Tango para erotizarse bien (post con música)

Mis vecinos de blog me van a envidiar: efectivamente tengo una comunidad de lectores atentos y sumamente informados, lo que estimula un nutritivo ida y vuelta. Por un descuido infame olvidé mencionar a Milo Manara en el post del cómics erótico, pero felizmente ahí estaban Polaca80, y Raul P. , que además aportó una cuotilla de erotismo francés a la tertulia virtual con su “no, pas comme ça, tout doucement, tout doucement…” ¡ohlalalá!, Raúl!

Pero el comentario de La Fulana, recién estrenada en el foro, me puso piel de gallina, así que necesitada como estaba yo de abrazos milongueros el fin de semana corrí al reencuentro de mi pasión mayor: el tango. para los que no creen en el poder afrodisíacos del 2 x 4  les cuento que la Unesco declaró Patrimonio de la humanidad a la danza rioplatense y que al fin se ha demostrado científicamente la dimensión erótica de este baile.

Fotos Graciela Calabrese

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Los dioses no van a la cama

Celebro que esta mujer muestre su anatomía tal y como es, sin trucos. Básicamente porque su franqueza redimió la ingesta de mi segundo Cachafaz de maicena de la tarde, alfajorcito sublime que está sedimentándose alegremente en mis caderas, junto con otros farináceos y azúcares refinados que suelo mandarme. Pero contemplando esa panza plegada por sobre la tanga (de la modelo que publicó la revista Glamour) pienso cuánto daño le hace la técnica del fotoshop a la población en edad de merecer.

Días atrás un amigo al que le pregunté cómo le había caído una chica que le presentaron ese fin de semana, me contestó: “no tiene cuello ni cintura.” Dios mío, ¡lo que está haciéndonos la dictadura estética!.

La imagen retocada construye una realidad distinta de la que vemos en la calle. Yo casi nunca me cruzo con esos seres deslumbrantes que supuestamente reúnen todos los requisitos en el mismo envase: ni estrías ni michelines ni celulitis, piel tersa, dientes enfilados, pómulos altos, vientre plano etc. etc. Tampoco los hombres lucen apolíneos como en el Olimpo Vogue: el promedio tiene barriga, tiende a la calvicie, le falta masa muscular o arrastra problemas de ortondoncia, entre otros rasgos diseñados por la naturaleza y que en definitiva no cuentan a la hora del placer. Pero lo peor es que creemos que sí, y por medirnos con esos falsos paradigmas nos alejamos de las oportunidades de pasarla bien con alguien. Puede uno tener química con el ser menos delgado de la fiesta, o al revés.

Por eso creo en el tango. Aunque confieso que una vez en la milonga me engañó el fotoshop. Creo que fue a principios de este año, cuando en Niño Bien me miró fijo un rubio parecido a Miguelito, el chapista de Merchu. Le corrí la vista. Como no soy profesional siento inseguridad si no bailo con alguien de mi tamaño. Merchu, rápida de reflejos dijo “che, a ese tipo lo conozco, ¿no es actor?”. Yo no logré reconocerlo: era Vigo Mortensen.

Claro, fotomontado y digitalizado da un protohombre. Pero ni es tan rubio ni tan alto ni tan macizo ni tan cinematrográfico. Al contrario, es un ser pedestre: más bien bajo, pálido y flacucho.

Aclaro que yo también estaba “trucada” arriba de mis tacos de 9 centímetros.

Digo ésto, y voy por otro Cachafaz.

Adiós, querido Rolls Royce

-Vos podés tener al tipo que te dé la gana. Miráte bien ¡sos una preciosura!, la clase de mina que uno llevaría al Sheraton… ¡dejáte de perder tiempo con ese infeliz!

Así me hablaba mi amigo Cacho cuando entre tango y tango yo le preguntaba sin disimulo dónde y cuándo había visto al impresentable, ese desconocido que una noche en Niño Bien me despabiló para siempre las hormonas.

-No lo ví, y no seas estúpida. ¡Dios mío, si yo tuviera 30 añitos menos! ¡y con todo lo que ya aprendí sobre las mujeres!

Foto Graciela Calabrese/La Nación

Nunca supe su nombre de pila. Era Cacho, el hermano del Nene, y fue el primero de “los próceres” que me cabeceó cuando yo todavía era una obsesiva aspirante a bailarina, llena de voluntad pero con poca chance de alcanzar las grandes ligas. Entonces, hace más de cinco años, buscaba la perfección en la técnica ignorando que la clave de todo estaba ahí nomás, en el abrazo. Pero a eso uno lo aprende mucho después de trajinar pistas y pagar clases.

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