Lo escribo en portugués porque suena mejor, como canga, como corajoso, como cartomante, todas palabras con c, como cierre. Encerramento es más fuerte que cierre, encerramento engloba en sí misma una ceremonia, tiene movimiento, y eso, me tranquiliza, porque después viene la apertura.
“Han pasando más de tres años. Todos somos un poco más viejos.” y esta es la única frase que le robo a Almudena Grandes, la escritora española que publicó sus crónicas sobre el Mercado de Barceló en el diario El País durante todo ese tiempo.
Empecé este blog en diciembre de 2012, más o menos por la época en que se pensaba que el mundo podía acabar. Y acá estamos. Más que tres años y algo, han pasado casi cuatro. Sí, todos somos un poco más viejos.
Confieso que visualizaba este encerramento, por sentir que había perdido la frescura, por no aburrirlos, por no repetirme, porque casi todo lo que quería contar sobre esta ciudad, ya lo conté. Y lo que no, bueno, tal vez lo cuente en un libro. Ando con ganas de hacer un libro para que algunas crónicas que publiqué en este espacio tan volátil se eternicen con tinta y papel. Y lo escribo acá para obligarme a hacerlo. Es feo prometer y después no hacer. Y tan común. Hay una crónica, por ejemplo, que les quedaré debiendo, una promesa que no cumplí: escribir sobre El proyecto. Estou com um projeto aí es una frase que escucho todo el tiempo. Todos parecen estar ocupados con algún proyecto. La escucho en los bares, en la playa, en los cumpleaños, en el carnaval. Eu torço, y otra vez una palabra que suena mejor en portugués que en español, eu torço, yo hincho porque esos proyectos de los que hablan sean materializados, como este libro de crónicas de Río que quiero publicar. Ya tengo el espacio, un catering y un show para su lanzamiento en el Consulado Argentino en Río de Janeiro, ahora sólo -y nada menos- falta encontrar una editorial.
Las ideas están en el aire, ya se sabe. Hay que materializarlas antes de que otro se adelante. Mi idea de cerrar este blog-hijo, que alimento a veces con amor, a veces con desgano, a veces inspirada por fuerzas naturales que surgen cuando corro, o cuando observo y me sorprendo, o cuando vivo algo tan bizarro que a veces creo que sólo me pasa para contarlo; esta idea que estaba a metros de ver la luz, como en la salida del túnel del que tanto hablé, ese que une Botafogo con Copacabana y que durante las Olimpíadas por fin iluminaron, esa idea de cerrar el blog la estaba teniendo también el diario.
Como buena judía, lo primero que pensé al recibir el mail fue que iban a dar de baja solo el mío. Que como ya pasaron las Olimpíadas, y el Mundial, y la visita del Papa, y encima el Estado se declaró en quiebra, Río de Janeiro ya no interesaba. Con un nudo en el estómago le escribí a Nathalie Kant, que hace el blog Vivir en París.
-¿Me escribís por el blog, no?
Alivio. No es Me Río de Janeiro el que dejará de existir, es toda la plataforma de blogs de La Nación. Horror. En esta era digital en la que cuando uno por fin puede comprar el I-phone 6s, ya salió el 8, los blogs, estos espacios que fueron revolucionarios en la comunicación hace menos de una década, como el Fotolog, como Orkut, están entrando en la obsolescencia, esa palabra que hace menos de una década creo que tampoco existía.
El día que supe que los blogs no volverán a actualizarse, al final de los Juegos Olímpicos, fui a correr, y ahí se me ocurrió cuál sería el último post. Escribí:
-Hola Santiago, me imagino que estarás con la agenda repleta y la prensa de todas partes, pero arriesgo: entre el viernes y el lunes ¿tendrás un hueco para hacer una nota filmada de diez minutos? Hoy me avisaron que van a dar de baja los blogs de La Nación y esta charla con vos sería para mí cerrar Me Río de Janeiro con medalla de oro. Si no se puede no pasa nada, pero mejor preguntarte, el que no arriesga no gana
-Por supuesto. Contestó Lange.
La idea no surgió de la nada. Había conocido a Santiago y a todo su equipo de vela en julio, cuando escribí una crónica sobre la familia Lange para la Revista La Nación. Tenía esa ventaja. La idea también era grabar en el mejor estudio del mundo. El Estudio Arpoador, un lugar que montaron los de la televisión suiza y austríaca en la Pedra do Arpoador durante las Olimpíadas. Pedí el turno, me lo dieron. Ah! cuando el universo fluye como en automático.
Fue Santiago Lange, durante la entrevista, quien dijo que cuando algo se cierra queda espacio para abrir algo nuevo. Confirmado. El mismo día que me enteré que los blogs dejarían de existir surgieron dos espacios nuevos para escribir, lo juro, no es siempre así, de hecho casi nunca es así. Y casi, esa palabra que dicen que no se debe usar en narrativa literaria, a mí me encanta, porque es en el casi, en esa excepción, donde pasan las cosas.
No me entristece este encerramento. Miro para atrás y veo que hace más de tres años, casi cuatro, ustedes no me conocían, ni yo a ustedes. No sabía que existía Gwyneth, ni Sophie, ni Diego, ni Maria, ni Alberto, ni Re. No sabía cómo era ese diálogo fantástico que permite el blog. Voy a dejar abierto el canal del Facebook, para los que quieran acompañar las novedades que, como en un viaje, o como cuando decidí venirme a vivir a Río, no tengo idea de cuáles serán. Y eso, en el fondo, es lo que me apasiona.
El Estudio Arpoador era perfecto para filmar la entrevista, con la vista de los Dois Irmãos de fondo, con esa playa de Ipanema que fue el escenario de al menos un cuarto de las historias de este blog. Pero la perfección no existe, ya se sabe. Y el estudio quedaba lejos de la casa de Santiago Lange en Río y de la mía, que está cerca de la suya. Así que cambiamos el estudio por su casa y fue lo mejor que podía pasar, porque justo estaba su compañera de equipo, Cecilia Carranza, para terminar de completar la escena, la última de esta película carioca on-line.
Elijo cerrar este blog, en el que me dieron total libertad para publicar lo que quisiera -y eso lo agradezco profundamente-, con un video, porque es lo único que no va a poder ser impreso en un libro. Con dos medallas de oro, no una, dos. La perfección no existe pero el azar sí.
Mi homenaje a Río, protagonista incuestionable de estas historias. Sin Río de Janeiro nada de lo que conté durante más de tres años, casi cuatro, hubiera sucedido. Estamos todos un poco más viejos. Todos menos Río, que es como una mujer hermosa que acaba de gastarse todo en el salón de belleza y en el shopping. No importa. Está tan pero tan linda que le seguimos perdonando cualquier cosa.
]]>CASA ITALIA EN COSTA BRAVA CLUBE from Ana Schlimovich on Vimeo.
¿Vieron cómo empieza La Grande Bellezza, la película de Paolo Sorrentino? ¿con esa mega fiesta en una terraza romana? Bueno, así. Las lentejuelas, el despilfarro, los escotes, los pelados, los hipsters, los drogados, las divas elegantes, las que ya fueron divas y ahora están operadas, las chicas hermosas y radiantes, los rubios nórdicos, los gorditos sudacas, la fauna planetaria entera está de fiesta en Río de Janeiro en estos Juegos Olímpicos, una fiesta que va a dejar las peores deudas de la historia, pero no importa, fiesta al fin, y los mejores lugar para verla son las casas de cada país.
Italia, la bela Italia dejó su impronta en el Costa Brava Clube, un club que fue construido en los años 60 en uno de los lugares más lindos de Río, Joatinga. Un club que estaba cayéndose a pedazos y los fines de semana se llenaba de familias con barriga chopera, que hacían el churrasco en cualquier parte del jardín y ponían la música más fuerte que la del vecino, que tenía la panza más grande y bisnietos a los 50.
En vez de alquilar el club, Italia hizo un trueque, el uso del espacio durante los juegos a cambio de remodelarlo entero. Todos salieron ganando. El edificio recobró sus ares de grandeza de antaño. Habrá qué ver si después de las Olimpíadas los panzones seguirán haciendo churrasquinho.
La segunda casa que conocí fue la de México, que estuvo mucho más recatado que en la Copa de las Confederaciones, cuando hizo un fiestón arriba del Morro da Urca. México se acomodó en el Museo Histórico Nacional, un edificio colonial bellísimo que está en la zona portuaria, en el centro de Río, y fue remodelado recientemente para los Juegos Olímpicos.
Hubo mariachis, nachos con guacamole, galletitas con atún, una exposición sobre los Juegos Olímpicos de México 68 y otra con obras de Frida Kahlo para niños, que sigue en cartel.
Después vino Casa Argentina, sobre la que hablé en el post anterior, perfecta para combinar con el Parque Olímpico. Al partido de Del Potro por la medalla lo vi en la playa, en la casa que Alemania tiene en Leblon, con pantalla gigante, frankfurters, aros de basquet y mesa de ping pong.
Cerca de la de Alemania está la Casa Suiza, en Lagoa, donde montaron una pista de patinaje sobre hielo, un vagón de tren como el que va por los Alpes, una terraza con música y una vista panorámica impresionante de la Laguna Rodrigo de Freitas; un chill out, lugares para comprar comida, todo debidamente señalizado con carteles rojos y blancos que organizan la vida: RUN, ICE, FOOD, CHILL OUT y por ahí va.
Pero hay que reconocer que la casa más fiestera de todas, la que no para de tener DJs desde las diez y media de la mañana a las once de la noche; la que deja entrar a todo el mundo gratis, aunque haya que hacer filas; la que hace las caipirinhas más fuertes y las vende a veinte reales; es la Casa Austria, que está en el Club Botafogo. Aunque no haya ganado nada en los Juegos, Austria se llevó la Medalla de Oro en Fiesta (y si no me creen miren el video al final)
Hay miles de casas que no conoceré: la de Japón, la de Qatar, la de Francia y Gran Bretaña, todo no se puede. Pero salir a la calle en Río en estos días es como caminar por el mundo concentrado acá. Nunca Río estuvo tan cosmopolita, tan llena de arte, de música, de proyecciones en las rocas del morro, de intervenciones de marcas creativas, de idiomas, de tranquilidad. Ya ni veo a los soldados armados cuidando el orden público, veo público en calma circulando por todos lados, por los caminos que arman con esas rejas cuyo fabricante se hizo millonario.
– Yo era contra las Olimpíadas -me dijo un taxista hace unos días-, pero reconozco que la ciudad está hermosa y el clima es muy tranquilo. Adhiero al comentario del señor. Río se emperifolló para recibir al planeta entero y se lució. Endeudada hasta las muelas pero digna, Río está sambando como una diva tropical y dejando a todo el mundo loco con su belleza. Es eso amigos. Un carnaval deportivo que está por acabar, que no se repetirá nunca más. Así que a tirar la casa por la ventana, quien sabe esta no sea la última fiesta. Y éste no sea el ante último post del blog.
]]>No es la barra brava y no tiene nada que ver con la rivalidad entre Argentina y Brasil, todo lo contrario. Es que la barra de Casa Argentina, que está en Barra da Tijuca, cerca del Parque Olímpico, el domingo pasado se convirtió en el mejor bar de Río de Janeiro.
En el medio del salón vidriado, una réplica del obelisco. En las mesas, quesos, jamón crudo, panes, canapés, bocaditos. En los sillones, periodistas e invitados de todo el mundo. Y detrás de la barra, con moñito, saco, camisa estampada, bigote y gomina, el bartender Seba Garcia, ganador de premios múltiples, embajador de buenas bebidas.
Después de un día de gimnasia artística ao vivo y filas filas y filas, esto era todo lo que quería.
El joven Garcia no solo prepararía tragos, enseñaría a prepararlos. -¿Quien se anima a ayudarme? nadie levanta la mano, nadie, nadie, pasan los segundos, nadie, bueno yo. Y voy de asistente. Toca preparar un Negroni. Primero, hielo hasta arriba. -Es importante el hielo, no le pidan al bartender que ponga poco, no, el hielo es bueno para el trago, dice Seba. Después toca el Gin, un tercio. Aunque se me va la mano y el Gin llega casi al medio del vaso. Ahora el Campari, para darle color, otro tercio, y ya casi completo el vaso. Por último el Vermú, apretar la piel de naranja para que suelte sus esencias cítricas, sal en los bordes, y una rodaja de naranja deshidratada. Creo que era así, no me acuerdo porque estaba nerviosa y el trago me estaba quedando fuerte, por no decir malo. Fin de la primera receta. Bravo, fotos y aplausos. Vuelvo con los dos tragos a la mesa e intento tomar el que preparé. No. Así como Barra da Tijuca no es mi barrio, la barra no es lo mío.
Las próximas dos asistentes se lucen. Se suma a la barra Alex Mesquita, mixólogo carioca también premiado que aprendió a hacer tragos en Argentina, y recomienda tres bares de Río de Janeiro para tomar buenos cócteles -en el video que está abajo-.
Termina la clase y empiezan los verdaderos buenos tragos, y el espectáculo de tango. Argentina saca a relucir lo mejor de sí, y los brasileños y los gringos alucinan. Se va formando un clima de fiesta que habrá que extinguir como sea porque la casa cierra. Es una casa, no un boliche.
Sin querer, fue el día de Barra: Barra da Tijuca, barras asimétricas y la mejor barra de Río. Un tercio de cada una, con mucho hielo. Ahora sí, el video:
]]>Mi sueño era ser como Nadia Comaneci. En esa época, algo tan original como soñar con ser Messi. Preparaba mentalmente coreografías de suelo y de barras asimétricas antes de dormir, practicaba horas en el gimnasio. Iba a todos los horarios de gimnasia artística que había en Corpus, el único lugar donde se practicaba esta disciplina, en Paraná. Quería ser como Nadia pero sobre todo quería ver al profesor, Gerardo, un calco de Rob Lowe.
El calco de Rob Lowe me decía que si en Paraná existiera la gimnasia artística competitiva, seguro participaría. Yo no era muy buena, pero estaba empeñada en serlo, y en verlo, al Rob Lowe. Así que le creía. Tenía 13 años, yo; él, no sé, ¿28, 35?. No era muy buena pero era kamikaze, la primera en lanzarme a hacer cualquier ejercicio, total cualquier cosa Rob me agarraba. Era bajita, tenía la espalda ancha como las gimnastas y el abdomen como una tabla de lavar. Ay qué saudade. Un día al Rob Lowe paranaense lo trasladaron a otra ciudad, además de profesor de gimnasia era militar. Después de eso, el grupo femenino de Corpus se redujo a la mitad.
Siempre miré las competencias olímpicas de gimnasia por la tele, hasta que dejé de ver tele y hasta que los Juegos Olímpicos llegaron a la ciudad en la que vivo.
La venta de entradas para estos juegos estaba difícil, en el sitio Rio2016 solo quedaban las entradas más caras, a partir de doscientos y algo de reales, y las filas para comprar en las boleterías de Copacabana eran enormes. Pero, como siempre, apareció el jeitinho. El jeitinho es una forma de hacer las cosas que tiene más que ver con las relaciones humanas, no siempre es ilegal, pero puede serlo; nunca es oficial, el jeitinho es la suma de simpatía, empatía, malandragem y ganas de ayudar. El jeitinho es que el oficial de tránsito te habilite a doblar con la moto por la Pinheiro Machado, con luz roja, porque el semáforo es eterno; pero también es que acepte una coima para no confiscarte la moto por andar sin casco. A veces el jeitinho implica dinero. Pero la mayoría de las veces, para pequeños jeitinhos basta ser gentil, sonreír e intentar. Si no fuera por el famoso jeitinho brasileiro, todavía estaría perdida en la Estación Alvorada del BRT, en Barra da Tijuca, a las once y media de la noche, sin la menor idea de cómo se hace la conexión para tomar el otro BRT que va hasta Jardim Oceânico, donde está la nueva línea 4 del Metrô, que conecta por fin la Zona Sul con Barra. Un antes y un después en la historia de Barra da Tijuca, donde hasta hace veinte años, había yacarés.
El jeitinho no es solo brasileiro, es latino. Carlos Gianni es argentino y tiene un stand de venta de entradas en el hall del hotel Everest, Ipanema, abierto todos los días de 9 a 5. Allí consiguió mi amiga y productora Flora (Charner) las entradas para ir a ver gimnasia artística el domingo, con 30% de descuento, por queima de stock, como se le dice acá al saldo.
Quedamos en encontrarnos a las 12 en la estación General Osório, la última de las líneas 1 y 2 del Metrô. Acá se hace la conexión con la línea 4, que va hasta Barra. Por ahora sólo pueden usar esta línea los que compran la RioCard Olímpica, que cuesta R$25 por un día, R$70 por tres y R$160 por una semana. Y los periodistas inscriptos en el Rio Media Center. Ya dice el dicho, periodista: vida de rey, salario de mendigo.
La nueva línea del Metrô está reluciente, brillante, impecable, repleta de gente vestida con camisetas de fútbol, sombreros de arlequín, la cara pintada. Parece un carnaval deportivo de gente que tiene dinero o uniforme. Y los periodistas, claro. Después de tantos años de obra, de promesas de apertura, de tedio, de tránsito caótico, el Metrô a Barra es como un portal dorado que se abre paso entre la roca y hace emitir ooohhhh, wowwwww, ahhhhhh y cosas por el estilo cuando el tren sale de la oscuridad y emerge en un puente rodeado de mar y montañas en Jardim Oceánico. Sin que se caiga.
Acá hay que hacer un transbordo para el BRT que llega hasta la puerta del Parque Olímpico. Probamos pasar con nuestra tarjeta de Metrô del Rio Media Center, pero no funciona. El BRT no está incluido y nadie te avisa. Probamos el jeitinho. Vamos a hablar con una mujer de uniforme, que nos señala a otra mujer de uniforme, que le hace señas a un señor de uniforme para que nos deje pasar. El jeitinho también es un portal dorado y secreto sin explicación. El BRT se desliza a través de esta ciudad que es Río pero no es Río; construida sobre un pantano, con olor a pantano y edificios que remiten a Estados Unidos. Cincuenta minutos después de las 12, llegamos. Tenemos tiempo, la competencia empieza a las dos y media.
Si Barra da Tijuca parece otra ciudad, el Parque Olímpico parece otro planeta. Después de tantos años de espera, de obras, de miedos, está listo. Aunque hayan tirado toneladas de cemento granulado para forrar el piso y lo hayan pintado de verde para que parezca césped, porque no había tiempo para otra cosa, está listo todo este espacio dedicado al deporte. Río llegó. Brasil demostró, una vez más, que el suspenso es solo para reforzar el efecto de la fiesta, la fiesta que la mayoría mira por la tele en todo el planeta, o en la pantalla del Boulevard Olímpico, en el puerto. Porque dormir en Río ahora es caro, llegar a Barra es caro y entrar al Parque es caro.
Todo es inmenso, los estadios, las arenas, las filas. La primera fila es para entrar al complejo y pasar por un sistema de seguridad como el de los aeropuertos. Filas serpenteantes entre miles y miles de rejas que organizan ese mar de gente. El fabricante de las rejas metálicas se forró con este evento. Avanzamos lento pero firme. Hay tiempo. Hay tiempo para las fotos, las selfies, para comprar un vaso de cerveza que cuesta R$13, pero te llevás el vaso de plástico con dibujitos olímpicos de regalo. El pochoclo sale R$12 y la fila es absurda como el precio del paquetito.
Hay una fila que se destaca entre todas por el tamaño. -¿Para qué es esta fila? -Para gimnasia artística. Y sí. Empezamos a buscar el final, cien, doscientos, ochocientos metros y el final no aparece, el final de la fila está a dos kilómetros. ¡Es el récord Olímpico de fila! Faltan cuarenta minutos para que empiece la competencia y otra vez Brasil y el suspenso de que no se llegará a tiempo.
Por fin la fila avanza rápido, casi al trote. Otro stop para controlar la entrada, luego rejas que organizan el mar de gente, las escalinatas del Río Olympic Arena, el más grande de los estadios del Parque, los anillos en la entrada para las selfies y después del hall inmenso, rampas gigantes hasta el tercer piso. Todo es Mega. Tamaño XLGG. Ya debemos haber caminado unos cinco kilómetros. En cada piso, filas para el baño, para el pochoclo, para la cerveza. El acceso directo a cualquier cosa es casi imposible en lo Mega.
Nos sentamos en las gradas cinco minutos antes de que empiece. Las gimnastas, que son chiquitas, desde arriba, bastante arriba, se ven diminutas. Y todo sucede rápido y al mismo tiempo. Las británicas hacen piso, las alemanas, barras asimétricas, las brasileñas viga y el grupo mixto -de varios países- salto. No sé qué mirar, pero sé lo que mira la mayor parte del público, a las meninas de su país, que son muy pero muy buenas, sobre todo la pequeña Flávia Saraiva, de 16 años y 1,33 de altura.
Flora tiene hambre, no almorzó. En uno de los intervalos, cuando hacen la rotación de disciplina y un calentamiento de tres minutos, sale a buscar algo. Empieza la secuencia. A las británicas les toca suelo y una de las chicas cae feo después de un doble mortal hacia adelante, cae con la nuca. Se levanta, sigue, pero cuando llega a la esquina del cuadrilátero para encarar la diagonal, para. Y no se mueve más. Se agarra la nuca. Suspenso. La rodean el entrenador y el equipo médico. Hablan. No va a seguir, no puede, sale caminando con la ayuda de su equipo, la gente aplaude y su rostro está tenso.
Flora vuelve con un vaso de cerveza. Para comer sólo había pochoclo y Biscoito Globo, pero las filas eran de veinte minutos. Tampoco le dieron el vuelto porque no tenían cambio. Dijo que volvería después por los dos reales, pero después se olvidó, y la vendedora debe hacer ese truco del cambio seguido.
Se forma la ola, la clásica ola de todo estadio, hacemos la ola, disfrutamos de la competencia, de los saltos mortales y las barras asimétricas. Son nuestras primeros Juegos Olímpicos y toda la fila hecha hasta ahora valió la pena. Termina el entretenimiento. Bajamos las rampas. Filas para el baño. Queremos comer algo pero las filas para lo poco que hay: pizza, pasta o sándwich, son del tamaño de los estadios. En los pocos árboles que hay, los pajaritos cantan alborotados. ¿Adonde habrán ido a parar todos los animales que vivían en esta ex floresta? No solo son humanas las remociones.
Flora está famélica, yo menos porque almorcé. Reglas para visitar el Parque Olímpico: 1, salir con dos horas y media de anticipación. 2. Comer antes. Le propongo salir antes de que se largue a llover y porque ya me empieza a agarrar la fobia a lo Mega, al trámite que implica lo Mega, fila para el control de seguridad, para el baño, para comprar el ticket y para ir con ese ticket a pedir una comida mala. Pura harina. Después de las filas, lo peor del Parque es la plaza de alimentación, monotemática, desabrida. El Boulevard Olímpico que está en el puerto le ganó al Parque con ventaja: hay food-trucks variados por todas partes. Las filas son las mismas.
Después de ir a un restaurante a kilo pasamos por la Casa Argentina, que está delante del Hotel Hilton, a tres kilómetros del Parque, y allí nos quedamos hasta tarde, pero de esto contaré después. Ahora viene la la vuelta del primer día Olímpico.
Para poder tomar el BRT le pagamos a una señora para que nos deje pasar con su tarjeta RioCard porque no tenemos y no hay donde comprar. Jeitinho uno. Bajamos en Alvorada y nos perdemos porque no hay un solo cartel que explique nada sobre la conexión con la línea 4 del Metrô. El único BRT que va directo al Jardim Oceánico es que el pasa por la puerta del Parque, pero no lo sabíamos. Nos salva un señor uniformado que justo termina su turno de trabajo y nos lleva hasta la parada correcta, a un kilómetro de donde estamos. Si para nosotras es difícil, que hace nueve años que vivimos en Río, no quiero pensar para un gringo que no habla portugués y tomó cinco vasos olímpicos de cerveza.
Brasil es esa mezcla constante de encantamiento y desilusión, desilusión y encantamiento. Y jeitinho, porque hay que pagar otra vez el BRT y otro señor uniformado al que le hablamos con cara de perro mojado y voz finita, hace girar el molinete con su tarjeta. Un día entero de jeitinho como aliado. Llega el BRT abarrotado. Subimos. Nos apretujamos contra gente de todas las nacionalidades y olores. Con o sin Metrô volver de Barra siempre será barra pesada. No importa, el recuerdo de las gimnastas, elásticas, macizas, bajitas, graciosas, está fresco en la cabeza, y el del Rob Lowe paranaense, también.
]]>Primero pensé en alquilar mi casa para las Olimpíadas, como lo pensaron todos los habitantes de Río, cariocas y gringos. Una pareja de paulistas estuvo a punto de quedarse durante los veinte días, por una buena cifra. Pero eligieron Copacabana.
En el desespero activé una opción de Airbnb que te permite recibir reservas inmediatas, o sea, sin que te consulten nada antes. Y una señora inglesa eligió mi casa para quedarse tres días en el medio de los Juegos. Tres malditos y molestos días. Intenté cancelar la reserva, pero quedaría con un cartel en mi perfil poco favorable. Le pedí que la cancele explicándole las razones, pero si lo hacía ella, el sitio le cobraba las comisiones igual. Respiré. Acepté. Fazer o qué.
Unos días después me llamaron del departamento de comunicación del Comité Olímpico brasileño para una entrevista de trabajo. ¡Por eso no salió lo de alquilar mi casa a la pareja de paulistas! ni a ninguna otra persona salvo la señora inglesa por tres días. Porque estaba destinada a trabajar dentro de este megaevento súper importante, odiado y deseado, criticado pero necesario. La entrevista, un éxito. El puesto era community manager, redes sociales, en español. Salario gordo. Dos meses de trabajo, para los JJOO y los Paralímpicos. Ir a Barra da Tijuca todos los días.
Del mismo Departamento me llamaron para otra entrevista. Esta vez para redactar textos en español para la web oficial. Perfecto, mejor aun. La entrevista, un éxito. Salario gordo. Besos y abrazos. Enseguida me anoté en el MEI, un sistema tributario parecido al Monotributo. Crecimiento profesional. Madurez de una buena vez. Una persona seria y comprometida. Eso. Menos mal que no alquilé el departamento por los veinte días.
Los días pasaban. Nada de noticias del Comité. Una semana antes de la fecha de inicio del trabajo me respondieron que no, que al final no había presupuesto. Pero me llamaron del otro sector, del community manager, que todo seguía en pie, que estaban esperando no sé qué confirmación. Día tras día la confirmación no llegaba y mi ansiedad aumentaba.
Una noche estaba cenando con varios colegas periodistas y todos hablaban de las fiestas, de las inauguraciones de las casas de los países, de la competencia de voley de playa, de la casa Omega en Ipanema, de los recitales en el Boulevard Olímpico, y a mí se me fue cerrando el pecho. No vería nada de eso. Estaría todos los días de las Olimpíadas encerrada en una oficina en Barra da Tijuca, twitteando.
La madrugada siguiente me desperté de un sobresalto, a las cuatro. Faltaban tres días para empezar el trabajo y no me habían confirmado nada pero supuestamente todo seguía en pie. ¿Todos los días a Barra da Tijuca? si ya era una pesadilla ir alguna que otra vez, todos los días podría ser una catástrofe. Y me imaginé en un cuarto oscuro, respondiendo preguntas por las redes sociales y explotando al cuarto día. Pero el salario era gordo. No podía declinar una oportunidad como esa. ¿Qué hacer?
Llamé a mi ex psicóloga que de vez en cuando se junta conmigo en un café y me tira unas sogas de rescate.
-Sí, sí, todo muy lindo -dijo- pero vos en ese trabajo ni en esta vida ni en la próxima.
Alivio interior. Al salir le mandé un mensaje al chico del Comité para decirle que no iba a aceptarlo. De todas formas no me habían confirmado y supuestamente el lunes arrancaba. -Ay no, sos la segunda persona que renuncia, dijo el chico atormentado porque toda esta falta de organización lo afecta directamente.
En ese momento decidí que lo mejor que podía hacer durante estos Juegos en los que ya intentaron apagar la llama; un artista que llevaba la antorcha se bajó los pantalones para mostrar su cola donde tenía escrito “Fora Temer”; los chinos quedaron atrapados durante un tiroteo en la línea vermelha al salir del aeropuerto; un señor que se hizo pasar por un miembro del consulado ruso mató a un asaltante en Barra da Tijuca; los policías dispararon balas de goma contra niños y ancianos en Duque de Caxias, lo mejor que puedo hacer, en definitiva, es participar. Ir a las casas de los países, subir al globo aerostático del Boulevard Olímpico, ver todos los recitales posibles, intentar conseguir una entrada para ver gimnasia artística y meterme de cabeza en este evento histórico, como si fuera un carnaval. Que empiece la fiesta. Me voy en bicicleta, al menos gracias a los Juegos Olímpicos iluminaron el túnel del terror.
]]>Hay lugares que en sí mismos no son ninguna maravilla, pero alrededor montan un marketing tan increíble que el lugar termina pareciendo maravilloso también. Con el Cristo Redentor pasaba lo contrario.
La idea de colocar una estatua de semejante tamaño en la cima del Corcovado, a 700 metros de altura, ya es impresionante. Y el paisaje a sus pies más aun. Pero el paseo consistía en hacer fila, subir, maravillarse, sacarse selfies, hacer fila y bajar, porque no había nada más.
Hasta hace poco, si uno subía con el tren del Corcovado veía, a un lado del camino, las ruinas del antiguo Hotel Paineiras, inaugurado en la época de Don Pedro II, a fines del siglo XIX, que quedó abandonado por más de 30 años. La remodelación de este edificio y su transformación en Centro de Visitantes Paineiras es solo una de las novedades que hay dentro del Parque Nacional da Tijuca, donde está el Cristo Redentor.
Hay una tienda de souvenirs donde realmente dan ganas de comprar recuerdos y regalos, desde tazas estampadas con la silueta del Corcovado, a muñecos de peluche de animales típicos de la región, pareos, remeras, libretas, lámparas y hasta botas de trekking de una marca brasileña.
También hay una exposición interactiva sobre el Parque e información didáctica de la fauna y la flora para todas las edades. Los chicos pueden dibujar con tiza en unos cilindros con ventanitas para sacarse fotos y mirar por unos agujeros los distintos insectos que habitan la floresta. Hay videos panorámicos sobre los deportes que se practican dentro del parque, como skate, ciclismo y escalada; una exposición super dinámica: Floresta Protectora, con el objetivo de sensibilizar al público sobre la conservación de la naturaleza; información sobre trilhas -senderos-, miradores, cachoeiras -cascadas-, y circuitos que uno puede autoenviarse por email.
El sistema de entradas para subir hasta el monumento también fue agilizado para evitar las largas filas que empezaron a crecer desde que el Cristo fue nombrado Nueva Maravilla. La venta de entradas anticipada es a través del site www.paineirascorcovador.com.br y cuestan Hay vans que salen desde Copacabana, Largo do Machado y Barra da Tijuca y suben directo hasta el Centro de Visitantes, donde reciben un fast pass para llegar hasta el Cristo con embarque especial, sin fila. Las entradas también puede ser compradas rápidamente en el propio Centro, que está abierto de 8 a 19hs y, durante los Juegos Olímpicos, hasta las 22hs.
Desde Copacabana y Largo do Machado la entrada -con traslado- cuesta R$68; R$44 para chicos de 5 a 11 años y R$37 para mayores de 60. Desde Barra da Tijuca cuesta R$100, R$76 y R$69 respectivamente. Y comprando la entrada en Paineiras los precios son: R$ 38, R$14 y R$7.
El Parque renovó senderos, como el que va desde el Parque Lage al Corcovado, que ahora es más largo, pero más suave y con algunos miradores que antes no tenía. Hay nuevos lugares para bañarse: las cascadas Gabriela y Cachoeira da Baronesa, con accesos señalizados. Y durante los Juegos habrá foodtrucks estacionados en diversos lugares como Vista Chinesa, Pedra Bonita -desde donde saltan los aladeltas-, el Mirante Dona Marta y la Floresta da Tijuca, la cuarta área verde urbana más grande de Brasil.
]]>Suecia, Polonia, Estados Unidos, Italia, Rusia y Dubai son algunos de los países que tienen un muro pintado por Kobra. Eduardo Kobra, nativo de la periferia de São Paulo, le pone color, mensaje y belleza a las ciudades desde hace tres décadas. Para estos Juegos Olímpicos va a estrenar un mural de 2.500 metros cuadrados en el paseo portuario: el graffiti más grande del mundo hecho por un solo artista -y su equipo-.
La pintura de Oscar Niemeyer en la Avenida Paulista es obra suya. La de Ayrton Senna en la Avenida Consolação y la de Einstein en la Ocar Freire, en São Paulo, también. Ya pintó a Bob Dylan en Minneapolis, ciudad natal del músico, y a Abraham Lincoln en Kentucky. Homenajeó con sus dibujos caleoidoscópicos al Dalai Lama, Martin Luther King, Malala Yousafzai, Salvador Dalí y John Lennon, entre muchos otros. Todas sus obras son fácilmente reconocibles por el realismo del trazo, un juego increíble de luz y sombra y el cruce de colores geométricos que son su sello.
Kobra y su equipo de artistas, con quienes trabaja desde hace veinte años, fueron pioneros en pinturas 3D, con efectos ópticos impresionantes. Otra línea de sus proyectos son los murales de la memoria, hechos siempre en blanco y negro, y a veces con intervenciones de color, funcionan como un túnel en el tiempo.
El mural gigantesco del puerto está a la altura del Almacén 3, en el Boulevard Olímpico, donde sucederán los principales eventos sociales y culturales de la ciudad durante los Juegos. La obra se llama Etnias y está inspirada en los cinco aros olímpicos, que representan, en rostros coloridos, los cinco continentes. Su inauguración oficial será el día de la llegada de la Antorcha Olímpica, 4 de agosto.
Hay que reconocer que esta zona que era tierra de nadie, porque quedaba debajo de la Perimetral, una autopista que ya no está, ahora tiene vida y, con el mural de Kobra, todo el color.
]]>Ver soldados armados como para ir a la guerra, como los que hay por estos días en Arpoador, en la orla de Copacabana o en el Aterro do Flamengo para prevenir ataques terroristas durante los Juegos Olímpicos, ya es más común. Insano, demente, disonante con el paisaje, pero más común en el mundo entero. El mundo actual de Isis y Trump. Pero para hablar de eso ya están los medios. Yo quiero hablar de la señora que acabo de ver en la salida del Metrô, parada delante de la vidriera de una tienda de ropa masculina, y digo tienda de ropa masculina porque es de esos negocios donde compran los señores de más de sesenta, donde hay remeras de cuello polo almidonado, y pantalones de gabardina con la raya marcada con plancha industrial. Tiendas que están siendo reemplazadas por lugares donde venden comida o farmacias. Todo lo que cierra en la ciudad balneario reabre -con suerte, porque con la crisis lo que más hay son carteles de venta o alquiler- en un comercio que representa el hoy: la falta de tiempo para comer en casa; la enfermedad.
Pero la señora de pelo corto y canoso, hoy, estaba parada delante de la tienda de ropa masculina, con su bata de toalla verde musgo, sandalias bajas de esas que tienen suela ortopédica, un bolso de manijas cortas colgado en el doblez del brazo y nada más. Nadie reparaba en la señora de la bata, que seguramente esperaba a alguien. No había en qué reparar.
Cuando mi amiga carioca se fue a vivir a Argentina, me regaló, entre otras cosas, su salida de baño. Era verde limón, era, porque se destiñó con lavandina y la terminé donando yo también. Ella no la usaba para salir a la calle, pero bien podría, nadie la miraría, ni en Ipanema ni en Madureira, un barrio de la Zona Norte de Río. Salir a la calle en bata en Río de Janeiro significa que la persona va a nadar. Creo. Salir a la calle en bata en Argentina significa que la persona está muy mal. Creo. Salir a la calle en cualquier lado y toparse con hombres vestidos para la guerra significa, seguro, que hay mucho que reparar.
]]>Vuelvo del contador, vuelvo de hacer un trámite que debería haber hecho hace años, inscribirme en el MEI: microemprendedor individual. El contador, Edson, joven pero canoso, vestido con una camisa salmón inmaculada, rodeado de pilas de papeles, el aire acondicionado al máximo, se inquieta:
– ¿Pero qué es lo que usted hace realmente?
– Bueno yo escribo para algunos medios, también publico fotos, trabajo de fotógrafa; y videos, también hago videos, y ropa, bolsos, a veces trabajo con turismo
– ¿Pero qué es lo que más hace? no puedo inscribirla por si más adelante se le ocurre hacer, no puede ser pau pra toda obra -¡madera para toda obra!-
– Hago todo eso ahora
– Ustedes los argentinos… acá es distinto, acá uno es contador y listo, es panadero y listo. La otra vez vino un mexicano que también, hacía ¿cómo se llama? eso que usan las máscaras de cuero
– Lucha libre
– Sí, ese maluco también hacía no sé cuántas cosas. No se puede, yo la tengo que inscribir en dos o tres categorías como máximo.
Al final cerramos en cuatro. Edson, medio atormentado, quería librarse de mí. Y yo del trámite. Es viernes, hace un calor de verano. Salgo con mi inscripción de microemprendedora. Medio traumada por ser pau pra toda obra. Paso por la puerta del edificio del boto carioca, una pasión pasada. Cómo en un momento se puede sentir tanto y después, nada.
Cruzo el Largo do Machado, una plaza que diseñó el paisajista Roberto Burle Marx, donde se mezclan borrachos con vagabundos con viejitos que juegan dominó con mamás y sus bebés con florerías con turistas que compran su entrada para subir al Cristo y abricós de macaco, esos árboles a los que les crecen unas pelotas como de bowling, y después unas flores fucsias con boca, unas flores que parecen carnívoras.
Si uno se para detrás de la estatua de Nossa Senhora da Conceição, la que está en la fuente del medio de la plaza, y camina hacia atrás, llega un punto en que la Iglesia Nossa Senhora da Glória desaparece. La enorme Glória queda tapada por la pequeña Conceição. Cosas que me mostraba el boto carioca.
Sigo por la Rua Ministro Tavares de Lira, una calle que dura solo esa cuadra, llena de comercios, una ferretería al lado de una zapatería al lado de una juguetería al lado de un buteco al lado de una casa de tortas; y vendedores de jogo do bicho –juego de los animales-, un juego de azar ilegal pero tradicional sobre el que nada sé. Compro bananas a un vendedor ambulante y veinte metros después la veo a Letícia Novaes vestida de ángel, con un vestido blanco y largo, parada en la puerta de la panadería, concentrada en su celular.
– Letícia
– Menina, estoy cancelando el turno para el dentista ¿vamos a la playa?
– Vamos
La ventaja del microemprendedor independiente es que maneja sus horarios y en un segundo puede decidir dejar todo lo que tiene que hacer para después e irse a la playa con Letícia Novaes. Quedamos en encontrarnos en Copacabana, a la altura de la Rua República do Perú, cerca de la casa de su mejor amigo, donde tiene un maiô, una malla enteriza. La llave de la casa de su mamá coincidentemente abre la puerta de la cocina de Arthur.
Copa está semi desierta, 36 grados y el agua parece un lago. Hablamos de amores y de astrología; de la fuerza de decir Te Amo y de las motos, a las dos nos buscaban nuestros padres a la escuela en moto, sin casco, porque en esa época nadie usaba casco. Y de las selfies, le cuento que me dan ganas de hacer una serie de fotos de gente haciendo poses para las selfies, y ella dice que su sobrina de once años ya es una profesional en selfies y que esta generación de chicos no tendrá fotos feas, porque las borran. Que esas fotos impresas horrorosas y divertidas, donde salimos con un jopo extraño, tuertos, despeinados, ridículos, no existirán más. Desaparecen con un delete. ¿Cómo será cuando el pasado sea una colección de fotos perfectas?
Letícia busca una foto en su celular para publicar en el evento de la fiesta que organiza esa noche, Festa Gafe, y publica una de cuando era chica y sale bizca, una de esas fotos de las que no habrá más.
-¿Qué es Gafe?
– Gafe es cuando, por ejemplo, le preguntás a una chica de cuántos meses está y te dice que no está embarazada. Eso es un Gafe.
Cerca de la orilla dos chicas se hacen selfies. Pasa otra mujer, con el pelo caoba, planchado, y un enterito blanco con magas que parecen alas. Camina decidida hacia el mar, da tres pasos en el agua, gira y se deja caer de espaldas. El enterito blanco es ahora transparente, la mujer sonríe y aletea con los brazos, parece la Coca Sarli.
La sirena de Copacabana dá algunas brazadas, se levanta, camina como si la estuvieran filmando con su enterito transparente pegado al cuerpo y desaparece en la arena. A pesar de la súper bacteria que acecha las aguas de Río es posible verse los pies en el fondo. La playa que nos había quedado pendiente se dio con la fuerza del azar. Saltan peces cerca nuestro. A pesar del golpe político, de la corrupción descarada y las obras inconclusas para las Olimpiadas Río tiene esa magia. Nunca Copacabana fue tan caribeña.
Hoy ya hace frío.
]]>Arriba, el Cristo iluminado con los colores de “los hermanos” para el día de la Independencia Argentina. En la cima del Corcovado el personal vestía gorros de lana y guantes. Lo primero que pensé fue qué exagerados, pero a los cinco minutos el frío congelaba las manos.
Abajo es verano, un verano invernal con playas semi vacías, agua transparente, vendedores ambulantes desesperados y esa súper bacteria que destapó la CNN y acecha a los bañistas.
Falta tan poco para las Olimpíadas. El sábado en el Aterro do Flamengo ya había soldados vestidos para la guerra vigilando el área con sus bazucas gigantes. Una nenita rubia que jugaba a la pelota le pasó por abajo al caño del arma, parecía una escena trucada con photoshop de tan inverosímil. Para los juegos habrá 22 mil soldados para intentar disipar el miedo que meten los policías en huelga con sus carteles en el aeropuerto que dicen “welcome to hell” -bienvenidos al infierno. Hasta mi amiga carioca que se fue a vivir a la Argentina y que ya pasó tiempos duros en Río, como los 90, o por el 2007, tiene miedo de venir. Yo le digo que no pasa nada. Pero no me cree. “Un poco es nuestra culpa -dice un periodista amigo- por hablar siempre de las cosas malas.” Un poco sí, pero otro poco no.
A principios de mes, Diego Vieira Machado, estudiante de arquitectura de la Universidad Federal de Rio de Janeiro, 24 años, de Belém do Pará, la puerta del Amazonas, fue encontrado sin vida, golpeado y sin ropa, dentro del campus de la universidad. Diego era gay. Pocos días antes le tocó a Juma, una onza que hicieron participar de la ceremonia de la antorcha olímpica en Manaus, capital del Amazonas. La onza, símbolo nacional, incluida en la lista de especies amenazadas del IBAMA desde 2003, quiso escaparse después de las fotos junto a la llama olímpica –símbolo de la paz y la unión entre los pueblos-, pero los del batallón militar la mataron a tiros. Qué se pensaba ese animal rebelde.
Los profesores estatales están en huelga desde marzo y las escuelas están tomadas por los estudiantes que aprenden cosas que la escuela no enseña. El MinC, Ministerio de Cultura, está tomado por los artistas, que ya hicieron más de 200 recitales. Tocaron desde Caetano hasta Letuce bajo el lema Fora Temer. Porque al final a Dilma la sacaron sin cargos justificados. Fue un golpe, un golpe muy bajo.
De golpes surge música, de crisis surgen cambios, de eventos que colocan a la ciudad maravillosa en la lupa surge la visibilidad de una realidad cruel y desigual. Hasta los chinos hablan del tema.