Los dioses no van a la cama

 

Celebro que esta mujer muestre su anatomía tal y como es, sin trucos. Básicamente porque su franqueza redimió la ingesta de mi segundo Cachafaz de maicena de la tarde, alfajorcito sublime que está sedimentándose alegremente en mis caderas, junto con otros farináceos y azúcares refinados que suelo mandarme. Pero contemplando esa panza plegada por sobre la tanga (de la modelo que publicó la revista Glamour) pienso cuánto daño le hace la técnica del fotoshop a la población en edad de merecer.

Días atrás un amigo al que le pregunté cómo le había caído una chica que le presentaron ese fin de semana, me contestó: “no tiene cuello ni cintura.” Dios mío, ¡lo que está haciéndonos la dictadura estética!.

La imagen retocada construye una realidad distinta de la que vemos en la calle. Yo casi nunca me cruzo con esos seres deslumbrantes que supuestamente reúnen todos los requisitos en el mismo envase: ni estrías ni michelines ni celulitis, piel tersa, dientes enfilados, pómulos altos, vientre plano etc. etc. Tampoco los hombres lucen apolíneos como en el Olimpo Vogue: el promedio tiene barriga, tiende a la calvicie, le falta masa muscular o arrastra problemas de ortondoncia, entre otros rasgos diseñados por la naturaleza y que en definitiva no cuentan a la hora del placer. Pero lo peor es que creemos que sí, y por medirnos con esos falsos paradigmas nos alejamos de las oportunidades de pasarla bien con alguien. Puede uno tener química con el ser menos delgado de la fiesta, o al revés.

Por eso creo en el tango. Aunque confieso que una vez en la milonga me engañó el fotoshop. Creo que fue a principios de este año, cuando en Niño Bien me miró fijo un rubio parecido a Miguelito, el chapista de Merchu. Le corrí la vista. Como no soy profesional siento inseguridad si no bailo con alguien de mi tamaño. Merchu, rápida de reflejos dijo “che, a ese tipo lo conozco, ¿no es actor?”. Yo no logré reconocerlo: era Vigo Mortensen.

Claro, fotomontado y digitalizado da un protohombre. Pero ni es tan rubio ni tan alto ni tan macizo ni tan cinematrográfico. Al contrario, es un ser pedestre: más bien bajo, pálido y flacucho.

Aclaro que yo también estaba “trucada” arriba de mis tacos de 9 centímetros.

Digo ésto, y voy por otro Cachafaz.