Comparto, amigos blogueros, la recorrida por la milla de oro de los museos de Buenos Aires publicada en la edición impresa de LA NACION, más un toque gourmet para iniciados, locales y visitantes.
La recorrida puede comenzar en Suipacha, entre Arroyo y Libertador, en el Museo Isaac Fernández Blanco. Una joyita arquitectónica de cuño español que fue la casa de Martín Noel. Tiene un lindo jardín y la mejor colección de arte hispanoamericano: mates, abanicos, grabados, litografías, platería, imaginería barroca y la capilla convertida en auditorio y sala de música de cámara. Detenerse en ese espacio místico y silencioso vale la pena. No hay otro igual en Buenos Aires.
Por Libertador, camino del triángulo de las artes formado por el Palais de Glace , el Museo Nacional de Bellas Artes Bellas Artes y el Centro Cultural Recoleta, en la intersección con Callao está el Marq: Museo de Arquitectura. Una vieja torre ladrillera de los ferrocarriles, construida por los ingleses cuando eran patrones de los rieles. Tiene un raro formato que sirve, curiosamente, para los fines museológicos. Allí el visitante puede tomar contacto con las últimas tendencias arquis a través de exposiciones muy bien documentadas.
El Palais de Glace se perfila con su cúpula inconfundible en la esquina de Schiaffino. Es la sede de las Salas Nacionales de Exposición y hace añares fue una pista de patinaje sobre hielo, muy bèlle époque, lo que explica, lógicamente, su nombre. Allí se exhiben los Premios Nacionales de pintura, grabado escultura y dibujo.
Al salir rumbo al Centro Cultural Recoleta se impone la presencia majestuosa de la estatua ecuestre del Alvear de Bourdelle. La mejor obra, sin duda, de ese discípulo aventajado de Rodin, que esculpió un caballo de gran porte y un general sin sombrero y con la mano en alto para recibir a los parroquianos en el umbral de la avenida más elegante de la ciudad .
El Centro Cultural Recoleta fue en su origen el Hogar de Ancianos Viamonte y es hoy el más visitado centro cultural del país. La categoría y la variedad de las muestras exhibidas lo convierten en el favorito de locales y visitantes, desde que fue reciclado en tiempos del director Osvaldo Giesso por tres arquitectos entrañables: Benedit, Bedel y Testa. En estos días se exhibe en la sala J una didáctica exposición de la obra reciente del arquitecto tucumano César Pelli, y al lado, en la Cronopios, la mejor sala del CCR, la retrospectiva de Jorge Dermijian curada por Renato Rita. Dermijian es un pintor de raza, perseguido por sus propias obsesiones que son casi las mismas de quienes decidieron, en la huella de Bacon, dar batalla por una nueva estética desde el caballete y la figuración.
Los fines de semana se monta en los jardines vecinos de la Iglesia del Pilar y el Cementerio de la Recoleta una animada feria de artesanos donde hay de todo: desde un tarotista iluminado y cinturones de cuero crudo, hasta collares de caracolas marinas y camisolas de batik.
Basta cruzar Pueyrredón para encontrarse con la cumbre de la milla museística que es el Museo Nacional de Bellas Artes. El edificio supo ser una antigua casa de bombas de obras sanitarias, convertida en museo gracias al talento y buen gusto del arquitecto Alejandro Bustillo.
El museo fundado por Eduardo Schiaffino, crítico de La NACION, en 1896, alberga las colecciones de arte europeo más importantes de América del Sur. Y podríamos, sin pretensiones, extender el mapa hasta México y recordar que la base de esa pinacoteca extraordinaria fueron las donaciones de Guerrico, Santamarina, González Garaño, Piñero, Hirsch, Bemberg y Di Tella, entre muchas otras, sin contar las compras realizadas por el propio Schiaffino.
Para el Centenario, 1910, el fundador y primer director del Bellas Artes viajó a Europa por pedido del presidente Figueroa Alcorta con la intención de enriquecer el patrimonio con un puñado de obras maestras. La colección tiene maravillas: la pintura española de Anglada Camarasa, los dibujos de Piranesi, la bailarina de Degas, el retrato de Modigliani y Picasso, Rodin, Courbet, Sisley, Leger. La lista sigue, pero hay cinco obras en el corazón de esta pinacoteca que merecen más de una visita para cumplir con el mandato del filósofo norteamericano Arthur Danto: “siempre hay que mirar las misma obras porque ellas no cambian pero nosotros sí”
Aquí va el quinteto elegido: La ninfa sorprendida (arriba) , uno de los pocos desnudos que pintó Manet, figurita difícil si las hay. Mujeres indolentes , un colosal Guttero pleno de sensualidad y erotismo (foto de apertura arriba) ; El despertar de la criada, de Eduardo Sívori, retrato intimista de pura cepa criolla; La vuelta del malón, de Angel Della Valle (abajo) , memoria de territorio, patria y raza, y Sin pan y sin trabajo,obra maestra de Ernesto de la Cárcova, que es también una carta de identidad del ser nacional.
Consejo: no retirarse del museo sin echar un vistazo a las escenas de la guerra pintadas por Cándido López. Soldado en la guerra del Paraguay, donde perdió su brazo derecho, el manco López empezó de cero y pintó con la izquierda estas telas apaisadas que lo harían inmortal (foto abajo) .
Próxima escala: el Museo Nacional de Arte Decorativo, previo paso por el Museo José Hernández, consagrado a las cosas nuestras. El Decorativo ocupa el palacio que fue del embajador chileno Matías Errázuriz, proyectado por el francés René Sergent, a quien se conoce como “el arquitecto de los Alvear”, porque diseñó también el Palacio Bosch, hoy embajada de los Estados Unidos y el Sans Souci, sobre la barranca del río pasando San Isidro.
Los retratos de Sorolla de los Errázuriz son una perla. Lo es también la habitación del joven “Mato” decorada por el maestro catalán Josep María Sert y, por supuesto el gran Salón Renacimiento, un gesto grandioso.
Es tiempo de una pausa y nada mejor que un almuerzo en Croque Madame, ubicado en los jardines del Decorativo, que tiene en su carta un muy recomendable rissotto con funghi y la patisserie, especialidad de “madame”.
En Figueroa Alcorta y San Martín de Tours está el Malba. Con poco más de una década de existencia es uno de los más populares museos de la ciudad, punto de encuentro para ver buen cine y también destino gourmet, porque Marcello “capo” de la trattoria que lleva su nombre, hace honor a la tradición familiar iniciada en Cosa Nostra. Los ravioles de espinaca y ricota gratinados no admiten reproches.
El Museo de Arte Latinoamericano tiene una completa colección de la región, con acento puesto en arte moderno, y tres obras maestras: Abaporu de Tarsila de Amaral, Aurorretato con loro, de Frida Kahlo (arriba) y el retrato cubista de Ramón Gómez de la Serna por Diego Rivera. En estos días hay un doble motivo para recorrer el Malba: la muestra consagrada a Berni en las series de Juanito (abajo) y Ramona, sus personajes emblemáticos. Es antológica. Toda la narrativa pictórica del rosarino reunida en una exposición montada magistralmente.
Fin de recorrido el Museo Sívori en los Bosques de Palermo. La colección está centrada en el arte argentino de la primera mitad del siglo XX, pero recibe ocasionalmente muestra temporarias de nivel internacional como la del francés Corda, un escultor descarnado y conmovedor. Difícil entender cómo logra el artista hacer hablar a lo materiales que modela. Además de haber disfrutado de obras maestras y de la caminata porteña, la visita guiada tiene premio: un vaso de limonada con menta y jenjibre en el bar del Sivori. Algo así como arte en estado líquido.