Blogeros, amigos cercanos y lejanos, la mejor muestra que ví este año fue La aventura de los Stein en el Grand Palais. Recuerdo de una visita inolvidable, comparto con ustedes la nota que escribí para La Nación. París, oh la la!!!
Histórica exposición / El legado de la acaudalada familia norteamericana
La colección Stein
deslumbra en el Grand Palais de París
Gertrude Stein, junto a su retrato, pintado por Picasso en 1906. Foto: AFP
París.- El otoño ha llegado, y con la llovizna persistente, la imperdible selección de pinturas que perteneció a los hermanos Gertrude, Leo y Michael Stein, mecenas y coleccionistas visionarios, amigos de Picasso y de Matisse, artífices por derecho propio de la legitimación de las vanguardias, en el nacimiento del arte moderno a comienzos del siglo XX.
Desde ayer, la muestra “Matisse, Cezanne, Picasso… la aventura de los Stein” deslumbra al público en las salas del Grand Palais, gracias a la suma de esfuerzos de los museos de San Francisco, del Met neoyorquino y del Pompidou. Será difícil repetir esta hazaña, a la que se tiene acceso por 12 euros, valor de la entrada.
Los Stein, ricos norteamericanos de la costa oeste, se instalaron en París en 1902, cuando estaba a punto de producirse un cambio trascendental en la historia del arte. Un punto de inflexión que daría lugar al nacimiento del cubismo y a una nueva manera de mirar, representada en las obras de los cuatro pilares del arte moderno: Degas, Matisse, Renoir y Manet.
Al recorrer las salas el Grand Palais domina la idea de que allí está colgada la historia del arte moderno. En ese mismo lugar, cien años atrás, Matisse era rechazado por sus trabajos presentados en el Salón de Otoño de 1905, Mujer con sombrero , y por Desnudo azul , piedra del escándalo del Salón de los Independientes de 1907. Leo Stein compró las dos obras ignorando la opinión de la mayoría y escuchando su propia voz y la del historiador Bernard Berenson, amigo y asesor.
Alfred Baar, primer director del MoMA de Nueva York, decía de los Stein que “eran ricos, pero no tanto, para arriesgarse a lo nuevo”. Va como ejemplo la divina tela Muchacho con caballo , un Picasso rosa archiconocido, comprado por Leo Stein en 1907. Fue la primera vez que una obra del genio español se cotizó arriba de los 1000 francos. No hace falta imaginar lo que pasaría hoy si un cuadro de esa estirpe saliera a la venta. Sólo un dato: Muchacho con pipa , el Picasso con el que todos soñamos, también del Período Rosa, se vendió pocos años atrás en 104 millones de dólares. Un récord.
Hijos de un empresario que hizo fortuna con los tranvías de San Francisco, California, tras instalarse en París los Stein establecieron rápidamente un fuerte vínculo con artistas, escritores y músicos. Sus salones, en el 2 de la Rue de Fleurus, se convirtieron en punto de encuentro de la crema intelectual de su tiempo, cita obligada de los sábados por la tarde. Entre la concurrencia se mezclaban Hemingway, Scott Fitzgerald, Picasso, Matisse, Toulouse-Lautrec, Man Ray, Picabia, Dalí, Cole Porter, como tan bien los “pintó” Woody Allen en el film Medianoche en París , que resulta el retrato de una época.
Basta una sola pared del Grand Palais para entender lo que está gestando Matisse en su Desnudo azul, recuerdo de Biskra. El cuadro está colgado entre dos maravillas: un desnudo provocativo de Bonnard y otro retrato de mujer recostada de Vallotton. Sin embargo, ambas pinturas son, todavía, deudoras del gusto imperante y de los mandatos de la Academia. Matisse pinta su desnudo con trazos gruesos, libres y gestuales, contra un fondo decorativo.
Picasso estalla ante esta obra. ¿Celos? El malagueño mantendrá siempre recelo y distancia de los “hallazgos” de Matisse. “¿Qué ha querido hacer con este retrato?”, se pregunta Picasso, y la indagación no es más que el preludio de lo que vendrá. En ese cuadro, adquirido por Leo Stein, está el germen del cubismo, el giro copernicano registrado más tarde en Las señoritas de Avignon , obra mayúscula del malagueño, hoy colgada en el MoMA de Nueva York.
Gertrude Stein es un caso aparte. Una mujer con un ego descomunal, se rinde ante la personalidad de Picasso. Escritora de vanguardia, transgresora por naturaleza, lo conoce a fondo mientras él la retrata. Más de ochenta veces posó para el cuadro, quizás, el más icónico de toda la muestra. El retrato muestra a una mujer de rostro tallado como en madera, de ojos huecos y gesto pensativo, que rompe totalmente con los moldes de la época. Una máscara de intriga y obstinación. Criticado en la intimidad por su falta de parecido con la modelo, Picasso defiende la pintura con una frase que lo resume de cuerpo entero: “Ella terminará por parecerse al retrato”.
Y sí. Dos egos en pugna. Ese cuadro es hoy una postal del arte moderno y está en la muestra soberbia del Grand Palais. Fue pintado en 1906. Un año después, Picasso, ya lanzado a la estética cubista, deslumbra con Desnudo a la servilleta , resumen de sus búsquedas aliadas con el arte primitivo y las máscaras africanas. La obra fue parte de la colección de Gertrude (que falleció en 1946), quien terminó vendiéndola al marchand Kahnweiller para pagar los arreglos de su casa de la Rue de Fleurus, donde se instalará con su compañera de toda la vida, Alice Toklas.
Por las manos de esta familia fuera de serie pasaron más de 600 cuadros que son el origen de las vanguardias y del arte moderno. La dispersión de la colección original fue enorme, según se ve en la procedencia de las obras, sin contar con que el grueso de las pinturas integra la colección de la Fundación Barnes, de Filadelfia, y las del Museo Hermitage, de San Petersburgo.
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