Dime cómo vistes y te diré cuan rápida eres

 

Era una infante taciturna y renuente a lavarme las orejas cuando el sátiro del barrio intentó manotearle el trasero a mi vecina Gabriela.

Aquello aconteció una tarde en que la adolescente en flor volvía del colegio agitando su mini-falda de tablitas escocesas, porque en la secundaria no eras nadie si no usabas el uniforme 20 centímentros al norte de la rodilla. Recuerdo muy bien la escena gracias a que por entonces vivía espiando por la mirilla de la ventana del living, trepada a un tembloroso banquito de tres patas. A los pocos segundos sonó el timbre de casa …y ahí estaba la pobre vecina, aterrada, pidiéndonos auxilio.

“Eso le pasa, Gabriela, porque en la vida no solo hay que ser, sino parecer. Si usted anda provocando por la calle, ahí tiene las consecuencias”- sermoneó mi madre, calzándose los zapatos para acompañar a la presunta víctima hasta su domicilio, a media cuadra.

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tapada hasta las orejas para que no te confundan… foto de Olaf Martens

Tres décadas despúes leo en un artículo que el pasado 24 de enero un policía de Toronto expresó el punto de vista que tiene la fuerza de ese país sobre los ataques sexuales al decir, a viva voz, que “para no ser víctimas, las mujeres no deberían vestirse como zorras”. Tan desafortunada declaración alertó a un grupo de mujeres canadienses que ayer domingo convocó a una marcha para repudiar ese viejo tópico que responsabiliza a las víctimas de su desgracia.

Me pregunto porqué razón a estas alturas del siglo seguimos poniendo en tela de juicio la reputación de alguien solo por su aspecto, en este caso, el clásico dime como te vistes y te diré cuan reventada eres.

Como consecuencia de un episodio puntal fue que surgió hace poco en Canadá un movimiento que ya sumó a más de 4000 miembros en Facebook y Twiter, plataformas que eligieron las fundadoras de SlutWalk Toronto (zorras, en inglés) para lanzar una convocatoria mundial y defender masivamente el natural derecho de vestirnos como se nos dé la gana, sin que nadie nos juzgue por el escote ni por el jean apretado. No hace mucho en Italia surgió un político trasnochado (¿recuerdan el post?) que pretendía prohibir el uso de cierta ropa llamativa con el argumento de que “incitaban” a los hombres al pecado, cuestión que no sé en qué quedó.

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SlutWalk en Facebook

Respecto de mi madre, que es una mujer brillante, pudo superar los preconceptos en los años posteriores cuando le anuncié que quería ser vedette y que soñaba con bajar las escaleras del Maipo envuelta en esas plumas primorosas, las mismas que vestían Susana y Moria en las fotos de la revista GENTE. No pudo ser, claro. Logró convencerme de que tenía poca estatura y de que con el tocado en la cabeza iba a parecer una gallina pigmea y no una estrella del cabaret alemán. Creo que el teatro de revistas todavía le agredece su fina persuasión.

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cómo me gustan las plumas.. via Olaf Martens

…y volviendo al aspecto de “zorra”, es cierto que las mujeres andamos por la calle cada vez más desabrigadas, que ya no disimulamos ni el color de la bombacha. Se ha perdido el encanto de lo sugerido, tiramos toda la carne al asador, lo que no es materia de juicio, convengamos. Es más, creo que la obviedad causa el efecto contrario: termina espantando incluso a los “degenerados”, como les dicen las tías. Cada vez que veo en la tele alguna víctima denunciando su caso compruebo que se trata de una mujer simple y de perfil bajo que fue sorprendida por el vil atacante a la vuelta del trabajo o de la facultad. A las más osadas, como siempre, pocos se les atreven.

En fin. El movimiento SlutWalk invita a todas a sumarse y denunciar esas y otras tantas falsas etiquetas sociales.