¿Qué le pasa a la economía mundial?

En la superficie, la histeria típica de los mercados: a veces suben porque suben, a veces bajan porque bajan. Cada participante en los mercados tiene que adivinar qué creen que pensarán los otros participantes sobre qué creen que pensarán los otros participantes sobre qué creen que pensarán los otros participantes y así sucesivamente. Ese juego de expectativas es naturalmente proclive a que pequeños cambios en la realidad (o en la percepción) den lugar a grandes cambios en los precios.

Pero el trasfondo es la economía china. Siempre nos hicimos una pregunta sobre China (“China contra la muralla“, 2013; “¿Es imparable China?”, 2012). A diferencia de otros casos asiáticos de crecimiento guiado por las exportaciones, por una cuestión de tamaño China se enfrenta a los límites de la demanda mundial. Si el mundo crece al 2% o al 3%, entonces las exportaciones chinas no pueden crecer ilimitadamente al 10%. Para que la producción pueda crecer por ejemplo al 8%, si las exportaciones crecen digamos al 4%, entonces la demanda interna tiene que crecer a más de 8%.

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Unidades básicas satisfechas

Retorno luego de mi participación electoral con un comentario sobre las elecciones. Como otras veces, reporto la asociación bastante clara entre nivel socioeconómico y voto al kichnerismo, fenómeno que observamos por primera vez en 2007. Como regla general, el kirchnerismo ha obtenido más votos en lugares con mayor porcentaje de necesidades básicas insatisfechas.

En este caso, se me ocurrió poner en la misma muestra partidos del conurbano bonaerense (en su definición más estrecha son 24) y provincias (otros 24, si se incluyen como tales la CABA y a la propia provincia de Buenos Aires). Estrictamente debería haber puesto los 24 partidos, 22 provincias, CABA de “interior Buenos Aires”, pero este último dato implicaba hacer unos cálculos para los que me faltaban energías.

Muchos de los casos fuera de la franja de correlación, marcados con rojo, son atribuibles a candidatos participantes de la elección que dominaban un distrito: CABA, Tigre, Córdoba y San Luis.

Por supuesto, no hay en el gráfico una interpretación sobre la causalidad. Una visión más simpática al gobierno dirá: el modelo es efectivamente redistributivo y es natural que obtenga más votos allí donde hay más votantes pobres. Una visión más crítica podría apuntar, por ejemplo, a que en zonas pobres puede haber más incidencia del clientelismo, o menor acceso a información, o desdén a otros aspectos negativos de la política kirchnerista (ejemplo: escaso espíritu republicano) que ocupan un lugar marginal en la consideración de personas con otras urgencias.

En todo caso, una nueva constatación de efectivamente el núcleo duro de los votos kirchneristas están entre los sectores más pobres; y que la oposición es más exitosa en franjas medias y altas.

La Ciencia Maldita al poder

Como quizás hayan advertido, estoy en una actividad política incompatible con escribir de manera independiente para un medio de comunicación libre como éste. De modo que tomé una licencia del blog, en principio por 4 años y medio, pero que podría acortarse en el caso improbable de que la empresa no sea completamente exitosa.

Si llego a revivir lacienciamaldita.blogspot.com durante este tiempo, avisaré por este medio.

Hasta la vista.

Importancia del telo en la economía griega

Supuestamente, el ministro griego Varoufakis le dijo a los periodistas que “se está considerando” un impuesto al retiro de efectivo de los bancos. Digo supuestamente porque mucho depende de la acepción de la palabra “telos”: puede querer decir “impuesto” o puede querer decir “final”, lo cual tampoco sería muy auspicioso.

La peor combinación posible: un mal impuesto y “se está considerando”.

Reacción racional, (1) “Oh, se ve que se están quedando sin plata los bancos, mejor saco la plata ahora”

Reacción racional, (2): “Me conviene sacar ahora todo el efectivo, antes de que pongan el impuesto”.

Es difícil interpretar esa medida de otra manera que como un intento por acelerar la caída de depósitos. ¿Cuál será el objetivo? ¿Forzar más al Banco Central Europeo? ¿Salir del euro de manera “forzada”? También son hipótesis difíciles de sostener. Un comentarista griego usó un dicho local que debe venir desde el fondo de los siglos: “Es tan ridículo que hasta las piedras se ríen”.

La platita del Banco Central

Incluso en el caso optimista de un programa antiinflacionario en 2016, ¿seguirá el Estado financiándose con el Banco Central?

Debo decir que, para bien o para mal, sí: en todas las estabilizaciones, el Banco Central –paradójicamente– sigue siendo una fuente de recursos para el Estado. En ocasiones pasa a ser una fuente mayor que antes. ¿Por qué? En esencia: con menor inflación, todos estamos dispuestos a guardar los pesos un rato más o, lo que es lo mismo, guardar una mayor cantidad de pesos. En el caso de una estabilización gradual, como la que debería tener Argentina, además ocurre que al compás del aumento residual de precios se necesitan más pesos para pagar nuestras transacciones: aunque la inflación bajara a 20% en 2016 (nada fácil) seguiría siendo cierto que a fin de año precisaríamos más pesos que al principio.

En términos techie: por ambos motivos, estaría subiendo la “demanda de pesos”.  El Banco Central tiene que emitir esos nuevos pesos demandados si no quiere generar una gran apreciación monetaria. Y no los regala: a cambio de esos pesos consigue algo: bajar sus deudas (si compra bonos como LEBAC, esos con los que está empapelando últimamente al sistema financiero) o reservas (si compra dólares). En un caso se ahorra el flujo de intereses que tenía que pagar por esos bonos; en otro caso gana un flujo de intereses por depositar sus reservas.

Esta mejora financiera del Banco Central no necesariamente repercute a favor del Tesoro. No queremos volver a un mundo donde, por ejemplo, el Poder Ejecutivo usa para sus gastos las reservas del Banco Central. Pero, dado que nadie quiere eliminar inmediatamente el déficit, el Tesoro podría aprovechar, por ejemplo, para reemplazar esos bonos del Banco Central, que desaparecen con la emisión, por bonos del Tesoro con los que financiar un déficit decreciente pero todavía significativo.

¿Hay que reendeudar al país? No: hay que aspirar a un equilibrio fiscal permanente. Pero la vida es lo que pasa mientras estás haciendo otros planes.

Volvamos los visitantes (II)

(Ver tiro libre de Palma y festejo entremezclado en 1:55)

¿Tienen que volver los visitantes?

No, en el sentido que habitualmente se le da a esas palabras. “Sin visitantes” en realidad no quiere decir sin visitantes. Quiere decir: “sin un operativo especial para separar visitantes y locales, operativo que obviamente genera la sensación de que El Otro es tu enemigo, y que por lo tanto permite que vayan los muy violentos, total la policía cuida que no se agredan, aunque no siempre le sale del todo”.

El fútbol argentino no va a dejar de ser violento hasta que no se puedan sentar en el asiento de al lado un hincha de Central y uno de Ñuls, uno de River y uno de Boca. Por supuesto que hay que castigar a los violentos, pero es imposible la no violencia sin cambio cultural. Si El Otro es enemigo, no hay aparato represivo que aguante. ¿Utópico? ¡No! Hace no mucho tiempo en la cancha de Ñuls había una platea en la que se mezclaban hinchas de Central e hinchas de Ñuls.

Tenemos que tener estadios como los de Europa. Los espectadores de fútbol tienen que ser tratados como especatadores: poder comprar su entrada en Ticketek o similar y buscarla sin tener que ir al estadio. (Veo colas hace dos días en cancha de River de gente que va a buscar su entrada: ¿para qué?). Todo el mundo tiene que pagar una entrada, socios (a precio más bajo) y no socios, todo por Internet. Todos tienen que estar sentados: por cinco años, debe frenarse el partido si hay gente parada, como hoy se suspende cuando hay gente colgada en el alambrado. Molesta; puede amedrentar. La demografía en las gradas no tiene que ser diferente a la demografía entre la gente que mira por TV: más niños, más viejos, más mujeres.

Por supuesto, todo esto es mucho más utópico si los dueños de la pelota no tienen ganas de cambiar las cosas. ¿Lo podemos cambiar los hinchas? Quizás. Mi humilde propuesta de acción es que un grupo de hinchas visitantes empecemos a ir de visitante. Camiseta de nuestro club, gorrito del local. Movida mediática: hinchas por la paz. ¿Alguien se prende?

Volvamos los visitantes (I)

Susurro de gol

Decidí el viernes pasado concurrir a Chicago-Central. Raro y bello horario: viernes azul de otroño, 3pm. Hermosas condiciones para remontar esas calles que ahondan el poniente hacia el antiguo barrio “Nueva Chicago”. Algún visionario había bautizado así a ese paraje al que llegaba el ganado de las pampas a partir de 1899, queriendo imitar al Chicago original, el embudo de transporte de la producción agropecuaria en la otra gran pradera fértil del continente. Algún otro, después, decidió que ese nombre era imperialista y lo convirtió en el más brutal “Mataderos”.

El primer tropiezo fue en General Paz, en obra; un desvío hacia territorio bonaersense, pasando por la cancha de Almagro, alargó el viaje más de lo que lo acortó. Pude estacionar el auto en las inmediaciones de la estadio República de Mataderos recién a las 2.45pm. Una buena: no había trapitos; claro, no había demasiados interesados. Una mala: aunque sólo estaba permitido el público local, una serie de vallas policiales taponaban el camino más corto a la cancha. Estaba a 4 cuadras pero debía caminar 9. Apuré el paso.

El primer cordón policial estaba antes de cualquier boletería. “Entradas y credencial en mano”, gritaban los policías.

— Pero no tengo entradas, oficial, ¿dónde saco?

— Ah, no, había que sacar en el Polideportivo, pero creo que se iban a las 15 y ya son casi las 15.

— ¿Dónde es el polideportivo?

— Para allá, unas seis cuadras.

Me arremangué. En el otoño el aire es más seco en Buenos Aires. Retiene menos la temperatura: a la mañana puede estar fresco, pero a las 3 puede hacer, casi, calor. Troté en estilo de corredor descalzo, acariciando el suelo con la parte más ancha del pie. Me perdí. Llegué al mercado de Mataderos, donde se hace la feria los fines de semana. Pregunté. Un poco más allá estaba el Polideportivo, sólo reconocible por los colores verde y negro. Entré por una puertita a una edificación modesta. Había algo parecido a una boletería, pero vacía. Un señor limpiaba una oficina contigua y le pregunté por la venta de entradas: “No, flaco, era hasta las 14, se fueron hace rato”.

Ya eran las 15.05, ya estaría desparramando su magia de pases por la grama Gustavo Colman, el jugador más preciso del fútbol argentino.

Corrí de vuelta, ya transpirado, hasta el cordón policial. Les expliqué que venía desde el Chaco para ver el partido, que nadie me había avisado que las entradas se sacaban en el Polideportivo hasta las 14. “Si querés pasá, pero en el otro cordón policial no te van a dejar pasar”.

Tuvieron razón. En el segundo cordón policial había un operativo mixto de policías y (creo) guardias de seguridad privada, con chalecos amarillo fosforescente. Empecé a contarle la misma historia al primero: “Vengo del Chaco, quiero comprar una entrada, ¿no hay manera de comprar una entrada?”.

— “¿Pero vos sos hincha de Chicago?”, me preguntó, aludiendo a la única disposición legal de este mundo que involucra mecanismos interiores del cerebro del Homo Sapiens.

— No, soy neutral.

Sonrió: “Entonces no entrás”. Busqué al jefe: joven, canchero, tenía como barba una franja de un centímetro que hacía todo el recorrido en U de oreja a oreja. Le expliqué de nuevo: “Vengo del Chaco a ver fútbol, sólo quiero comprar una platea, pagar lo que cueste, ¿no puedo? Corrí quince cuadras hasta el Polideportivo y no había”. Me miró risueño. “Le pido que no me mire así, estoy bastante caliente, me vine hasta acá”, dije con el mejor modo. Seguí chamuyándolo por varios minutos, como perrito faldero: insistente, sin malas maneras. “Dale, dejame pasar hasta el estadio a ver si alguien de Chicago me vende una entrada”.

Finalmente accedió. Sólo faltaba una última valla, quizá la más difícil: la entrada al estadio propiamente dicha. Había solamente dos puertas. Consideré las alterativas mientras oía varios “Uuuuuhhhh” desde la cancha (Chicago nos había pateado varios corners en esos primeros minutos, me enteré después). Me pareció más posible la más lejana, como más desierta. Misma historia: “vengo del Chaco, quiero pagar una entrada….”. Me miraban con cara rarísima: aparentemente era infrecuente que una persona quisiera ver un partido de fútbol. “No, pibe, por acá no pasás. Si querés andá a la otra puerta y preguntale al inspector”.

El inspector era un señor viejito, una persona que parecía consciente de no pertenecer a esta época. Estaba recostado sobre una de las barandas que ordenan la entrada de espectadores, casi queriendo dormir una siesta ahí apoyado. Le repetí mi historia. Se compadeció un poco. “Qué va a hacer, yo hace 33 años que trabajo acá, no puedo arriesgarme a dejarte pasar”. Le dije: “Don, en otra época era más fácil entrar a una cancha. Sólo quiero pagar una platea y ver el partido”. Me miró un rato. “Yo no puedo venderte una entrada”. Insistí. Me miró otro rato. Al fin:

— Rubén, dejalo pasar a este.

Unos policías que me habían visto en el cordón anterior lo celebraron. Me dijeron “Nosotros le habíamos dicho al jefe que te dejara pasar” (se referían al señor de la barba de un centímetro). Corrí hasta las gradas. Subí varios escalones porque me gusta ver el fútbol desde cierta altura. Era una cabecera bastante tranquila, la barra estaba en una lateral; la platea “Paulino Niembro”, a mi izquierda. Un tipo de mi edad con aspecto de asesor del Frepaso tenía un libro de filosofía política y mascullaba en silencio su frustración: Chicago es un equipo de jugadores muy malos.

Al poco tiempo de llegar, el Colmandante empezó a manejar el equipo. El césped se ve muy verde a las tres de la tarde de un día azul de otoño. Un rato después, Marco Ruben hizo el primer gol, allá en el arco de enfrente. No lo grité, claro: estoy acostumbrado a ir de incógnito, a que ante un gol de Central (tampoco son tantos) uno sólo puede saltar y con los brazos abiertos insultar al aire, como si fuera de bronca.

(contiunará)

Un malentendido llamado Bitcoin

Apuntamos en otras oportunidades qué nos gustaba de Bitcoin, la moneda virtual, y qué no. Uno de los méritos es ser una moneda no estatal, menos proclive a las manipulaciones de los gobiernos. Otro, su carácter electrónico (que, en realidad, puede existir en cualquier otra moneda).

Las desventajas: (1) lo innecesario que es hacer trabajar a los “mineros”. Por sorteo podría conseguirse la misma emisión monetaria que con muchas computadoras gastando electricidad; (2) al tener la oferta monetaria fija, cualquier cambio en la demanda por bitcoin se refleja en cambios en los precios, lo que la hace intrínsecamente inestable. Una moneda de precio muy inestable no sirve como moneda. Sirve como timba.

Leemos hoy: “Comer y viajar en el país con bitcoin en el bolsillo“. Se habla de un “furor” que consistiría en “100.000 transacciones diarias a nivel mundial” y “8000 usuarios en el país”. Por supuesto, ambas cifras son infinitesimales. Si una persona hace 10 transacciones económicas en un día, 100.000 mundiales equivale a 10.000 personas *en el mundo* pagando todas sus transacciones en Bitcoin. Es decir: un 0,00013% de la población mundial. Pero más allá de esta publicidad engañosa, la nota me hizo advertir un tercer defecto de bitcoin: una unidad vale demasiado.

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Sobre la “E” de CONICET

Amanecí de derechas, hoy.

¿Por qué en Estados Unidos la gente que investiga (al menos en ciencias sociales) está en las universidades, en cambio en la Argentina no necesariamente? Paul Krugman (hoy quizás el intelectual más influyente en ciencias sociales) acaba de enseñar su semestre 76. Es muy difícil medir el impacto de la investigación en ciencias sociales. Yo lo desconozco. No sé quién lo podría juzgar. Hay Premios Nobel (Krugman es un ejemplo) que dicen que lo que hacen otros Premio Nobel (varios) está todo mal y no sirve para nada, y viceversa. Quizás tiene razón Krugman. Quizás los otros tienen razón. Quizás ambos tienen razón. Quizás ninguno tiene razón.

Dadas estas incertidumbres, ¿no sería más lógico que a la gente que investiga en ciencias sociales se le obligue a enseñar, como parte de sus deberes?

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Cuando la ley es literatura fantástica

Tengo al siguiente teoría: en nuestro país hay un círculo vicioso de incumplimento de la ley. Funciona así: como cumplimos poco las leyes, los legisladores las pueden hacer de cumplimiento muy difícil, total mucha gente no la cumplirá; y como las leyes son exigentes en exceso, se cumplen poco.

Ejemplos sobran: tasas impositivas altas generan más evasión; por lo tanto, hay que subir las tasas impositivas para recaduar lo necesario; por lo tanto, hay más evasión. Los límites de velocidad a veces son bastante ridículos, incluso en las calles internas de los countries. Todos sabemos que si le errás “por un poco”, no serás castigados. Entonces hay que poner las velocidades máximas muy bajas.

Por supuesto, el equilibrio de “incumplimiento de las leyes” (leyes sobre-exigentes que no se cumplen) es peor que el equilibrio con cumplimiento. En primer lugar porque es más justo que no queden como unos boludos los que cumplen. En segundo lugar, porque la ley sobre-exigente (la tasa impositiva alta, por ejemplo) nos aleja de la calidad: las inversiones que quieren cumplir con la ley se enfrentan a tasas más alta. Tecero: al instalarse la cultura de incumplimiento a la ley, incluso leyes buenas caen en la volada.

Con las leyes de empleo ocurre igual.

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