seductor la nobleza del pelo blanco, que enmarca como un aura los rasgos firmes que parecen tallados en la piedra.
Vargas Llosa no dudó un instante cuando alguien del público le preguntó a quién le daría el Premio Nobel entre los escritores muertos y dijo: “Borges, me sonrojé al recibirlo yo y que no lo tuviera él. Entre los vivos, elijo a Carlos Fuentes”. Su devoción por Borges lo llevó por las calles de Montevideo el último martes hasta encontrar una edición rara de La metamorfosis, de Kafka, traducida por el joven Borges.
Un banco suizo es el organizador de estos encuentros que por sexto año toman por sorpresa a los veraneantes en su rutina de playa y sol, esta vez con el atractivo único de tener en las arenas esteñas a un premio Nobel de Literatura.
Con la convocatoria “Cultura, desarrollo y democracia”, Vargas Llosa capturó a hombres, mujeres y niños con una exposición vibrante, más cerca del político que fue candidato a presidente de su país que del prolífico creador de ficciones inolvidables.
“La democracia débil y con pies de barro de nuestra América latina” fue el punto de partida de una reflexión anclada en el concepto de que sólo la cultura puede evitar catástrofes como la de Venezuela. “¿Qué les pasó a los venezolanos para votar a Chávez?” Más tarde, y ante la inquisitoria de la audiencia, dedicaría duras expresiones para el gobierno argentino: “Es un galimatías que nadie entiende. ¿Cómo un país que dio hombres de la talla de Sarmiento y Alberdi puede tener un gobierno inexplicable? Sólo deseo que termine el aquelarre”. Y, rápidamente, agregó: “Hay responsabilidad de los argentinos en la tragedia que viven; no tan injustamente les pasa lo que les pasa”.
Cualquier proyecto de cambio y de fortalecimiento de la democracia en América latina exige para Vargas Llosa considerar un trípode que sea soporte del cambio: terminar con la corrupción y el narcotráfico; generar igualdad de oportunidades, mayor justicia en la distribución de la riqueza y acceso a la propiedad, y, last but not least, recuperar el lugar que nunca debió haber perdido la educación.
Como dardos, los conceptos fueron cayendo ante este público de vacaciones, pero muy alerta y certero a la hora de las preguntas. Vargas Llosa puede ser, cuando es necesario, impiadoso y directo: “La corrupción es una plaga, un cáncer para nuestra democracia, y es consecuencia inevitable y peligrosa de nuestro desapego a la ley. Si no acabamos con el narcotráfico, éste acabará con los Estados y tendremos narco-Estados”.
En su visión es urgente cambiar la política contra los narcos, descriminalizar el consumo y profundizar la prevención. Medir seriamente -como ha sucedido con el tabaco- las vidas que se cobra la droga.
Aplaudido de pie, el premio Nobel de Literatura 2010 reclamó igualdad de oportunidades y urgió a recuperar el nivel de la educación que tuvo en la Argentina un ejemplo único para el continente: “Estuvo a punto de eliminar el analfabetismo antes de perder la batalla frente al subdesarrollo político. Recuerden -advirtió el Nobel- una sociedad educada no puede ser embaucada”.
Y ya en el final de este paréntesis a la rutina playera, llegó la pregunta obligada. ¿En que lo cambió el Nobel? “En nada. Yo estoy en una edad en la que nada puede cambiar lo que quiero y lo que hago. Coincido con Flaubert: «Escribir es una manera de vivir». Ya estoy pensando en mi próxima novela, que estará ambientada en una ciudad costera”.
Recibió el premio José Enrique Rodó, del Círculo de la Prensa de Uruguay, de manos de Sanguinetti, presidente honorario de esa entidad. Además, fue nombrado visitante ilustre de Punta del Este.
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